La paz del corazón
En esta tarea que iniciamos juntos, de transformación interior; vamos sentando las premisas, esas cuestiones básicas, que luego sirven durante todo el camino. Debemos ser pacientes, de manera que cada paso sea dado en firme, que cada escalón sea un territorio conquistado.
¿Cuál es el objetivo de la ascesis que iniciamos ahora, de un modo más personal e intenso? Encontrar el sitio interior donde habita Cristo.
Sabrás quizás por experiencia, que cada ambiente influye al que en él ingresa. La forma del lugar ejerce una acción sobre lo incluido en ella, y si bien esta no determina, condiciona.
Te hablo de morfología porque se trata de acceder a un recinto, a un espacio interior existente ya, pero poco visitado. Es el sitio de la apateia. Allí el tiempo se vive de otro modo y se vincula estrechamente con los límites del ámbito.
En ese sitio se permanece al abrigo de las variables circunstancias, allí es real que nada afecta al ser que se torna invulnerable. Este poderío sobre lo fenoménico deriva de la fuerza del Espíritu Santo, de la cercana compañía del Cristo interior que expande su presencia con renovada facilidad.
Una plena confianza en el Creador es la norma espontánea y la ausencia de pasiones deviene un estado sin esfuerzo. Gracia y voluntad se aúnan en perfecta sinergia, los designios del más Alto, parecen fundidos con el propio querer.
En este peregrinaje que iniciamos tenemos clara la dirección en la que queda el santuario. Conocemos indicadores que nos darán la pauta del acierto en las curvas y escollos del camino. Avancemos juntos con decisión, firmeza y determinación; pero cuidémonos de la ansiedad que nos impulsa a caminar más rápido de lo que podemos.
Llegan antes los viajeros que paran a descansar en las posadas del camino que aquellos arrojados que pretenden conquistas meritorias.