Guía Espiritual


Miguel de Molinos (1627 – 1697)

El camino a la paz interna en todas las cosas
es conformarse al placer y la disposición de la voluntad divina.

Aquellos que en todas las cosas tienen éxito y que las cosas les suceden de acuerdo con sus deseos, no han llegado a conocer este camino: No conocieron el camino de la paz (Rom 3:17). Y por lo tanto llevan una vida dura y amarga, siempre ansiosos y de mal humor, sin pisar el camino de la paz, el cual consiste en la conformidad total a la voluntad de Dios. Esta conformidad es el dulce yugo que este PRÓLOGO nos introduce, a las regiones de paz interna y serenidad. De esta manera podemos saber, que la rebelión de nuestra voluntad es la razón principal de nuestra inquietud; y que porque no nos sometemos al dulce yugo de la voluntad divina, sufrimos tantas dificultades y problemas. ¡Ay alma! Si nos sometemos a la voluntad divina, y a toda su disposición, ¡qué tranquilidad vamos a sentir! ¡Que paz tan dulce! ¡Qué serenidad interior! ¡Qué felicidad suprema, ferviente felicidad! Esta es entonces la esencia de este libro. Espero que sea la voluntad de Dios darme su luz divina, para poder descubrir las partes secretas de este camino interno, y felicidad principal de paz perfecta.

GUÍA ESPIRITUAL

LIBRO  I

CAPITULO I

Para que Dios descanse en el alma,
se ha de pacificar siempre el corazón en cualquier inquietud,
tentación o tribulación.

Has de saber que es tu alma el centro, la morada y reino de Dios; pero para que el gran rey descanse en ese trono de tu alma, has de procurar tenerla limpia, quieta, vacía y pacífica. Limpia de culpas y defectos, quieta de temores, vacía de afectos, deseos y pensamientos, y pacífica en las tentaciones y tribulaciones.

Debes, pues, tener siempre pacífico el corazón para conservar puro ese vivo templo de Dios, y con recta y pura intención has de obrar, orar, obedecer y sufrir sin ningún tipo de alteración cuanto el Señor considere enviarte. Porque es cierto que por el bien de tu alma y tu provecho espiritual, Dios ha de permitir al envidioso enemigo que turbe esa ciudad de quietud y trono de paz con tentaciones, sugestiones y tribulaciones, y por medio de las criaturas, con penosas molestias y grandes persecuciones.

Sé constante y pacifica tu corazón en cualquiera inquietud que te ocasionaren estas tribulaciones. Entra allá adentro en tu interior para vencerlas, que allí está la divina fortaleza que te defiende, te ampara y por ti pelea. Si un hombre tiene una fortaleza segura, no se inquieta aunque le persigan los enemigos, porque al entrar allá dentro, quedan burlados y vencidos. El castillo fuerte para triunfar sobre tus enemigos visibles e invisibles, y sobre todas tus acechanzas y tribulaciones, está dentro de tu misma alma, porque allí reside la ayuda divina y el socorro soberano; entra allá dentro y todo quedará quieto, seguro, pacífico y sereno.

Tu principal y continuo ejercicio ha de ser pacificar ese trono de tu corazón para que repose en él el soberano rey. El modo de pacificarlo ha de ser entrándote dentro de ti mismo por medio del recogimiento interior . Todo tu amparo ha de ser la oración y recogimiento amoroso en la divina presencia. Cuando te vieres más combatido, retírate a esa región de paz, donde hallarás la fortaleza. Cuando estés más temeroso, recógete a ese refugio de la oración, única arma para vencer al enemigo y sosegar la tribulación. No te has de apartar de ella en la tormenta, hasta que experimentes, como otro Noé, la tranquilidad, la seguridad y serenidad, y hasta que tu voluntad se halle resignada, devota, pacífica y animosa.

Finalmente, no te aflijas ni desconfíes cuando estés temeroso; él vuelve a aquietarte siempre que te alteres, porque esto es todo lo que quiere este divino Señor de ti, para reposar en tu alma y hacer un rico trono de paz en ella, que busques dentro de su corazón, por medio del recogimiento interior y con su gracia divina, el silencio en el bullicio, la soledad en la compañía, la luz en las tinieblas, el olvido en el agravio, el aliento en la cobardía, el ánimo en el temor, la resistencia en la tentación, la paz en la guerra y la quietud en la tribulación.

CAPITULO II

Aunque el alma se vea privada del discurso,
debe perseverar en la oración y no afligirse,
porque esa es su mayor felicidad.

Te hallarás como todas las demás almas a quienes el Señor llama al camino interior, llena de confusión y dudas por haberte faltado el discurso en la oración.  Te parecerá que ya Dios no te ayuda como antes, que no es para ti el ejercicio de la oración, que pierdes el tiempo, pues no puedes, aun con fatiga, hacer un solo discurso como solías.

¿Qué aflicciones y perplejidades te causará esta falta de discurso? Y si en esta ocasión no tienes un padre espiritual experimentado en el camino místico, crecerá en ti la pena y en él la confusión. Juzgará que no está bien dispuesta tu alma, y que para la seguridad de tu conciencia tienes necesidad de una confesión general, y no se sacará más de esto que la confusión de ambos. ¡Oh, cuántas almas son llamadas al camino interior, y en vez de guiarlas y adelantarlas los padres espirituales, por no entenderlas les detienen en su curso y las arruinan! Debes, pues, persuadirte, para no volver atrás cuando te faltare el discurso en la oración , que ésa es tu mayor felicidad, porque es señal clara que el Señor te quiere hacer caminar por fe y en silencio en su divina presencia, cuya senda es la más provechosa y la más fácil. Porque con una sencilla vista o amorosa atención a Dios, se representa el alma como un humilde mendigo delante de su Señor, o como un niño sencillo se arroja en el suave y seguro seno de su amada madre. Así lo dijo Gerson:…me haya entregado durante cuarenta años a la lectura y a la oración, nada he encontrado más eficaz y provechoso para el logro de la teología mística que éste: que nuestro espíritu llegue a ser ante Dios como pequeñuelo y mendigo.

No sólo es esta oración la más fácil, pero es también la más segura, porque está libre de las operaciones de la imaginación, la cual siempre está sujeta a los engaños del demonio y a los movimientos del humor melancólico y de discursos, en los cuales el alma fácilmente se distrae, y con la especulación se enmaraña mirándose a sí misma.

Queriendo Dios enseñar a su caudillo Moisés (Éxodo 24:15) y darle las tablas de piedra con la ley divina escrita, le llamó a la falda del monte, en cuyo instante, estando Dios en él, el monte quedó tenebroso, rodeado de nubes oscuras y densas, y Moisés quedó inerte, sin saber ni poder pensar nada. Después de siete días, Dios mandó a Moisés subir a lo alto del monte, donde se le manifestó glorioso y le llenó de gran consuelo. (Éxodo 38:18-21 y 34:6)

Así al principio, cuando Dios quiere, de modo extraordinario, conducir el alma a la escuela de las divinas y amorosas noticias de la ley interior, la hace caminar con tinieblas y sequedades para acercarla a sí, porque sabe muy bien la Divina Majestad que para llegarse a él y entender los divinos documentos, no es el medio el del esfuerzo propio y del discurso, sino el de la resignación con silencio.

¡Qué grande ejemplo nos dio el patriarca Noé! Después de haberle tenido todos por loco, y estar en medio de un indómito mar, inundado por todo el mundo, sin velas ni remos, rodeado de animales feroces dentro del arca cerrada, caminó con sólo la fe, sin saber ni entender lo que Dios quería hacer de él.

