Devoción

Es frecuente que se describan en la oración períodos de sequedad. Por lo general se quiere aludir con ello a una sensación global de insatisfacción, a una falta de gusto durante la práctica, a cierta ausencia de devoción.

En otras palabras, se han perdido las ganas de orar. No se encuentra la motivación para recogerse en el oratorio, la lectura de las sagradas escrituras “nada dice” y en lugar de la presencia de Dios se percibe un muro hecho de vacío y pintado de angustia.

Mucha gente vive momentos de sequedad y fervor alternativamente, repitiendo un ciclo sufriente. En plena devoción comienzan a temer la ausencia de fe que suele anteceder al tiempo de la aridez, mientras que los períodos de aspereza, se tornan más duros por la expectativa, que anhela ansiosamente, el retorno del ardor.

La devoción es un movimiento en el alma de amor a Dios, un impulso de afecto, un tropismo hacia el supremo misterio. Suele hacerse presente mientras se mantiene la consciencia del don de la existencia. La percepción de la existencia con toda su gratuidad, de las incontables maravillas que nos rodean y de los dones, que como talentos nos han sido dados para desarrollar, predispone al agradecimiento y a la alabanza; caminos interiores por donde circulan los sentimientos de piedad y reverencia.

La apertura del corazón a la religiosidad profunda no puede darse sin una correcta ubicación en el presente, en el instante cotidiano en que transcurre nuestra vida. La inmediatez de las urgencias y apremios del mundo, nos aleja de la perspectiva cósmica en la que, lo inconmensurable de la creación nos deja en el umbral de la visión de Dios.

La desolación espiritual va de la mano con el achicamiento de nuestra mirada. Se nos instala una estrechez que impide la apreciación de los significados. Hemos sido creados, no somos nuestro propio artífice y por ello, el sentido de nuestra vida y de todo lo conocido, descansa en el seno misterioso de Aquél que nos amó primero. Mi padre espiritual solía decirme, que cuando me encontrara  extraviado en el camino de la oración, permaneciera sentado tranquilamente en el oratorio sin decir ni hacer nada.

Me inducía a que si me asaltaba la angustia o el desasosiego lo expresara verbal o mentalmente sin censurarme nada, dialogando con Dios como con padre bueno, confidente y compasivo. Cuando atravesaba esas etapas me dispensaba de oficios y disciplinas hasta que reencontrara el sendero del hacer gozoso. Enfatizaba en que el forzamiento era enemigo de la devoción, porque construía una memoria negativa asociada a la oración. En todo caso planteaba la utilidad de una ascética de la disciplina, si esta iba acompañada de fuerte convencimiento y de un esfuerzo, que en el fondo, debía ser agradable.

Un ejercicio de provecho puede ser el preguntarse en las distintas actividades que va trayendo el día… ¿Cómo puedo convertir esta acción en oración?

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