Espiritualidad del diálogo

by Equipo de Hesiquia blog en 19 febrero, 2010

Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales acerca de la Espiritualidad del Diálogo

Excelencia:1. Aunque siempre han existido contactos entre católicos y seguidores de otras religiones, el Concilio Vaticano II, y en particular la Declaración Nostra Aetate, pueden ser considerados como un momento clave en estas relaciones. Allí se ha renovado la mirada de la Iglesia hacia las otras religiones. En los años siguientes, guiados por las enseñanzas del Magisterio pontificio y por documentos tales como La actitud de la Iglesia frente a los seguidores de otras religiones (1984) y Diálogo y anuncio (1991), los católicos han ido realizando considerables esfuerzos para encontrar a los seguidores de otras religiones. Han realizado varias iniciativas que, con el tiempo, han ido aumentando y siendo cada vez más difundidas. Los encuentros con personas de otras religiones se verifican en la vida cotidiana, en la promoción conjunta de proyectos sociales, en el intercambio de experiencias religiosas, y en intercambios formales donde cristianos y otros creyentes discuten asuntos de fe o práctica.

Los católicos y los otros cristianos comprometidos en tal diálogo interreligioso se están convenciendo cada vez más de la necesidad de una acertada espiritualidad cristiana que sostenga sus esfuerzos. El cristiano que encuentra a otro creyente no está comprometido en una actividad marginal de su fe. Al contrario, es algo que surge de la exigencia de esa fe. Surge de la fe y debe ser nutrido por la fe.

En octubre de 1998, el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso asumió como tema de su Asamblea Plenaria «la espiritualidad del diálogo». Al final de la Asamblea, los miembros pensaron que sería muy útil compartir algunas reflexiones con nuestros hermanos en el episcopado de todo el mundo. Me han pedido entonces que les escribiese un informe sobre algunas de las consideraciones hechas al respecto durante nuestra reunión, y que pidiese sus reacciones con miras a la realización de un eventual documento de nuestro Consejo.

2. Dios es amor y comunión

Dios es amor y comunión. Como nos dice san Juan, Dios es amor (cf. 1Jn 4,16). El misterio de la Santísima Trinidad nos revela que el Padre eterno ama al Hijo, el Hijo ama al Padre, y este mutuo amor del Padre y el Hijo es la persona del Espíritu Santo. Es mas, el Padre se comunica a Sí mismo totalmente al Hijo que es Dios de Dios, luz de luz. El Espíritu Santo que procede del Padre y el Hijo es junto con el Padre y el Hijo un solo Dios que es comunión en la profundidad de su misterio. Este misterio trinitario de amor y comunión es el modelo eminente para las relaciones humanas y es el fundamento del diálogo.

3. Dios se comunica a Sí mismo a la humanidad

Por esta sobreabundancia de amor, Dios decidió comunicarse a Sí mismo a los seres humanos que Él había creado. El Unigénito Hijo de Dios asumió la naturaleza humana «para reunir a todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11: 52), restaurar la comunión entre Dios y la humanidad, comunicar la vida divina a las gentes y, finalmente, darles la visión eterna de Dios.

La encarnación es la suprema manifestación de la voluntad salvífica de Dios. Es el camino escogido por Dios para ir en búsqueda de los seres humanos, dañados y enajenados de Dios a causa del pecado original, como el pastor va en busca de la oveja perdida. La encarnación significa, de un lado, que el Hijo de Dios asumió todo lo que es positivo en la naturaleza humana. De otro lado, toma la forma de kenosis. Como san Pablo escribe a los Filipenses: «tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2:5-8). Este fue el camino escogido por el plan divino para restablecer la comunión entre la humanidad y Dios, recapitular todas las cosas de modo que finalmente «Dios sea todo en todos» (1Cor 15:28; cf. Ef 1:15). Es así que, cuando los cristianos encuentran a otros creyentes, están llamados a tener a Cristo en su mente, a seguir sus pasos.

4. Conversión a Dios

El cristiano que desea entrar en contacto y establecer una colaboración con otros creyentes tiene que esforzarse, antes que nada, por convertirse a Dios. En este contexto la conversión a Dios es entendida como una apertura a la acción del Espíritu Santo al interno de uno mismo, buscando positivamente discernir cuál sea la voluntad de Dios y obedecerla, tal como es nota, mediante una conciencia informada. Cada uno puede, y debe, hacer progresos en este compromiso de buscar y cumplir la voluntad de Dios. Mas aún, tanto más las partes en el diálogo interreligioso «buscan el rostro de Dios» (cf. Sal 27:8), tanto más cerca estarán unos de otros y tendrán una mejor oportunidad de entenderse mutuamente. Puede verse, entonces, que el diálogo interreligioso es una actividad profundamente religiosa.

5. Identidad cristiana en diálogo

El cristiano que encuentra a otros creyentes lo hace como un miembro de la comunidad de fe cristiana, o sea, como un testigo de Jesucristo. Es importante que el cristiano tenga una clara identidad religiosa. El diálogo interreligioso no pide que el cristiano deje de lado algunos elementos de su fe o de su práctica cristiana, ni que los ponga entre paréntesis, o menos todavía, que dude de ellos. Al contrario, los otros creyentes quieren conocer claramente quienes están encontrando.