Lo que a ti más te importa (oh alma redimida), es la paciencia y no dejar la empresa de la oración , aunque no puedas aumentar tus razonamientos ; camina con fe firme y con el santo silencio, muriendo en ti mismo con todas tus habilidades naturales, que Dios es quien es, y no cambia, ni puede errar, ni querer otra cosa más que tu bien. Claro está que quien va a morir, es seguro que va a sentir dolor; pero ¡qué bien empleado tiempo el estar el alma muerta, muda y resignada en la divina presencia, para recibir sin impedimento las influencias divinas!

Los sentidos no son capaces de recibir los beneficios divinos; así, si tú quieres ser feliz y sabio, calla y cree, sufre y ten paciencia, confía y camina, que más te importa el callar y dejarte llevar de la mano divina que cuantos bienes hay en el mundo. Y aunque te parecerá que no haces nada y que estás inactivo, estando así, mudo y resignado, el fruto es infinito.

Considera la bestia vendada dando vueltas a la rueda del molino, que si bien no ve ni sabe lo que hace, obra mucho en moler el trigo, y aunque no lo pueda probar, su dueño obtiene el fruto y lo prueba. ¿Quién no va a creer que después de tanto tiempo que está la semilla debajo de la tierra, que ésta no se muera? Y después se ve salir, crecer y multiplicar. Lo mismo hace Dios en el alma cuando la priva de la consideración y discurso, pues cuando ella piensa que no está haciendo nada y que está perdida, con el tiempo se halla mejorada, despegada y perfecta, sin haber jamás esperado tanta dicha.

Procura, pues, no afligirte ni volver atrás, aunque no puedas discurrir en la oración; sufre, calla y ponte en la presencia divina; persevera con constancia y fía de su infinita bondad, que te ha de dar la fe constante, la verdadera luz y la divina gracia. Camina a ciegas, vendado, sin pensar ni discurrir; ponte en sus manos amorosas y paternales, sin querer hacer otra cosa que su divina voluntad.

CAPITULO III

Prosigue lo mismo.

Es el común sentir de todos los santos que han experimentado el espíritu, y de todos los maestros místicos, que el alma no puede llegar a la perfección y unión con Dios por medio de la reflexión y discurso; porque esto sólo ayuda para comenzar el camino espiritual hasta alcanzar un hábito de conocimiento propio de la hermosura de la virtud y de la fealdad del vicio, cuyo hábito, en opinión de Santa Teresa, se puede alcanzar en seis meses, y en la opinión de San Buenaventura, en dos.

¡Oh qué compasión se les ha de tener a la casi infinita cantidad de almas que desde que comienzan hasta que acaban la vida se emplean en mera reflexión, obligándose a discurrir, aunque Dios las prive del discurso para pasarlas a otro estado y oración más perfecta! Y así se quedan, después de muchos años, imperfectas, y al principio, sin hacer progreso ni aun dar un paso en el camino del espíritu, rompiéndose la cabeza con la composición del lugar, con la elección de los puntos, imaginaciones y discursos forzados; buscando a Dios por afuera teniéndole dentro de sí mismos.

De esto se lamentó San Agustín en el tiempo que Dios le conducía al camino místico, diciéndole a Su Divina Majestad: «Yo erré, Señor, como la oveja perdida, buscándote con discurso ansioso por fuera, estando tú dentro de mí; trabajé mucho buscándote fuera de mí, y tú tienes tu habitación dentro de mí, si yo te deseo y anhelo por ti. Rodeé las calles y las plazas de la ciudad de este mundo buscándote, y no te hallé, porque mal buscaba fuera lo que estaba dentro de mí mismo. (Soliloquios., Capítulo XXXI)

Véase al doctor angélico Santo Tomás que, con ser tan cauteloso en todos sus escritos, parece burlarse de aquellos que por afuera van siempre buscando a Dios por discurso, teniéndole presente dentro de sí mismos: «Gran ceguedad y demasiada necedad (dice el santo) hay en algunos que siempre buscan a Dios, continuamente suspiran por Dios, frecuentemente desean a Dios, claman y llaman cada día a Dios en la oración, siendo ellos mismos (según el apóstol) Templo vivo de Dios y su verdadera habitación, siendo su alma la silla y trono de Dios, en la cual descansa continuamente. ¿Quién, pues, sino un necio busca por fuera un instrumento, sabiendo que lo tiene encerrado dentro de casa? ¿O quién se conforta con el manjar que apetece y no lo prueba? Así es la vida de algunos justos: siempre buscando y nunca gozando, y así todas sus obras son menos perfectas.» (Opuse. 63, Cap. III, in fin.)

Es certero que Cristo Señor Nuestro enseñó a todos las perfección, y quiere siempre que todos sean perfectos, con especialidad los ignorantes y sencillos. Él manifestó claramente esta verdad cuando eligió para su apostolado a los más ignorantes y pequeños, diciendo a su Padre Eterno: Te confieso y doy las gracias (oh Padre Eterno), porque escondiste estas cosas de los sabios y prudentes, y la manifestaste a los sencillos y pequeñuelos (Mateo 11:5). Y es cierto que éstos no pueden alcanzar la perfección por medio de meditaciones intensas y consideraciones sutiles; pero son capaces, como los más doctos, de poder llegar a la perfección por medio de las inclinaciones de la voluntad, de lo cual más principalmente consiste.

San Buenaventura enseña a no pensar en ninguna cosa, ni aun en Dios, porque es imperfección el tener formas, imágenes e ideas, por sutiles que sean, así de la voluntad como de la bondad, Trinidad y unidad, y aun de la misma esencia divina; porque todas estas ideas e imágenes, aunque parezcan tener forma de Dios, no son Dios, el cual no admite imagen ni forma alguna. Allí no conviene pensar cosa alguna acerca de las criaturas, ni de los ángeles, ni de la Trinidad, porque esta sabiduría surgirá mediante inclinaciones de deseos no por contemplación previa. (Misterios Teol., parte 11, q. única, página 685.) Lo que importa no pensar aquí nada de las criaturas, de los ángeles ni del mismo Dios, porque esta sabiduría y perfección no se engendra por la contemplación sutil, sino por el deseo y la inclinación de la voluntad.

No puede el santo hablar con más claridad, y tú te inquietarás y aun querrás dejar la oración porque no puedes o no sabes discurrir en ella, a pesar de tener buena voluntad, buen deseo y pura intención. Si en las crías de los cuervos, que son desamparados de sus padres, pensando que son ilegítimos por verles sin plumas negras, Dios obra con su rocío porque no perezcan, ¿qué hará en las almas redimidas, aunque no puedan hablar ni discurrir, si creen, confían y abren la boca hacia el cielo, manifestando su necesidad?  ¿No es más seguro que la divina bondad ha de proveer para ellas, dándoles el alimento necesario?

Claro está que cuando el alma se halla privada de los placeres sensibles que tenía antes, es un gran martirio y don de Dios no pequeño, caminar con solamente la fe santa por las oscuras y desiertas sendas de la perfección; pero no se puede llegar a ella sino por este penoso aunque seguro medio, y así procura estar constante y no volver atrás, aunque te falte el discurso en la oración; cree entonces con firmeza, calla con quietud y persevera con paciencia si quieres ser dichoso y llegar a la unión divina, a la quietud eminente y suprema paz interior.

CAPITULO IV

No se ha de afligir el alma ni ha de dejar la oración
por verse rodeada de sequedades.

Sabrás que hay dos maneras de oración: una tierna, agradable, amorosa y llena de sentimientos; la otra oscura, seca, desolada, tentada y tenebrosa. La primera es para principiantes, la segunda para los avanzados y los que caminan hacia la perfección. La primera la da Dios para ganar a las almas, la segunda para purificarlas. Con la primera los trata como a niños y miserables, con la segunda los comienza a tratar como a personas fuertes.

