Como no debe leerse la Sagrada Escritura según Kierkegaard

by Equipo de Hesiquia blog en 5 octubre, 2010

Con humor Kierkegaard invita a sus oyentes a obrar con la Sagrada Escritura como un novio que hubiese recibido una carta de su amada, escrita en una lengua extranjera (porque, aun traducida, comentada, la Sagrada Escritura sigue estando escrita en una lengua extranjera, hasta tal punto su estilo, su paisaje, sus costumbres, sus diferencias de pensamiento, etc., están lejos de nosotros).

Esto supone que, para leer la carta de amor, el novio debe escudriñar en el diccionario una palabra tras otra. Sin duda, esto es necesario, pero es apenas un preámbulo de la lectura amorosa ¡que será la única verdadera! Si un amigo al sorprenderlo haciendo este trabajo de traducción le dijese: “¡Ah! ¡Estás leyendo una carta de amor!”, el novio impaciente le respondería: “¡Llamas a esto leer una carta de amor! ¡Cansarse hojeando el diccionario! Me da jaqueca; tenga ganas de mandar el diccionario al diablo… Pero, ¡paciencia! Llegaré hasta el fin. Entonces si leeré una carta de amor. ¡Será un trabajo completamente diferente!”.

Esto es lo que conviene hacer con la Sagrada Escritura:

Obedecer a la Palabra

Pero, supongamos, continúa Kierkegaard, que la carta de la novia exprese el ardiente deseo de ver que su novio hace por ella algo difícil, grandioso y justo, diría un indiferente, para “hacer meditar”. Por otro lado el texto no está totalmente claro y algunos puntos permanecen oscuros.

El hombre sabio por cierto pesará largamente los pro y los contra y solamente obrará cuando todas las oscuridades hayan desaparecido. Pero el novio que se inflama de amor, sin vacilar se lanza con todo su corazón hacia adelante, sin demorarse en las palabras oscuras, se aplica inmediatamente a satisfacer los deseos claramente expresados por su novia. De esa manera se debería hacer con la Palabra de Dios.

Sí, hay muchos pasajes oscuros en la Biblia, y algunos libros son enigmas casi en su totalidad. Pero en la Palabra de Dios lo que obliga son los pasajes claros que se pueden poner en práctica inmediatamente. La Escritura no es únicamente inteligible en un único lugar; es necesario que le obedezcas inmediatamente, sin obstinarte en las páginas que te parecen enigmas. La Palabra de Dios te fue dada para que la cumplas y no para que te agotes en la exégesis o en la discusión de sus oscuridades. Si la lees sin pensar que lo poco que comprendes te obliga, no la leas.

A solas con la Palabra

Para leer, por último, esta carta, y porque es difícil y aun más, porque es una carta de amor, para que no lo molesten más, el novio cierra la puerta con llave y dice: “No estoy para nadie. Quiero estar solo con mi novia. Quiero leer su carta de amor con amor”.

¡A solas con la Palabra de Dios! Voy a hacerte una confesión, prosigue Kierkegaard: sabes, yo no me atrevo aún a estar absolutamente solo con la Palabra, en una soledad en que ninguna ilusión se interponga. Y permítaseme agregar: aún no encontré al hombre que tenga el coraje y la sinceridad de permanecer a solas con la Palabra de Dios.

¡A solas con la Palabra de Dios! Después de abrir el libro, el primer pasaje que cae bajo mis ojos se apodera de mí y me apremia; es como si el propio Dios me preguntase: ¿Pusiste en práctica eso? Y yo tengo miedo y evito su cuestionamiento prosiguiendo bien rápido mi lectura y pasando curiosamente a otro asunto.

Vale más la franqueza de quien dice: “La Biblia es un libro peligroso. Si le doy el dedo, me toma la mano, y paso a ser completamente suyo. No. Prefiero dejarla en un estante que quedarme solo con ella”. Esta es una lealtad deplorable que rechaza la gracia, pero vale más que fingir recibirla como haría ese devoto hipócrita que se hace el fanfarrón y se vanagloria de encerrarse a solas con la Sagrada Escritura. Sólo si cuenta con diez diccionarios y veinticinco comentarios, puede leer los Libros Sagrados tan tranquilamente como si leyese un periódico. Si acaso, en un momento de distracción en que su espíritu se aparta de su seriedad habitual, o bien en medio de una lectura, le surge la pregunta: “¿Pongo en práctica eso?”, el peligro no es grande, pues inmediatamente piensa que hay varias interpretaciones posibles y que se descubrió un nuevo manuscrito que presenta variantes inéditas; y como cinco o seis comentadores son de una opinión, siete son de otra y tres permanecen indecisos, etc… ¡Ah! ¡Es preciso que les demos tiempo para que se pongan de acuerdo!

Así, durante toda tu vida habrás pasado inútilmente cada día horas y horas sumergido en la Escritura sin haber leído jamás la Palabra de Dios.

En resumen, existen dos clases de cristianos: la mayoría jamás lee la Biblia, y una minoría la lee de una manera más o menos culta, lo que significa que no la lee. La mayoría considera a los Libros Sagrados como libros antiguos y superados que se dejan de lado; un pequeño número ve en ellos una obra antigua extremadamente notable sobre la cual ejercita su perspicacia con un celo asombroso. Los raros cristianos auténticos que se nutren de ella, comprenden, en fin, lo que significa leer la Palabra de Dios.

PAUL DONCOEUR

1985