Decisión del corazón

Carta 13

La práctica de la oración de Jesús, que constituye propiamente un camino espiritual para quién se determina en ella, es una ascesis del corazón que progresivamente silencia la mente, aquieta las pasiones y deja disponible al cuerpo para el servicio apostólico que cada quién este llevando adelante.

Si se ejercita con regularidad, si se la sostiene con perseverancia sin amilanarse ante las dificultades; va desplazando los pensamientos asociativos propios de la dispersión, ocupa el lugar de la curiosidad, disuelve poco a poco la vanidad y establece un modo pacífico de vivir.

Quienes la repiten como oración continua, se encuentran cada vez mas libres de necesidades; no porque les sobrevenga una mágica prosperidad, sino porque con naturalidad empiezan a contentarse con menos. Es un movimiento del corazón hacia lo esencial.

Repetir la frase de la oración de Jesús tradicional, aquella en la que el orante se menciona a si mismo como pecador y en la que invoca la misericordia de Dios, nos sitúa en la conciencia de la propia realidad que vivimos. Esto es, la de una vida humana imperfecta, mortal, pequeña en relación al cosmos y dependiente de múltiples factores que escapan a su manejo. Nos muestra el constante egoísmo al que tienden nuestras acciones, nos devela las motivaciones míseras, nos brinda el reflejo de un rostro que por lo general, no queremos ver.

Pese a ello, esta creciente conciencia del pecado no debilita ni deprime, mas bien sume en la esperanza. Uno siente que cuando avanza lo hace en dirección cierta, que lo aprendido ya no se desaprende; porque se parte de la verdad de si mismo, de haberse visto cara a cara sin afeites.

Lo más difícil de este camino es iniciarlo y sostenerlo los primeros tiempos, debido a la corriente en contrario que la sociedad entera impulsa cada día. Los usos y costumbres que van imponiéndose, a través de los medios tecnológicos de comunicación y en las relaciones personales, alientan en dirección opuesta. Todo tiende a ensalzar el poderío de lo individual, la necesidad de autoestima apoyada en lo exterior; se valora más la soberbia que la humildad y la astucia se premia antes que la bondad.

Se vive en permanente dialogo interno, afirmando constantemente cosas acerca de si mismo para ocultar el rostro del dolor, la frustración y la angustia en que una existencia mal orientada deja a las personas.

La oración de Jesús nos ayuda a mantener el rostro vuelto hacia Dios, origen, sostén y fundamento de todo sentido. Por ello es importante que el ejercicio de la oración quede desvinculado de todo logro personal. No debemos relacionar una práctica intensa al “éxito” o un pérdida del vigor en la devoción con un “fracaso”.

Elegir la vía del Nombre de Jesús implica una decisión del corazón, que sintiéndose llamado se deja llevar de aquella atracción incomprensible. Esta forma de oración, por su misma índole, requiere de cierta consagración, de un acto de filial entrega.

Una vez iniciado el camino, es necesario poner lo mejor de nosotros hasta formar el hábito, que primero en la mente y luego en el corazón, se transforma en segunda naturaleza. La gracia viene junto al Nombre de Jesús, que purifica y transforma aunque se interponga, una y otra vez, el ego.

Los saludo invocando el Nombre de Jesucristo.

Elsantonombre.org