Aquel primer camino se puede llamar la vida natural, y de aquellos que van en busca de la devoción sensible, la cual Dios suele dar a los principiantes para que, llevados de aquella pequeña degustación, como el animal del objeto sensible, se den a la vida espiritual. El segundo se llama vida de hombres y es de aquellos que, no procurando dulzura sensible, pelean y batallan contra las propias pasiones para conquistar y alcanzar la perfección, que es empleo propio de hombres.

Ten por seguro que la sequedad es el instrumento de tu bien; porque está libre de sensibilidad, la cual es estorbo que hace detener el vuelo casi a todos los espirituales, y aun los hace volver atrás y dejar la oración, como se ve en muchísimas almas que perseveran solamente mientras gustan el consuelo sensible.

Sabe que el Señor se vale del velo de las sequedades para que no sepamos lo que obra dentro de nosotros y con eso nos humillemos; porque si sintiéramos y reconociéramos lo que obra dentro de nuestras almas, entraría la satisfacción y presunción, pensando que hemos hecho alguna cosa buena, y creyendo que estamos muy cerca de Dios, con lo cual nos vendríamos a perder.

Asienta por cierto en tu corazón que se debe quitar primero toda la sensibilidad para caminar por el camino interior, y el medio de que Dios se vale para hacer esto son las sequedades. Por éstas quita también la reflexión o vista con que mira el alma lo que hace, el cual es el único impedimento para pasar adelante y para que Dios se comunique y obre en ella.

No debes, pues, afligirte ni pensar no sacas fruto por no experimentar muchos sentimientos al salir de la comunión u oración, porque esto es un claro engaño.     El labrador siembra en un tiempo y recoge en otro. Así Dios, en las ocasiones y a su tiempo, te ayudará a resistir las tentaciones y te dará, cuando menos lo pienses, propósitos santos y deseos más eficaces de servirle. Y para que no te dejes llevar por la sugestión vehemente del enemigo, quien, siendo envidioso, te persuadirá que no haces nada y que pierdes el tiempo para que dejes la oración, Dios te quiere declarar algunos de los infinitos frutos que saca tu alma de estas grandes sequedades.

El primero es perseverar en la oración, de cuyo fruto se originan muchos otros.

El segundo, experimentarás un fastidio de las cosas del mundo, el cual va poco a poco arrojando los malos deseos de la vida pasada y produciendo otros nuevos de servir a Dios.

El tercero, vas a ver muchas faltas que antes no veías.

El cuarto, reconocerás, cuando vas a hacer alguna cosa mala, una advertencia en tu corazón que te refrena para que no la ejecutes y otras veces para que no hables, para que no te quejes o te vengues, para que te prives de algún pequeño placer terrenal o para que huyas de esta o aquella ocasión o conversación a que antes ibas y estabas muy quieto, sin ninguna advertencia o estímulo de la conciencia.

El quinto, que después de haber caído por debilidad en alguna leve culpa, sentirás dentro de tu alma una reprensión que te afligirá sobre manera.

El sexto, sentirás dentro de ti deseos de padecer y hacer la voluntad de Dios.

El séptimo, sentirás una inclinación a la virtud y facilidad más grande en vencerte a ti mismo y vencer las dificultades de las pasiones y enemigos que te estorban el camino.

El octavo, te conocerás mejor a ti mismo y aun te confundirás contigo mismo, y sentirás una estima grande de Dios sobre todo lo creado, desprecio de las criaturas y una firme resolución de no dejar la oración, aunque sepas te va a resultar en un cruelísimo martirio.

El noveno, sentirás mayor paz en el alma, amor a la humildad y mortificación, confianza en Dios, sumisión y despego de todas las criaturas, y, finalmente, cuantos pecados habrás dejado de hacer desde que tienes oración es evidencia de que el Señor obra dentro de tu alma sin que lo conozcas, por medio de la oración seca, aunque no lo sientas mientras estás en ella, sino a un tiempo y ocasión.

Todos estos frutos y otros muchos son como nuevos pimpollos que nacen de la oración que tú quieres dejar, por parecerte que está seca, que no ves fruto ni te aprovechas en ella. Se constante y persevera con paciencia, que aunque tú no lo conoces, tu alma se beneficia de esta sequedad.

CAPITULO V

Prosigue lo mismo, declarando cuántas maneras hay de devoción,
y cómo se debe despreciar la devoción sensible,
y que el alma, aunque no discurra, no está inactiva.

Hay dos formas de devoción: una es esencial y verdadera; la otra, accidental y de los sentidos. La esencial es una prontitud de ánimo para obrar el bien , para cumplir los mandamientos de Dios y hacer todas las cosas de su servicio aunque por la flaqueza humana no se pongan en ejecución como se desea. Esta es verdadera devoción, aunque no se sienta gusto, dulzura, suavidad ni lágrimas; antes suele tenerse con tentaciones, sequedades y tinieblas.

La devoción accidental y de los sentidos es cuando a los buenos deseos se les añade blandura de corazón, ternura, lágrimas u otros afectos sensibles. Esta devoción no se debe buscar, sino que es más seguro no desearla y despreciarla, porque además de que suele ser peligrosa, es un gran impedimento para el progreso y para avanzar en el camino interior. Y así sólo debemos abrazar la devoción verdadera y esencial, la cual siempre está en nuestra mano el procurarla, y haciendo cada uno de su parte lo que pudiere, la alcanzará ayudado de la divina gracia.

Algunos piensan cuando experimentan la devoción con placeres sensibles que son favores de Dios y que entonces ya tienen a Dios, y toda la vida consiste en estar ansiosos por ese regalo, y es engaño, porque no es otra cosa que un consuelo de la naturaleza y una pura reflexión con que el alma mira lo que hace; la cual impide que se haga ni se pueda hacer nada, ni se alcance la verdadera luz, ni se dé un paso en el camino de la perfección. El alma es puro espíritu y no siente así los actos interiores y de la voluntad, como son los del alma y espirituales que no son sensibles, con los que no conoce el alma si ama, y la mayoría de las veces no siente si obra.

De aquí inferirás que aquella devoción y placer sensible no es Dios, ni del espíritu, sino resultado de la naturaleza; y por lo tanto debes despreciarle, y no hacer caso, y perseverar con firmeza en la oración, dejándote guiar del Señor, que él te será luz en las tinieblas.

No creas cuando tienes sequedad y oscuridad en la presencia de Dios por fe y silencio que no haces nada, que pierdes el tiempo y que estás inactivo, porque este inactividad del alma, según dice San Bernardo, es el negocio de los negocios de Dios. Esta inactividad es el gran negocio. Y más abajo dice : «La inactividad es no hacer reposar a Dios, porque éste es el negocio de todos los negocios:Lo inactivo es no (1) estar libre para Dios; éste es el negocio de todos los negocios.»

Ni se ha de decir que el alma está inactiva, porque aunque no obra activa, obra en ella el Espíritu Santo. Además, no está sin ninguna actividad, porque obra, aunque espiritual, sencilla e íntimamente. Porque estar atenta a Dios, llegarse a él, seguir sus inspiraciones internas, recibir sus influencias divinas, adorarle en su centro íntimo, venerarle con afecto piadoso de la voluntad, arrojar tantas y tan fantásticas imaginaciones que ocurren en el tiempo de la oración, y vencer con la suavidad y el desprecio tantas tentaciones, todos son actos verdaderos, aunque sencillos y totalmente espirituales y casi imperceptibles, por la tranquilidad grande con que el alma los produce.

