Entrenar la mirada

«Entiendo en términos generales lo que se plantea en cuanto a realizar las actividades diarias como si fueran una liturgia, es decir con respeto, reverencia y atención. Pero no logro trasladar eso que comprendo a mi vida diaria. ¿Podría comentarme algo que me facilite hacerlo parte de mi vida?«

Lo intentaré, sino podemos completarlo hoy lo haremos en otras conversaciones. Antes que nada advierte que cuando uno ingresa a la Capilla para alguna celebración litúrgica, lo hace con el convencimiento de que Dios está presente allí. Se encuentra al fondo del templo la luz que indica la presencia del Santísimo y uno se comporta de manera reverencial, con especial respeto. Eso está muy bien.

Pero la vida diaria se ha desacralizado, sin darnos mucha cuenta, consideramos que Dios está mas presente en un lugar que en el otro. Y si bien la forma consagrada implica una presencia sacramental de Dios, no es menos cierto que Él se halla presente en toda su creación de diferentes maneras. Todo lo que existe esta sostenido por la acción divina, es Su obra.

Te diría que lo primero es empezar por atender a la presencia; conectar con esa presencia no como una idea sino como una sensación perceptible en ti mismo, hacer real una mirada que se da cuenta de lo sagrado trascendente discurriendo en todo.

Si puedes ver las cosas, las personas y el mundo en general de ese modo, irá siendo mas sencillo actuar de manera reverencial, transformar las acciones en liturgia personal.

Comienza tomándote un minuto o dos, no te pido más. Unos instantes para ejercitarte en atender a lo que te rodea de un modo particular. Siéntate, relaja un poco el cuerpo, mira lo que hay en tu habitación… percibe el aire que entra y sale de tu cuerpo… atiende un segundo a los sonidos que te rodean, esos que vienen de fuera, distínguelos…

Intenta estar allí “como si estuvieras en cámara lenta”, fíjate en ese rayo de luz que ilumina las motas de polvo o diferencia el sonido del reloj en la pared que brinda un ritmo particular a la escena… trata de poner tu intención en construir una mirada poética sobre lo que hay ante ti. Es un modo de ponerse, un modo de escuchar…

La belleza de la creación de Dios y su poesía, están rodeándote. No hay que inventarlas. Pero hemos opacado tanto el brillo de la luz con nuestras divagaciones que necesitamos entrenarnos nuevamente para percibir lo poético en todo; poesía que si me permites decirlo, es la manifestación patente del amor de Dios.

En medio de las rutinas y preocupaciones esto no es fácil, pero puede hacerse si te dejas convencer por lo que te digo. Ese convencimiento te dará la fuerza para apartar unos minutos cada día o varios minutos en diferentes momentos de la jornada para ejercitarte en esta forma de oración, en esta especie de meditación con la percepción.

El otro día, en medio de la ciudad, inmersos en el ruido, cruzábamos la avenida transitada por voraces vehículos que se detenían a regañadientes en los semáforos. Tuvimos que detener nuestro caminar al borde de la acera.

Aproveché para respirar hondo invocando a Cristo… y entonces vi como pasaba el vehículo velozmente con un perro blanco asomado a la ventanilla y como el viento le mecía la pelambre y como entrecerraba sus ojos para protegerlos del aire… y de pronto, todo el ruido y el color y el movimiento estridente de la ciudad fue el marco propicio para que se manifestara allí lo sagrado.

Esto detonó la percepción de la belleza que comenzó a expandirse a todo lo que miraba. Todo ese fluir aparentemente caótico cobraba sentido para esa mirada, en cierto modo enamorada de lo que veía.

Uno diría que la coherencia del plan de Dios allí se manifestaba y que de forma inexpresable la Salvación frente a mi se desenvolvía.

Es a este tipo de experiencias, a las que necesitas acceder con cierta frecuencia, para que se te facilite actuar en la Presencia. No es difícil entonces que tu hacer sea minucioso y reverente como adecuada liturgia.

Puedes encontrar la condición adecuada en tu espíritu para vivir “oficiando”, para que la acción mas nimia se torne significante.

Puede uno descubrir  la Eucaristía cósmica que anima lo que existe y sumarse a ella como acólito dichoso, participar con la propia vida en un coro de continua alabanza.

(Continúa…)

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