El tamiz de la oración

«Quisiera preguntarte: Cuando me dices sobre un tema, el que sea, que lo vas a pasar por la oración. ¿Cómo se hace eso? Yo muchas veces pienso: “Voy a pasar esta intención o este problema o esta decisión, por la oración” pero, ¿Cómo lo haces?, ¿Cómo se debe pasar un tema por la oración?, ¿cómo saber que decisión tomar?«

Al margen de la repetición de la oración de Jesús, que tratamos sea lo más ininterrumpida posible, están aquellos momentos de dedicación exclusiva al contacto con Dios, llamados también oración silenciosa o de quietud. Tiempos que nos tomamos para estar ante el sagrario o en la habitación, especialmente dedicados a “dejar que la gracia actúe”.

Por mi parte, comienzo repitiendo la oración de Jesús, distendiendo el cuerpo en una postura atenta y cómoda a la vez (que no perturbe pero que no predisponga al sueño) enlenteciendo y profundizando la respiración de manera que poco a poco todo se serene (cuerpo, mente y espíritu). Una vez que esto ha ocurrido, la repetición de la frase de la oración va adecuándose sin forzamiento alguno a la respiración, al tiempo que se va acortando lo que se dice en ella. Se produce como un enlentecimiento progresivo y un acortamiento correspondiente de lo dicho.

Por ejemplo lo que era: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mi, pecador!” se va transformando en:  “Señor Jesucristo, ten misericordia…” para terminar siendo… “Señor Jesucristo…” y a veces tan solo el Nombre hasta que se produce el silencio de las palabras; uno percibe un cierto estado ideal, en donde orar con palabras, sean vocales o mentales, “molesta”. Desde esa situación interior, surgen lapsos donde se manifiestan locuciones, (como si uno escuchara algo aunque sin oír realmente una voz) surgen ocasionalmente intenciones… pedidos… preguntas; que rompen el silencio e inmediatamente se van, dejándolo volver.

Es a ese estado y a ese espacio del alma donde pueden llevarse los temas o inquietudes, propias o de otros. Es desde allí que salen las respuestas, que luego, con el tiempo, se verifican acertadas o correctas. Todo el trabajo pareciera ser no perturbar aquello que se le ha comunicado al alma, no tergiversarlo cuando ya, en el estado más cotidiano, se tiende a traducir con la mente lo entrevisto en la contemplación.

Pasar un tema por la oración, en nuestro caso, es llevarlo a ese momento particular donde intentas silenciar cuerpo, mente y espíritu para orar de un modo cada vez mas quedo, a fin de escuchar. Escuchar es al fin y al cabo la mejor oración que conozco. En otras ocasiones, donde no hay tiempo ni lugar para estas disposiciones, a veces urgido por algún apremio exterior o interior (en donde se necesita una respuesta más rápida) el método es diferente: puedes recogerte un breve momento, donde puedas (un rincón, un minuto de aire en el patio y hasta una pausa cuando vas al lavabo) pueden bastar.

Y allí, manifestar al Señor lo que vas a hacer, lo que en ese momento haz decidido y pedir la misericordia para esa acción y sus consecuencias, en uno y en los demás. Es algo así como decir: “Mira Señor, me parece que lo que más conviene es esto, lo voy a hacer, te pido tu ayuda y perdón si me equivoco. Minimiza el daño si esto perjudica a alguien, haz de esta decisión un acierto con el poder infinito de tu gracia…”

Vendría a ser, en otras palabras, poner lo decidido bajo la protección del Santo Nombre.

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