CAPITULO VI

No se ha de inquietar el alma por verse rodeada de tinieblas,
porque éstas son el instrumento de su mayor felicidad.

Hay dos formas de tinieblas: unas infelices y otras felices. Las primeras son las que nacen del pecado, y éstas son desdichadas, porque conducen al cristiano al precipicio eterno. Las segundas son las que el Señor permite en el alma para fundarla y establecerla en la virtud; y éstas son dichosas, porque la iluminan, la fortalecen y ocasionan mayor luz; por lo tanto, no has de turbarte, afligirte ni desconsolarte por verte en oscuridad y tinieblas, ni pienses que te falta Dios o la luz que antes experimentabas; antes bien, debes entonces perseverar con constancia en la oración , porque esta es una clara señal que Dios por su misericordia quiere introducirte a la senda interior y el camino dichoso del Paraíso. ¡Oh qué dichoso serás si te aferras a ella con paz y resignación, como instrumentos de la quietud perfecta, de la luz verdadera y de tu todo bien espiritual!

Sabe, pues, que el camino de las tinieblas es de los avanzados y es el más perfecto, seguro y derecho, porque en ellas tiene su trono el Señor: Y puso las tinieblas como refugio suyo (Sal 18:11). Por ellas crece y se hace grande la luz sobrenatural que Dios infunde en el alma. En medio de ellas se engendra la sabiduría y el amor fuerte. Por ellas se aniquila el alma y se consumen las especies que estorban la vista derecha de la verdad divina. Por este medio introduce Dios al alma por el camino interior en oración de quietud y contemplación perfecta, experimentada por tan pocos. Por ellas, finalmente, el Señor purifica los sentidos y sensibilidades que estorban el camino místico.

Mira entonces si no se han de estimar y abrazar las tinieblas; lo que debes hacer en medio de ellas es creer que estás delante del Señor y en su presencia; pero ha de ser con una atención suave y quieta. No quieras saber nada, ni busques regalos, ternuras, ni devociones sensibles, ni quieras hacer otra cosa que el divino beneplácito, porque de otro modo no harás en toda tu vida otra cosa que dar vueltas en círculos y no darás un paso en la perfección.

CAPITULO VII

Para que el alma llegue a la suprema paz interior,
es necesario que Dios la purgue a su modo,

porque no bastan los ejercicios
y mortificaciones que ella pueda tomar por su mano.

Luego que te resolvieres con firmeza a mortificar tus sentidos exteriores para caminar al alto monte de la perfección y unión con Dios, Su Divina Majestad pondrá su mano para purgar tus malas inclinaciones, apetitos desordenados, complacencia vana y estima propia, y otros vicios ocultos que tú no conoces y que reinan en lo íntimo de tu alma, e impiden la unión divina.

No llegarás jamás a este estado dichoso, por más que te fatigues con los ejercicios exteriores de mortificación y resignación, hasta que interiormente el Señor te purgue y te ejercite a su modo, porque él sabe cómo se han de purgar los defectos secretos. Si tú perseveras con constancia, no sólo te purgará de los afectos y apegos de los bienes naturales y temporales, pero a su tiempo te purificará también de los sobrenaturales y sublimes, como son las comunicaciones internas, los raptos y éxtasis interiores y otras gracias infusas, donde se apoya y entretiene el alma.

Todo esto hará Dios en tu alma por medio de la cruz y la sequedad, si tú libremente le das el consentimiento por la resignación, caminando por estos caminos desiertos y tenebrosos. Lo que tú debes hacer es no hacer nada por tu sola elección. Lo que tú debes hacer es sujetar tu libertad y únicamente callar y sufrir, resignándote con quietud en todo lo que el Señor interior y exteriormente te quiere mortificar, porque éste es el único medio para que tu alma llegue a ser capaz de recibir las influencias divinas, mientras sufres la tribulación interior y exterior con humildad, quietud y paciencia, no las penitencias, ejercicios y mortificaciones que por tu mano puedes tomar.

El labrador más estima las hierbas que planta en la tierra que aquellas que por sí solas nacieron, porque éstas no llegan jamás a sazonarse. Del mismo modo Dios estima con más agrado la virtud que Él siembra e infunde en el alma (mientras se halle sumergida en su nada, quieta, tranquila, retirada en su centro y sin ninguna elección) que todas las demás virtudes que el alma pretende conquistar por su elección y esfuerzo.

Lo que importa es preparar tu corazón como un papel en blanco, donde la divina sabiduría pueda formar los caracteres a su gusto. Oh qué grande obra será para tu alma estar en la oración las horas enteras, muda, resignada y humillada, sin hacer, sin saber ni querer entender nada.

CAPITULO VIII

Prosigue lo mismo.

Con nuevo esfuerzo te ejercitarás, pero de manera diferente que hasta ahora, dando tu consentimiento para recibir las operaciones secretas y divinas, y para dejarte labrar y purificar por el divino Señor, que es el único medio para que quedes limpio y purgado de tus ignorancias y disoluciones; pero sabe que has de ser sumergido en un amargo mar de dolores y penas interiores y externas cuyo tormento te penetrará lo más íntimo del alma y del cuerpo.

Experimentarás el desamparo de las criaturas y aun de aquellas de quienes más fiabas que te habían de favorecer y compadecerte en tus angustias. Se secarán los cauces de tu intelecto sin poder hacer discurso alguno ni aun tener un buen pensamiento de Dios. El cielo te parecerá de bronce, sin recibir de él ninguna luz. Ni te consolará el pensamiento de que en el tiempo pasado te haya llovido en tu alma tanta luz y consuelo devoto.

Te perseguirán los enemigos invisibles con escrúpulos, con sugestiones sensuales y pensamientos inmundos, con incentivos de impaciencia, soberbia, rabia, maldición y blasfemia del nombre de Dios, de sus sacramentos y santos misterios. Sentirás una gran tibieza, tedio y fastidio para las cosas de Dios, una oscuridad y tiniebla en el entendimiento, una falta de ánimo, confusión y apretura de corazón; una frialdad y debilidad en la voluntad para resistir, que una pajita te parecerá una viga. Tu desamparo será tan grande, que te parecerá que para ti ya no hay Dios y que estás imposibilitado de tener un buen deseo, con que quedarás como entre dos paredes encerrado en afán continuo y apretura, sin tener esperanza de salir de tan tremenda opresión.

Pero no temas, que todo eso es necesario para purgar tu alma y dar a conocer su miseria, tocando con las manos la aniquilación de todas las pasiones y apetitos desordenados con que ella se alegraba. Finalmente, hasta que el Señor te labre y purifique a su modo con estos tormentos interiores, no arrojarás el Jonás del sentido en el mar, por más que lo procures con tus ejercicios exteriores y mortificaciones, ni tendrás luz verdadera ni darás un paso en la perfección, con que te quedarás al principio y tu alma no llegará a la quietud amorosa y suprema paz interior.

CAPITULO IX

No se ha de inquietar el alma ni ha de volver
atrás en el camino espiritual
por verse combatida de tentaciones.

Nuestra naturaleza es tan vil, tan soberbia y ambiciosa, y tan llena de su apetito y de su propio juicio y parecer, que si la tentación no la refrenara, se perdería sin remedio. El Señor, movido de compasión viendo nuestra miseria y nuestra inclinación perversa, permite que vengan varios pensamientos contra la fe, y tentaciones horribles y vehementes y penosas sugestiones de impaciencia, soberbia, gula, lujuria, rabia, blasfemia, maldición, desesperación y otra cantidad infinita de cosas, para que nos conozcamos y nos humillemos. Con estas horribles tentaciones aquella infinita bondad humilla nuestra soberbia, dándonos en ellas la medicina más saludable.

