La paz del corazón
Elogio de la vida solitaria
Capítulo LXXX
1. Tenéis, pues, amadísimos hermanos, como pedisteis, descritas de algún modo nuestras costumbres, entre muchas cosas triviales y menudas, que acaso convenía no haber escrito, si vuestra caridad no me obligase a ello, dispuesta a no juzgar a nadie, sino más bien a aceptarlo todo.
2. No creo, sin embargo, haber podido incluir todo en este escrito, de modo que no falte nada en absoluto. Pero, si algo escapó, podrá ser indicado en conversación personal.
3. Del elogio de esta vida solitaria, sin embargo, casi no he dicho nada, pensando que está abundantemente recomendada por muchos santos y sabios y de tanta autoridad que no somos dignos de pisar sus huellas, y juzgando que es superfluo mostraros lo que conocéis tan bien o mejor que yo.
4. Ya sabéis cómo en el Antiguo y sobre todo en el Nuevo Testamento, casi todos los más profundos y sublimes misterios fueron revelados a los siervos de Dios, no entre el tumulto de la gente, sino estando a solas. Y cómo los mismos siervos de Dios, cuando querían sumirse en una meditación más profunda, u orar con más libertad, o enajenarse de las cosas terrenas con el alma arrobada, casi siempre se apartaban de los impedimentos de la muchedumbre y buscaban las ventajas de la soledad.
5. Así vemos—para tocar de algún modo el tema— que Isaac sale a solas al campo a meditar (Gen 24,63), y es de creer que esto en él no fue algo casual, sino práctica habitual. Que Jacob, enviando a todos los suyos por delante, se queda solo, ve a Dios cara a cara, y con la bendición y el cambio de nombre en otro mejor, es feliz,habiendo alcanzado más en un momento de soledad que en toda su vida acompañado (Gen 32,23-30).
6. También atestigua la Escritura cuánto amaban la soledad Moisés, Elías y Eliseo; cuánto crecieron por ella en la comunicación de los secretos divinos, y cómo entre los hombres vivían en continuo peligro, en tanto que eran visitados por Dios estando a solas.
7. Y Jeremías, como arriba dijimos, penetrado de las amenazas de Dios, se sienta solitario pidiendo le den agua a su cabeza y a sus ojos una fuente de lágrimas para llorar a los muertos de su pueblo (Jer 15,17). Pide también un lugar donde poder ejercitarse más libremente en obra tan santa, diciendo: “¿Quién me dará en la soledad un albergue de caminantes?” (Jer 9.1); como si no le fuera posible hacerlo en la ciudad, indicando de este modo cuánto impiden los compañeros el don de lágrimas. Asimismo, cuando dice: “Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios” (Lam 3,26), para lo cual ayuda mucho la soledad. Y añade luego: “Bueno es para el hombre haber llevado el yugo desde su mocedad” (Jer 3,27), con lo cual nos consuela grandemente, pues casi todos hemos abrazado esta vida desde la juventud. Y añade y dice: “Se sentará solitario y callará, se elevará sobre sí mismo” (Lam 3,28), aludiendo así a casi todo lo mejor que hay en nuestro Instituto: la quietud y la soledad, el silencio y el deseo de dones más elevados.
8. Después manifiesta qué clase de alumnos forma esta escuela, diciendo: “Dará su mejilla a quien lo hiriere y se saciará de oprobios” (Lam 3,30). En lo primero brilla una paciencia suma, en lo segundo una perfecta humildad.
9. También Juan Bautista, “el mayor de los nacidos de mujer”, según el elogio del Salvador (Mt 11,11), puso en evidencia cuánta seguridad y provecho aporta la soledad. Él no se sintió seguro ni por los oráculos divinos que habían predicho cómo, lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, habría de ser el precursor del Señor en el espíritu y la virtud de Elías (Lc 1,13-17), ni por su maravilloso nacimiento, ni por la santidad de sus padres. Y, huyendo de la compañía de los hombres como peligrosa, eligió como seguros los desiertos de la soledad, desconociendo los peligros y la muerte mientras vivió solitario en el yermo. Cuánta virtud adquirió allí y cuánto mérito, lo mostró el bautismo de Cristo y la muerte sufrida por defender la justicia. Se hizo tal en la soledad, que sólo él fue digno de bautizar a Cristo, el que todo lo purifica, y de no rehuir la cárcel ni la muerte en defensa de la verdad.
10. El mismo Jesús, Dios y Señor, cuya virtud no podía ser favorecida por el retiro ni impedida por el público, sin embargo, para instruirnos con su ejemplo, antes de predicar o hacer milagros, fue como probado en la soledad con tentaciones y ayunos. De él refiere la Escritura que dejando las turbas de los discípulos, subía solo al monte a orar. E inminente ya el tiempo de la Pasión, deja a los Apóstoles para orar a solas, insinuándonos en gran manera con este ejemplo cuánto aprovecha la soledad para la oración, cuando el Señor no quiere orar acompañado ni de sus mismos Apóstoles.
11. Y ahora considerad vosotros mismos cuánto aprovecharon espiritualmente en la soledad los santos y venerables Padres Pablo, Antonio, Hilarión, Benito e innumerables otros, y comprobaréis que el gusto de la salmodia, la aplicación a la lectura, el fervor de la oración, la profundidad de la meditación, el éxtasis de la contemplación y el bautismo de las lágrimas, con nada pueden ser favorecidos como con la soledad.
12. Pero no os contentéis con los pocos ejemplos aquí citados en elogio de la vida que habéis abrazado, sino id vosotros recogiendo muchos más, o de los que ocurren ordinariamente, o de las páginas de las Sagradas Escrituras. Aunque ella no necesita tal recomendación, ya que tanto por su rareza, como por el reducido número de sus seguidores se recomienda suficientemente. Si, en efecto, según la palabra del Señor, “es estrecha la senda que conduce a la vida, y pocos la encuentran” (Mt 7,14), y por el contrario, “es ancha la que lleva a la muerte, y muchos caminan por ella” (Mt 7,13), entre los Institutos religiosos, tanto mejor y de más sublime mérito se muestra aquél que menos (seguidores) admite, y de tanto menor e inferior cuantos más.Deseo que siempre gocéis de buena salud y os acordéis de nosotros.