La paz del corazón
A los interesados y participantes del Curso de Filocalía 2020 /21
Estimados en Cristo Jesús.
Os envío algunas consideraciones que pueden servirnos a modo de preparación. Es que parece necesaria cierta disposición del ánimo para acometer la tarea que nos convoca, nada sencilla por cierto. Y esto debido a que nos involucra totalmente.
Estudiar Filocalía como cualquier otro texto es perderse la esencia del mismo. Hay una espiritualidad profunda detrás de sus palabras que hace a la sustancia de lo que allí se transmite. Es preciso situarse en actitud de apertura para que, en cierto modo, el texto actúe sobre nosotros propiciando una transformación. Nos atrevemos a decir que para estudiar Filocalía, es necesario abordarla con actitud orante. En ese sentido es similar, salvando las distancias, al modo en que uno se aproxima a la lectura de la Sagrada Escritura.
Si los “Relatos de un Peregrino ruso” nos sitúan en la simple ladera de la montaña y si la Sagrada Escritura es la cumbre de la misma, Filocalía nos lleva poco a poco en ascenso a través de todas las dificultades que entraña el montañismo. La antología de textos representa a diversos hermanos consagrados a la búsqueda de la unión con Dios. En esa búsqueda les iba la vida y con las variadas luces y circunstancias que Dios les brindó, pugnaban siempre por ir más allá en pos del amor de sus vidas.
Filocalía como sabréis significa “amor a lo bello” o “amor a las cosas mejores” y en ese sentido constituye una verdadera antología o selección de los mejores textos. Dios, el amado de nuestra vida es lo bello/lo mejor por excelencia; pues bien, Filocalía es un compendio experiencial del camino hacia esa unión con el amor divino, con Dios mismo.
Y es que la experiencia de la Theosis o deificación del hombre, está en el trasfondo de toda la actividad filocálica. Ya por vivir en ella o por estar aproximándose a ella, los escritos desnudan las complejidades de esa ascensión hasta el lugar donde mora el Espíritu Santo, que no es otro sitio que el propio corazón o centro de la persona humana.
La búsqueda de la gracia deificante o del descenso del Espíritu Santo en el orante, es el requisito previo para la transfiguración del mundo. Conversión íntegra de la persona que le acerca a la vivencia del Edén desde esta misma tierra. Para que este descenso se produzca, los monjes nípticos (de “Nepsis” – sobriedad) parecen trazar un camino en común pese a las diferencias observables entre sus textos.
Se precisa primero la compunción o humildad derivada de la comprensión de la propia miseria; este arrepentimiento doloroso es sin embargo dulce ya que porta en sí mismo la certeza del perdón y de la metanoia (conversión profunda). Es como si tal comprensión no pudiera producirse sino por la presencia operante de la gracia en uno mismo. Posteriormente se origina un camino ascético que dispone al cuerpo y al alma para la experiencia futura del Espíritu. Tal ascética importa el progresivo desasimiento de las pasiones más burdas produciéndose entonces una disminución de los pensamientos más recurrentes.
La oración de Jesús o la oración continua es el hilo que enhebra todas las cuentas del trabajo níptico. La oración permite y prepara para la comprensión que nos hace humildes, (vernos sin mentiras); la oración da la fuerza para el creciente desapego de lo pasional en nosotros y finalmente sustituye los pensamientos, dejando espacio para el Nombre de Jesús solo. Es en esta instancia donde el silencio místico va dejando señales en el corazón del orante.
Poco a poco, El Espíritu se muestra con suaves toques, va señalando y orientando. La percepción y la mente se sutilizan y nos encontramos siguiendo un aroma muy suave y delicado, una especie de inapresable intuición que nos deja en el umbral mismo de la plenitud.
A partir de allí las palabras solo enturbian. Nada puede decirse de ello. Apenas señalar que en dicha plenitud radica toda búsqueda humana. Dicen los padres filocálicos, que precisamente allí se comprende el exilio en el que hemos estado y lo que significa la patria celestial y muchas otras cosas.
En fin hermanas y hermanos, que estamos muy agradecidos de encontrarnos reunidos para esta tarea tan hermosa, la de nutrirnos con las enseñanzas de quienes nos preceden en la búsqueda profunda del amor de Dios. Amor presente todo el tiempo, en todos y todas las cosas, el cual permanece desatendido por nuestra ignorancia, que nos lleva a buscar la felicidad fuera cuando ya la tenemos en nuestro corazón, debido a la filiación divina.
Os mando un saludo fraterno invocando el Santo Nombre del Señor Jesús
Mario
elsantonombre.org