Como dijo Isaías todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia (Isaías: 64:6), por causa de las manchas de la vanidad, satisfacción y amor propio. Es necesario que se purifiquen con el fuego de la tribulación y tentación para que sean limpias, puras, perfectas y agradables a los ojos divinos.

Por eso el Señor purifica el alma que Él llama y quiere para sí con la lima sorda de la tentación. Con ella la limpia de la escoria de la soberbia, avaricia, vanidad, ambición, presunción y estima propia. Con ella la humilla, la pacifica y ejercita y le hace conocer su miseria. Por ella purifica y desnuda el corazón, para que todas las obras que haga sean puras y de inestimable precio.

Muchas almas, cuando padecen estos tormentos penosos, se turban, se afligen y se inquietan, pareciéndoles que ya en esta vida comienzan a padecerlos eternos castigos; y si por desgracia llegan al confesor que no tiene experiencia, en vez de consolarlas, las deja más confusas y perplejas.

Es necesario creer, para no perder la paz interior, que es la bondad de la divina misericordia cuando así te humilla, aflige y ejercita, pues por este medio llega tu alma a tener un profundo conocimiento de sí misma, juzgando que es la peor, la más mala y la más abominable de la tierra, con que vive humilde, baja y aborrecida de sí misma. ¡Oh qué dichosas serían las almas si se quietasen y creyesen que todas estas tentaciones son ocasionadas del demonio y recibidas de la divina mano para su ganancia y provecho espiritual!

Pero dirás que no es obra del demonio cuando te molesta por medio de las criaturas, sino efecto de la culpa del prójimo y de su malicia por haberte agraviado y ultrajado. Sabrás que ésa es otra tentación sutil y oculta, porque aunque Dios no quiere el pecado ajeno, quiere en ti su efecto y el trabajo que te causa la culpa ajena, para ver en ti logrado el bien de la paciencia.

Si un hombre te hace alguna una injuria, aquí hay dos cosas: el pecado de quien la hace y la pena que tú padeces; el pecado es contra la voluntad de Dios, y le desagrada, aunque lo permite; la pena es conforme a su voluntad, y la quiere para tu bien, y así la has de recibir como de su mano . La pasión y muerte de Cristo Señor Nuestro fueron el resultado de la malicia y pecados de Pilatos, y es cierto que Dios la quiso en su Hijo para nuestra redención.
Mira cómo se sirve el Señor de la culpa ajena para el bien de tu alma. ¡Oh grandeza de la sabiduría divina!  ¡Quién podrá investigar el abismo secreto y los medios extraordinarios y caminos obscuros por donde conducían al alma, la cual Él quiere purgar, transformar y hacer divina!

CAPITULO X

Prosigue lo mismo.

Para que el alma sea habitación del Rey celestial, es necesario que esté limpia, sin ninguna mancha; por eso el Señor la purifica, como al oro, en el fuego de la horrible y penosa tentación. Es cierto que el alma nunca ama más ni cree que cuando anda afligida y fatigada con estas tentaciones; porque aquellas dudas y recelos que la rodean, si cree o no cree, si consiente o no consiente, no son otra cosa que finezas del amor.

Bien claramente lo manifiestan las intenciones que quedan en el alma, que comúnmente son un desagrado consigo misma, con un conocimiento muy profundo de la grandeza y omnipotencia de Dios. Y también con una gran confianza en el Señor, que la ha de librar de todos los riesgos y peligros, con mucha mayor fortaleza en la fe, creyendo y confesando es Dios el que da las fuerzas para sufrir el tormento que ocasionan estas tentaciones, porque sería imposible resistir naturalmente un cuarto de hora, según la fuerza y vehemencia con que algunas veces aprietan.

Debes, pues, conocer que la tentación es tu mayor felicidad; y así, cuando más te apriete, más debes alegrarte con paz, en vez de entristecerte, y agradecer a Dios por el beneficio que te hace. El socorro que has de tener en todas esas tentaciones y pensamientos abominables es despreciarlos con una disimulación sosegada, porque no hay cosa que más lastime al demonio, como soberbio, que verse despreciado y que no se hace caso de él ni de lo que nos trae a la memoria. Y así te has de portar con él como quien no lo oye, y has de estarte en tu paz, sin inquietarte y sin multiplicar razones y respuestas, porque no hay cosa tan peligrosa como trabar razones con quien tan presto nos puede engañar.

Los santos, para llegar a serlo, pasaron por este penoso medio de la tentación, y cuanto más santos llegaron a ser, mayores tentaciones padecieron. Y aun después que llegaron a ser santos y perfectos, Dios Nuestro Señor permitió que fueran tentados con vehementes tentaciones, para que su corona sea mayor y para reprimir en ellos el espíritu de la vanidad, o por no dar lugar a que ésta entre, trayéndolos así seguros, humillados y desvelados del estado que tienen.

Finalmente, has de saber que la mayor tentación es estar sin tentación; y así, debes alegrarte cuando te asalte, y resistirla con paz, constancia y resignación, porque si quieres servir a Dios y llegar a la región alta de la paz interior, has de pasar por esta penosa senda de la tentación, te has de vestir con estas armas pesadas, has de batallar en esta cruel y abominable guerra y por este fuego abrasador te has de pulir, renovar y purificar.

CAPITULO XI

Se declara qué cosa es el recogimiento interior,
y cómo se debe de comportar el alma en él
y en la guerra espiritual con que el demonio
procura perturbarla en aquella hora.

El recogimiento interior es fe y silencio en la presencia de Dios. Por eso te debes habituar a recogerte en su presencia con una atención amorosa, como quien se entrega y se une a Dios con reverencia, humildad y sumisión, mirándole dentro de ti mismo en lo más íntimo de tu alma, sin orden, modo ni figura, en vista y naturaleza general de fe amorosa y obscura, sin alguna distinción de perfección o atributo.

Allí estarás con atención y vista sencilla, con advertencia tranquila y lleno de amor a Dios, resignándote y entregándote en sus manos para que disponga y ordene en ti según su beneplácito, sin hacer reflexión de ti mismo, ni aun a la misma perfección. Allí cerrarás los sentidos, poniendo en Dios el cuidado de todo tu bien, con una soledad y olvido total de todas las cosas dé esta vida. Finalmente, la fe ha de ser pura, sin imágenes ni especies, sencilla, sin discursos y universal, sin reflexión de cosas distintas.

La oración de recogimiento interior está figurada en aquella lucha que dice la Escritura tuvo toda la noche con Dios el Patriarca Jacob, hasta que salió la luz del día y le bendijo; porque el alma ha de perseverar y luchar con las dificultades que sintiere en el recogimiento interior, sin desistir hasta que le amanezca la luz y el Señor le de su bendición.

Aun no bien te habrás entregado a tu Dios en este camino interior, cuando todo el infierno se conjurará contra ti; porque una sola alma recogida interiormente en su presencia hace más guerra a los enemigos que mil de las otras que caminan exteriormente, porque saben la ganancia infinita que obtiene un alma eterna.

En el tiempo del recogimiento Dios estimará más la paz y resignación de tu alma, en la variedad de pensamientos impertinentes, importunos y torpes, que los buenos propósitos y grandes sentimientos. Ten conciencia que el esfuerzo propio que harás para resistir los pensamientos sabe es un impedimento y dejará a tu alma más inquieta: lo que importa es despreciarlos con suavidad, conocer tu miseria y ofrecer a Dios la molestia con paz.

Aunque no puedas salir del afán de los pensamientos, ni sientas luz, consuelo, ni sentimiento espiritual, no te aflijas, ni dejes el recogimiento, porque son acechanzas del enemigo: resígnate entonces con fortaleza, padece con paciencia y persevera en su presencia que mientras de esta manera perseverares tu alma progresa interiormente.

