La paz del corazón
El rápido crecimiento del monacato cristiano en el s. IV, está marcado por la aparición de tres reglas cenobíticas. Estos tres primeros textos destinados a ejercer una permanente influencia en la larga cadena de documentos legislativos que les seguirán, aparecen sucesivamente en el Alto Egipto, Asia Menor y África.
El idioma y el entorno son tan distintos como las regiones: Pacomio escribe en copto, Basilio en griego, Agustín en latín. Los intervalos son regulares: treinta o cuarenta años -una generación- separan las legislaciones pacomiana (hacia 320-346), basiliana (hacia 361-378) y agustiniana (hacia 394-397) A pesar de esta separación cronológica, que debería permitir a cada obra influir en la siguiente, no parece que Basilio haya leído a Pacomio, ni Agustín a sus dos predecesores. Son producciones originales que aparecen así, una después de otra, en tres rincones de la cristiandad.
La extrema diversidad de contenidos y de formas confirma esta independencia. A lo largo de las cuatro colecciones que se le atribuyen, Pacomio ordena, por medio de pequeños artículos yuxtapuestos un reglamento comunitario minucioso, en que faltan casi por completo los fundamentos escriturísticos, las motivaciones razonadas y los consejos espirituales. En Basilio, por el contrario, sobreabundan las citas de la Biblia, las consideraciones teóricas y los desarrollos de espiritualidad, relegando a segundo plano las normas prácticas poco numerosas y poco detalladas.
En cuanto a la Regla de Agustín (el Ordo monasterii, seguido por el Praeceptum), se encuentra a mitad de camino entre estos dos extremos, pero sus dimensiones mínimas la hacen contrastar, marcadamente, a su vez, con la obra pacomiana, de longitud casi triple, y sobre todo con la muy amplia Regula Basilii, cuya forma primitiva y breve, es incluso cerca de diez veces más larga 1 . Por lo demás, la redacción continuada de Agustín tiene poca relación con la fragmentación y el desorden de la mayor parte de las Cuestiones de Basilio, por no decir nada de los artículos de Pacomio.
Deberíamos recalcar otras semejanzas y desemejanzas -volveremos a ellas- pero éstas son suficientes para situar someramente nuestro objeto, la regla basiliana, entre sus dos hermanas. Ahora este mismo objeto exige ser considerado en su complejidad, a fin de hacer inteligible el propósito del presente estudio y su título.
Algunos trabajos recientes —especialmente los de J. Gribomont 2 —, han puesto en evidencia la génesis y las relaciones de las diferentes piezas, recensiones y versiones, cuyo conjunto constituye lo que hoy llamamos -bien impropiamente- las “Reglas monásticas “de san Basilio. Estas no parecen remontarse a los primeros tiempos en que Basilio vivió la vida monástica en Annesi (359-361), cuando trazaba el programa todavía genérico de las “Reglas morales” y describía poéticamente su existencia retirada en la Carta 2, sino al período siguiente, durante el cual visita, como sacerdote asceta, las fraternidades no fundadas por él, y responde a las variadas cuestiones que se le plantean.
Estas preguntas y respuestas, puestas por escrito, fueron reunidas en un primer momento en un cuerpo de doscientas tres Cuestiones, el Pequeño Asceticón, que sólo sobrevivió en sus traducciones latina y siríaca. La versión latina, hecha por Rufino probablemente en 397, es especialmente importante, no sólo por su exactitud, sino también por la influencia que ejercerá en el monacato latino 3 . Es la Regula sancti Patris nostri Basilii que cita san Benito 4 .
Poco después de este primer corpus, Basilio redacta su Carta 22, que condensa, en la forma voluntariamente seca de una cincuentena de máximas, la sustancia del Pequeño Asceticón. Pero las giras de visitas se repiten, provocando nuevas preguntas y respuestas. De estos intercambios continuos, así como de las reflexiones más maduras que les siguen, se origina un copioso suplemento de Cuestiones, que Basilio sólo concluirá y unirá a la obra primitiva cuando lo hayan hecho obispo (370). Este Gran Asceticón será editado por él en varias formas, origen de múltiples recensiones que nos dan a conocer manuscritos griegos y versiones en diversas lenguas.
De estas recensiones la más importante para nosotros es la “Vulgata”, constituida hacia fines del s. V, porque fue la única impresa y hoy es accesible a todos 5 . Presenta dos series de Interrogaciones, ordenadas con dos numeraciones distintas: en primer lugar, cincuenta y cinco Cuestiones largas (las “Grandes Reglas”), luego trescientas trece Cuestiones breves (las “Pequeñas Reglas”). Aunque la primera categoría, la de las Interrogaciones largas o “desarrolladas” 6 , debe ciertamente su origen al mismo Basilio, no podríamos decir esto mismo de su división en cincuenta y cinco números.
En realidad, parece que originalmente sólo existían dieciocho Grandes Reglas, que correspondían más o menos a las veinte de algunas recensiones que llegaron hasta nuestros días. Debemos volver a esta distribución primitiva, si queremos restituir su verdadero rostro a la primera parte de la obra 7 .
Otra consideración indispensable es la de las relaciones entre el Gran y el Pequeño Asceticón. De las doscientas tres Cuestiones primitivas, las once primeras vuelven a encontrarse ampliadas al doble, en las Grandes Reglas 1-23, mientras que las ciento noventa y dos restantes, no alargadas pero si redistribuidas, se ubicaron en las Pequeñas Reglas. El resto del Gran Asceticón es totalmente original, ya sea las Grandes Reglas 24-55, o las ciento veintiuna Pequeñas Reglas nuevas mezcladas con las antiguas. El Gran Asceticón, en su conjunto, debe ser por lo menos dos veces más largo que el Pequeño.
ADALBERT DE VOGÜÉ, OSB