Escalando el alma

Muy estimadas hermanas y hermanos en el amor de Cristo.

Con frecuencia se comenta en los intercambios espirituales, la dificultad para mantenerse en una línea de conducta a lo largo del tiempo, sin sufrir penosas caídas o al menos, grandes vaivenes y oscilaciones en el fervor, la oración y la disciplina personal asumida.

Así, al entusiasmo inicial suele sucederle una creciente pérdida del vigor en lo emprendido, dándose en ocasiones el caso de que un desánimo cada vez mas pertinaz, termina por adueñarse del corazón.

No es extraño que muchos convivan durante años con estas “subidas y bajadas”, no sabiendo como hacer en lo concreto para estabilizar una anhelada ascesis. Otros, se sienten siempre “en los comienzos”, al verse vencidos por la pereza o al no encontrar nunca el espacio necesario entre sus muchas ocupaciones, la mayoría de las veces cumpliendo lo que les pide su estado de vida. Otros más, con voluntad, mantienen la estructura de una disciplina, habiendo perdido en algún recodo del camino el sentido que la originó.

Son pocos los que iniciando una labor ascética, persisten y con devoción íntima crecen y continúan firmes atravesando los embates, hasta ubicarse en la región de los impasibles.

Un factor a tener en cuenta para cambiar la situación, radica en el criterio que utilizamos para situar el nivel de exigencia que nos impondremos. Llevados por un repentino arrebato solemos proyectar metas y hacer planes, que son imposibles de cumplir en nuestro estado promedio, dado el sitio interior que realmente hemos alcanzado en esta etapa de nuestra vida.

Conviene empezar por lo poco, pero sostenerlo hasta afirmarlo con solidez y recién desde ese nuevo escalón avanzar. Necesitamos humildad y atención para reconocernos y admitir el nivel desde el que partimos.

Otra cuestión importante consiste en la necesidad que tiene todo proceso de acrecentar su impulso con cierta periodicidad. No podemos avanzar en nuestro desarrollo espiritual en línea recta. En verdad, si no se avanza aunque sea de a poco, se retrocede. Es difícil reconocerlo. El que regresa lento no lo advierte, pero regresa igualmente.

Con asiduidad hay que darse nuevo impulso. Hay que volver a impulsarse, pero no cuando se ha caído, sino antes, cuando nos parece que estamos asentados en la norma que hemos abrazado. De otro modo se produce una costumbre que termina por dejarnos en la acedia.

Si se cuenta con un padre espiritual, a este le cabe la responsabilidad de vigilar los intervalos en los que se producirá este nuevo envión; sino es preciso dárselo uno mismo. Retiros en fechas programadas, reuniones con amigos interesados en los mismos temas, una peregrinación que nos obligue a invertir fuerzas en una meta concreta, pueden ser algunos de los recursos a utilizar.

Pero sobre todo debemos evaluarnos con sinceridad y mirar nuestro día cara a cara, sin engañarnos. ¿Que es lo que hice hoy? y, ¿Que me había planteado hacer?. El grado habitual de desvío nos dejará perplejos.

Mi padre espiritual decía que lo que a uno le interesa se percibe en la conducta y no en lo que uno dice, ni siquiera en lo que ansía.

(Continúa en el próximo post...)

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