Pensarás, por salir seco de la oración, de la misma manera que la comenzaste, que es falta de preparación, y que no sacas fruto. Es engaño, porque el fruto de la verdadera oración no está en gustar de la luz, ni tener noticia de las cosas espirituales; pues éstas se pueden hallar en el entendimiento especulativo, sin la verdadera virtud y perfección; solamente consiste en padecer con paciencia y perseverar en fe y silencio, creyendo que estás en la presencia del Señor, volviendo a él tu corazón con quietud y pureza de intención, que mientras de esta manera perseverares tienes la única preparación y disposición que en este tiempo necesitas y obtendrás un fruto infinito.

La guerra es muy común en este recogimiento interior. Dios por una parte te privará de la sensibilidad para probarte, humillarte y purgarte. Por otro te acometerán los enemigos invisibles con continuas sugestiones para inquietarte y estorbarte. Por otra te atormentará la misma naturaleza, enemiga siempre del espíritu, que al ser privada de los gustos sensibles, se queda floja, melancólica y llena de tedio, de manera que siente el infierno de todos los ejercicios espirituales, y especialmente en el de la oración. Así te afligirá de sobremanera el deseo de acabarla, por la molestia de los pensamientos, por el cansancio del cuerpo, por el sueño importuno y no poder refrenar los sentidos, que cada uno por su parte quisiera seguir sus gustos. ¡Dichoso tú si perseveras en medio de este martirio!

Todo esto es confirmado, con su celestial doctrina, por aquella gran doctora y maestra mística Santa Teresa, en la Epístola que escribió al Obispo de Osma para instruirle cómo se había de portar en la oración y en la variedad de pensamientos importunos que acometen en aquella hora, donde dice: «Es menester sufrir la importunidad de la muchedumbre de pensamientos e imaginaciones importunas e ímpetus de movimientos naturales, así del alma por la sequedad y desunión que tiene, como del cuerpo por la falta del rendimiento que al espíritu ha de tener.» 8 de Epístola.

Los que son espirituales llaman estas cosas sequedades: pero muy provechosas si se abrazan y sufren con paciencia. El que aprendiere a padecerlas sin rehusarlas sacará provecho infinito de este esfuerzo. Es cierto que en el recogimiento se desata mucho más el demonio con el combate de pensamientos para desbaratar la quietud del alma y apartarla de aquel dulcísimo y segurísimo trato interior, llenándola de horror para que la deje, yendo a ella, la mayoría de las veces, como si la llevasen a un tormento rigurosísimo.

Con este conocimiento dijo la Santa en la carta referida: «Las aves, que son los demonios, pican y molestan al alma con las imaginaciones y pensamientos importunos y los desasosiegos que en aquella hora trae el demonio, llevando el pensamiento y derramándolo de una parte a otra; y tras el pensamiento se va el corazón, y no es poco el fruto de la oración sufrir estas molestias e importunidades con paciencia; esto es ofrecerle en holocausto, que es consumirse todo el sacrificio en el fuego de la tentación, sin que de allí salga cosa de él.» Véase cómo alienta esta celestial Maestra a sufrir y padecer los pensamientos y tentaciones, porque mientras no se consientan doblan la ganancia.

Cuantas veces tú te esfuerces en arrojar con suavidad estos vanos pensamientos, así de tantas coronas te pone el Señor en la cabeza, y aunque te parece no haces nada, desengáñate, que al Señor le agrada mucho un buen deseo con firmeza y estabilidad en la oración.

«Porque el estar allí (concluye la santa) sin sacar nada, no es tiempo perdido, sino de mucha ganancia, porque se trabaja sin interés y solamente por la gloria de Dios, que aunque le parece que trabaja en balde, no es así, sino que acontece como a los hijos que trabajan en las haciendas de sus padres, que aunque a la noche no llevan jornal, al fin de año lo llevan todo.» Mira cómo califica la santa nuestra enseñanza con su preciosa doctrina.

CAPITULO XII

Prosigue lo mismo.

No ama Dios más al que más hace, al que más siente, ni al que muestra más afecto, sino al que más padece, si adora con fe y reverencia, creyendo que está en la divina presencia. Es verdad que el quitarle al alma la oración de los sentidos y de la naturaleza le es riguroso martirio; pero el Señor se alegra y se goza en su paz, si así se está quieta y resignada. No quieras en este tiempo usar la oración vocal, porque aunque en sí es buena y santa, usarla entonces es declarada tentación, con la cual pretende el enemigo que Dios no te hable al corazón, con pretexto de que no tienes sentimientos y que pierdes el tiempo.

Dios no mira las muchas palabras, sino que si es purificado al final. Su mayor contentamiento y gloria en aquel momento es ver al alma en silencio, deseosa, humilde, quieta y resignada. Camina, persevera, ora y calla, que donde no hallarás sentimiento, hallarás una puerta para entrarte en tu nada, conociendo que eres nada, que puedes nada, ni aún tener un pensamiento.

Cuántos han comenzado este dichoso trato de la oración y el recogimiento interior y lo han dejado, tomando por pretexto el tiempo que los pensamientos les desperdician, que no es para ellos la oración, porque no hallan ningún sentimiento de Dios, ni pueden discurrir, pudiendo creer, callar y tener paciencia; todo lo cual no es otra cosa que con ingratitud ir en busca de los placeres sensibles, dejándose llevar del amor propio, buscándose a sí mismos y no a Dios, por no padecer un poco de pena y sequedad, sin darse cuenta de la pérdida infinita que sufren, pues por un mínimo acto de reverencia hecho a Dios en medio de la sequedad reciben un premio eterno.

Dijo el Señor a la venerable madre Francisca López, valenciana, beata del tercer Orden de San Francisco, tres cosas de mucha luz sobre el recogimiento interior. La primera, que más aprovechaba al alma un cuarto de hora de oración con recogimiento de los sentidos y potencias y con resignación y humildad, que cinco días de esfuerzos de penitencia; porque todo es afligir el cuerpo, y con el recogimiento se purifica el alma.

La segunda, que más le agrada a Su Divina Majestad que el alma esté en quieta y devota oración una hora que el ir a grandes peregrinaciones y procesiones, porque en la oración se beneficia ella misma y aquellos por quien ora, es de grande regalo a Dios y merece gran peso de la gloria; y en la peregrinación comúnmente el alma se distrae y derrama el sentido, debilitándole la virtud sin otros peligros.

La tercera, que la oración continua era tener siempre entregado el corazón a Dios, y que un alma, para ser interior, debía caminar más con la inclinación de la voluntad que con fatiga del entretenimiento. Todo ello se halla en su vida. (Tomo II de la Crónica de San Juan Bautista, Religiosos francisc descals fol. 687.)

Mientras más se goza el alma del amor sensible, menos se goza Dios en ella; y al contrario: mientras menos se goza el alma de este sensible amor, más se goza Dios en ella. Y sabe que fijar en Dios la voluntad con el repudio de pensamientos y tentaciones, con la mayor quietud que se pueda, es alto modo de orar.

Concluiré este capítulo desengañándote del común error de los que dicen que en este interior recogimiento u oración de quietud no obran las facultades, y que el alma está inactiva sin ninguna actividad; esto es un claro engaño de los poco experimentados, porque si bien no obra la memoria ni juzga la segunda operación del sentimiento, ni la tercera discurre, obra la primera y más principal operación del entendimiento por la simple aprehensión, ilustrado por la santa fe y ayudado de los distintos dones del Espíritu Santo. Y la voluntad está más apta a continuar un acto que a multiplicar muchos; si bien, así el acto del entendimiento como de la voluntad son tan sencillos, imperceptibles y espirituales, que apenas el alma los conoce ni menos refleja o los mira.