Es nuestra firme convicción que Dios quiere que todas las personas se salven (cf. 1Tim 2:4) y que Él puede conceder su gracia también fuera de los limites visibles de la Iglesia (cf. LG 16; Redemptor Hominis 10). Al mismo tiempo, el cristiano es consciente que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es el único y sólo Salvador de toda la humanidad, y que sólo en la Iglesia que Cristo ha fundado pueden ser encontrados los medios de salvación en toda su plenitud. Esto no debe, en algún modo, inducir a asumir una actitud triunfalista o a actuar con un complejo de superioridad. Al contrario, es con humildad y con el deseo de un mutuo enriquecimiento que uno podrá encontrarse con los otros creyentes, mientras se mantiene firme en las verdades de la fe cristiana. El diálogo interreligioso, cuando es conducido en esta visión de fe, en ninguna manera lleva a un relativismo religioso.

6. Anuncio y diálogo

En el diálogo, el cristiano es llamado a ser un testigo de Cristo, imitando el Señor en su proclamación del Reino, su preocupación y compasión por cada persona individual y en el respeto por su libertad personal. Es necesario redescubrir la estrecha conexión que existe entre el diálogo y la proclamación como elementos de la misión evangelizadora de la Iglesia (cf. Diálogo y anuncio 77-85). Estos elementos no son intercambiables, ni pueden confundirse, todavía ellos están relacionados (cf.Redemptoris Missio 55). El anuncio aspira a la conversión en el sentido de la aceptación libre de la Buena Noticia de Cristo y a convertirse en un miembro de la Iglesia. El diálogo, por su parte, presupone la conversión en el sentido de un retorno al corazón de Dios en el amor y obediencia a Su voluntad, en otras palabras, apertura del corazón a la acción divina (cf. Actitud de la Iglesia frente a los seguidores de otras religiones 37). Es Dios quien atrae a las personas a Sí mismo, enviando su Espíritu que actúa en lo profundo de los corazones.

7. La necesidad de entender a los otros creyentes

El cristiano comprometido en iniciativas interreligiosas siente cada vez más la necesidad de comprender las otras religiones para precisamente entender mejor a los creyentes de las mismas. Se podrá notar que existen muchos puntos comunes: creer en un Dios que es Creador, la aspiración a la trascendencia, la práctica del ayuno y la limosna, el recurso a la oración y la meditación, la importancia del peregrinaje. Las diferencias, en todo caso, no deben ser subestimadas. Una espiritualidad cristiana del diálogo crecerá si ambas dimensiones son mantenidas. Mientras se aprecia la acción del Espíritu de Dios entre las gentes de otras religiones, no solo en los corazones de los individuos, sino también en algunos de sus ritos religiosos (cf. RM 55), la unicidad de la fe cristiana será respetada.

8. En fe, esperanza y caridad

La espiritualidad para animar y sostener el diálogo interreligioso es la que es vivida en la fe, la esperanza y la caridad. Existe fe en Dios, que es el Creador y Padre de toda la humanidad, que permanece en la luz inaccesible y cuyos misterios la mente humana es incapaz de penetrar. La esperanza caracteriza un diálogo que no pide ver resultados inmediatos, pero asume con firmeza la convicción que «el diálogo es un camino para el Reino y seguramente dará sus frutos, aunque los tiempos y momentos los tiene fijados el Padre (cf. Hc 1,7)» (RM 57). La caridad que viene de Dios, y nos es comunicada por el Espíritu Santo, anima al cristiano a compartir el amor de Dios con otros creyentes de un modo gratuito. El cristiano está pues convencido de que la actividad interreligiosa brota del corazón de la fe cristiana.

9. Alimentada por la oración y el sacrificio

Esta espiritualidad es alimentada por la oración y el sacrificio. La oración une al cristiano con la bondad y el poder de Dios, sin el cual nada podemos hacer (cf. Jn 15,5). Sin la acción vivificante de Dios, la mera actividad humana no es capaz de efectuar ningún bien espiritual permanente. El sacrificio refuerza la oración y promueve la comunión con los otros. Los cristianos, por su fe, aprenden a amar a los otros creyentes aun cuando estos últimos aparentemente no prueben reciprocidad, o al menos no inmediatamente. La enseñanza de Cristo es que tenemos que amar desinteresadamente, que debemos estar listos para caminar una milla más, que no debemos buscar la venganza si sufrimos malos tratos sino que debemos buscar vencer el mal con el bien. Este no es un signo de debilidad, sino de fortaleza espiritual.

10. Sus sugerencias

Al comunicar estas reflexiones de nuestra Asamblea Plenaria a nuestros hermanos en el episcopado, mediante Uds., los Presidentes de las Conferencias Episcopales, deseo solicitar sus propias reflexiones y sugerencias. Es obvio que estas tendrán en cuenta la experiencia del diálogo interreligioso en su área, las dificultades encontradas, pero también los frutos que han sido evidenciados. Le sería muy grato si pudiese recibir su respuesta antes del mes de septiembre de 1999. Ello sería extremamente útil para nuestro Consejo pontificio para la preparación de un eventual documento sobre la espiritualidad del diálogo.

Agradeciéndole su cooperación, me suscribo de S.E. devotisimo en Cristo,

Francis Cardenal Arinze
Presidente

Ciudad del Vaticano, 3 marzo 1999

Extraído de:

vatican