CAPITULO XIII

Lo que debe hacer el alma en el recogimiento interior.

Has de ir a la oración a entregarte del todo en las manos divinas con perfecta resignación, haciendo un acto de fe creyendo que estás en la divina presencia, quedándote después en aquella santa inactividad con quietud, silencio y sosiego, procurando continuar todo el día, todo el año y toda la vida en aquel primer acto de meditación por fe y amor.

No debes de ir a multiplicar estos actos ni a repetir los afectos sensibles, porque impides la pureza del acto espiritual y perfecto de la voluntad; pues además de que son imperfectos estos suaves sentimientos (por la reflexión con que se hacen, por la satisfacción propia y consuelo exterior con que se buscan, saliéndose fuera el alma a las facultades exteriores) no hay necesidad de renovarlos, como dijo muy bien el místico Falconi en la siguiente similitud:

87. «Si se diese a un amigo una rica joya, entregada una vez no hay necesidad de repetir la entrega diciéndole cada día : “Señor, aquella joya os doy; señor aquella joya os doy”, sino dejársela estar allá y no querérsela quitar, porque mientras no se la quite o desee quitar siempre se le tiene dada.»

Del mismo modo, hecha una vez la entrega y resignación amorosa en la voluntad del Señor, no queda más que continuarla, sin repetir actos nuevos y sensibles, mientras no le quites la joya de la entrega haciendo algo grave contra su divina voluntad, aunque te esfuerces por afuera en obras de tu estado y vocación exteriores, porque en esas haces la voluntad de Dios y andas en continua y virtual oración. Siempre ora(dijo Teofilato) el que hace cosas buenas, ni deja de orar sino cuando deja de ser justo.

Debes, pues, despreciar todas estas sensibilidades para que tu alma se establezca y haga el hábito interior del recogimiento, el cual es tan eficaz, que solamente la resolución de ir a la oración revela una presencia viva de Dios, la cual es la preparación para la oración que se va a hacer; o, para decirlo de otra manera, no es otra cosa que una continuación más eficaz de la oración continua, en la cual debe establecerse la persona contemplativa.

¡Qué bien practicó esta lección la venerable madre de Chantal, hija espiritual de San Francisco de Sales y fundadora en Francia de la Orden de la Visitación, en cuya vida (fol. 92) se hallan las siguientes palabras, escritas a su santo maestro: «Carísimo padre: Yo no puedo hacer acto alguno; siempre me parece que esta disposición es más firme y segura; mi espíritu en la parte superior se halla en una simplicísima unidad; no se une, porque cuando quiere hacer actos de unión (lo que procura muchas veces), siente dificultad y claramente reconoce que no puede unirse, sino estar unido. Quisiera servirse el alma de esta unión para servicio de la mañana, de la santa misa, preparación a la comunión y a la acción de gracias; y finalmente, quisiera para todas las cosas estar siempre en aquella simplicísima unidad de espíritu, sin mirar a otra cosa.» A todo esto responde el santo maestro aprobándolo y persuadiéndola a que continúe, recordándole que el reposo de Dios está en la paz.

En otra ocasión escribió al mismo santo estas palabras : «Moviéndome a hacer actos más especiales de mi sencilla intuición, total resignación y aniquilación en Dios, su infinita bondad me reprendió y me dio a entender que esto sólo procedía del amor de mí misma, y que con ello ofendía a mi alma.» (En su vida, fol. 92.)

92. Con lo cual te desengañarás y conocerás cuál es el modo de orar perfecto y espiritual, y quedarás advertido de lo que debes hacer en el recogimiento interior, y sabrás qué es lo que importa para que el amor sea perfecto y puro, disminuir la multiplicación de los actos sensibles y fervorosos, quedándose el alma quieta y con reposo en aquel silencio interno. Porque la ternura, la dulzura y los suaves sentimientos que siente el alma en la voluntad, no es puro espíritu, sino acto mezclado con lo sensible de la naturaleza. Ni es amor perfecto, sino sensible gusto el cual impide y daña al alma, según dijo el Señor a la venerable madre de Chantal.

¡Qué dichosa será tu alma y qué bien empleada estará si se entra dentro y se está en su nada allá en el centro y parte superior, sin advertir lo que hace; si está recogida o no; si la va bien o la va mal; si obra o no obra; sin mirar, ni cuidar, ni atender a cosa de sensibilidad! Entonces el entendimiento cree con acto puro y la voluntad ama con amor perfecto, sin ningún impedimento, imitando aquel acto puro y continuado de meditación y amor que los santos dicen tienen los bienaventurados en el cielo, sin más diferencia que verle ellos allá cara a cara y aquí el alma con el velo de la fe oscura.

¡Oh qué pocas son las almas que llegan a este perfecto modo de orar, por no penetrar bien este interior recogimiento y silencio místico, y por no librarse de la reflexión imperfecta y placer sensible! ¡Oh si tu alma se arrojase sin apercibimiento cuidadoso aún de sí misma a aquella inactividad santa y espiritual, y dijese con San Agustín: ¡Guarde silencio mi alma y vaya más allá de sí misma, no pensándose! (En sus confesiones, lib. IX, capítulo 10, página 59, Conf.) Calle y no quiera hacer ni pensar en nada mi alma; olvídese de sí -misma y anéguese en esa fe obscura: ¡qué segura y qué ganada estaría, aunque le parezca, por verse en la nada, que está perdido!

Corone esta doctrina la epístola que escribió la ilustrada madre de Chantal a una gran sierva de Dios: «Concediéndome la divina bondad -dice la ilustrada madre-esta manera de oración, que con una sencilla vista de Dios me sentía en él toda entregada, embebida y sosegada, continuóme siempre esta gracia, aunque por mi infidelidad me haya opuesto, dando lugar al temor y creyendo ser útil en este estado; por cuya causa, creyendo yo por mi parte hacer alguna cosa, lo echaba a perder todo, y aun de presente me siento tal vez combatida del mismo temor, si bien no es en la oración, sino en los otros ejercicios, en los cuales quiero yo siempre obrar un poco, haciendo actos, aunque conozco muy bien que haciéndolo salgo de mi centro, y veo con especialidad que esta sencilla vista de Dios es también mi único remedio y ayuda en todos mis trabajos, tentaciones y sucesos de esta vida.

«Y, ciertamente, si yo quisiera seguir mi impulso interno, no usaría otro medio en todas las cosas, sin excepción de ninguna; porque cuando pienso fortificar mi alma con actos, discursos y resignaciones, entonces me expongo a nuevas tentaciones y trabajos. A más, que no lo puedo hacer sin gran violencia, la cual me deja a secas; y así me es necesario volver con presteza a esta sencilla resignación, conociendo que Dios me hace ver en este modo que él quiere que totalmente se impidan las operaciones de mi alma porque su divina actividad lo quisiera obrar todo. Y por ventura no tiene de mí otra cosa que esta única vista en todos los ejercicios espirituales, en todas las penas, tentaciones y aflicciones que me puede suceder en esta vida. Y es la verdad que cuanto más tengo mi espíritu quieto con este medio, tanto mejor me sale todo, desvaneciéndose luego todas mis aflicciones. Y mi beato padre San Francisco de Sales me lo aseguró muchas veces.

«Nuestra difunta madre superiora fue la madre María de Caltel. Ella me estimulaba a estar firme en esta vía y a no temer nada en esta sencilla vista de Dios; decíame que esto bastaba y que cuanto mayor es la desnudez y quietud en Dios, mayor suavidad y fuerza recibe el alma, la cual debe procurar ser tan pura y sencilla, que no tenga más apoyo que sólo en Dios.

«A este propósito se me ofrece que hace pocos días me comunicó Dios una luz, la cual se me estampó de manera como si desnudamente lo viera; y es que yo no debo jamás mirarme a mí misma, sino caminar a ojos cerrados, apoyada en mi amado, sin querer ver ni saber el camino por el cual me guía, ni pensar en nada, ni aun pedirle gracias, sino estarme sencillamente toda perdida y sosegada en El.» Hasta aquí aquella mística e ilustrada Maestra, con cuyas palabras se acredita nuestra doctrina.

CAPITULO XIV

Se declara cómo puesta el alma en la presencia de Dios,
con resignación perfecta por el acto puro de fe, va siempre
en la oración y fuera de ella en contemplación virtual y adquirida.

Me dirás (como me han dicho muchas almas), que hecha la entrega de mí mismo con perfecta resignación en la presencia de Dios, por el acto puro de fe ya referido, que no mereces ni aprovechas, porque el pensamiento se distrae de manera especial fuera de la oración, que no puede estar fijo en Dios.

No te desconsueles, porque no pierdes el tiempo, ni el mérito, ni dejas tampoco de estar en oración; porque no es necesario que en todo aquel tiempo del recogimiento estés pensando actualmente en Dios; basta haber tenido la atención al principio, mientras no te distraigas de tu propósito ni revoques la actual intención que tuviste. Como el que oye misa y reza el divino oficio, que cumple muy bien con su obligación, en virtud de aquella primera intención actual, aunque después no persevere teniendo actualmente fijo el pensamiento en Dios.

Así lo asegura con las siguientes palabras el angélico doctor Santo Tomás : Sóla aquella primera intención y pensamiento en Dios que al principio tuvo el que ora, tiene valor y fuerza para que todo el resto del tiempo, sea verdadera oración impetratoria y meritoria, aunque todo ese tiempo de más que dura la oración no haya actual consideración en Dios. (2-2 qu. 82, arto 13, ad. l.) Mira si puede el santo hablar más claro a nuestro intento.

De manera que siempre continúa la oración (dice Santo Tomás) aunque la imaginación ande vagueando con pensamientos infinitos, mientras no se quieran ni dejen el lugar ni la oración, ni se cambie la primera intención de estar con Dios. Y es cierto que él no la cambia mientras no deje el lugar; con que se infiere, en buena doctrina, que persevera en la oración, aunque la imaginación ande revolando con varios e involuntarios pensamientos. «En espíritu y en verdad -dice el Santo en el lugar citado- ora el que va a la oración con espíritu e intento de orar, aunque después por su flaqueza y miseria ande vagueando con el pensamiento: Sin embargo, el vagar de la mente, cuando está fuera de propósito, no obtiene fruto de oración.

Pero me dirás que por lo menos no te has de acordar en aquel tiempo de que estás delante de Dios, diciéndole muy seguidamente: Tú, Señor, estás dentro de mí, y quisiera darme todo a ti. Respondo que no hay necesidad, porque tú tienes voluntad de hacer oración y para ese fin fuiste a aquel lugar. La fe y la intención te bastan, y ésas siempre perseveran, y cuanto más sencilla es esta memoria sin palabras ni pensamientos, es más pura, espiritual interior y digna de Dios.

¿No sería impertinente e irrespetuoso si estando tú en la presencia del Rey, le dijeses de vez en cuando: Señor, yo creo que aquí está tu majestad? Esto mismo es lo que sucede; por el ojo de la pura fe ve el alma a Dios, le cree y está en su presencia, y así, cuando el alma cree, no tiene necesidad de decir: Mi Dios, tú estás aquí, sino de creer como cree, pues llegando el tiempo de la oración la fe y la intención le guían y llevan a contemplar a Dios por medio de la pura fe y perfecta resignación.

De suerte que mientras no retrates esa fe e intención de estar resignado, siempre andas en fe y en resignación, y, por consiguiente, en oración y virtual y adquirida meditación, aunque no lo sientas, ni hagas memoria, ni nuevos actos, ni reflexión, como el cristiano, la casada y el religioso, que aunque no hagan nuevos actos ni recuerdos el uno por la profesión, diciendo: yo soy religioso; la otra, por el matrimonio diciendo: yo soy casada; y el otro, por el bautismo, diciendo: yo soy cristiano,no por eso dejan de estar siempre bautizado el uno, casada la otra y profeso el otro. Solo estarán obligados el cristiano a hacer buenas obras en prueba de su fe, y a creer más con los efectos que con las palabras; la casada a dar señales de la fidelidad que prometió a su esposo; el religioso, de la obediencia que ofreció a su superior.

De la misma manera el alma interior, decidida una vez a creer que Dios está en ella, y a resignarse, y a no querer ni obrar sino por Dios y a la presencia de Dios se debe contentar con esa su fe e intención en todas sus obras y ejercicios, sin formar ni repetir nuevos actos de esa fe ni de esa resignación.

CAPITULO XV

Prosigue lo mismo.

No solamente sirve esta verdadera doctrina para el tiempo de la oración, sino también para después de ella, de noche, de día y a todas horas y en todos los ejercicios cotidianos de tu vocación, obligación y estado. Y si me dijeres que muchas veces durante el día no te acuerdas de renovar la resignación, respondo que, aunque te parece que te distraes de ella por atender a las ocupaciones cotidianas de tu oficio, como estudiar, leer, predicar, comer, beber, negociar y otras semejantes, te engañas, que no por eso sales de ellas ni dejas de hacer la voluntad de Dios ni de andar en virtual oración, como dice Santo Tomás.

Porque todas esas ocupaciones no son contra su voluntad ni contra su resignación; porque es cierto quiere Dios que comas, estudies, trabajes, negocies, etc., y así por atender a esos ejercicios, que son de tu voluntad y agrado, no sales de su presencia ni de tu resignación.

Pero si en la oración o fuera de ella te divirtieses y distrajeses voluntariamente, dejándote llevar de alguna pasión con advertencia, será bien entonces volverte a Dios y a su divina presencia, renovando el puro acto de fe y de resignación; pero no hay necesidad de hacer esos actos cuando te hallares con sequedad, porque la sequedad es buena y santa, y no puede, por más rigurosa que sea, quitarle al alma la divina presencia que está en la fe establecida. Jamás has de llamar a la sequedad distracción, porque en los principiantes es falta de sensibilidad y en los aprovechados es abstracción, por cuyo medio si la abrazas con constancia, estándote quieta en tu nada, se interiorizará tu alma y obrará el Señor en ella maravillas.

Procura, pues, desde que sales de la oración hasta que vuelvas a ella, no distraerte ni divertirte, sino andar resignado totalmente en la voluntad de Dios, para que haga y deshaga de ti y de todas tus cosas según su divino beneplácito, fiándote de él como de amoroso padre. No revoques jamás esa intención, y aunque te ocupes en las obligaciones del estado en que Dios te ha puesto, andarás siempre en oración, en la presencia de Dios y en perpetua resignación. Por eso dijo San Juan Crisóstomo: El justo no deja de orar, si no es que deje de ser justo; siempre ora el que siempre obra bien, y el buen deseo es oración; y si es continuo el deseo, es también continua la oración. (Super 5, ad.,Thesalom.)

Todo lo entenderás en esta clara similitud. Cuando una persona comienza a caminar para ir a Roma, todos los pasos que da en el camino son voluntarios; y con todo eso, no es necesario que a cada paso manifieste su deseo ni haga nuevo acto de la voluntad diciendo: Quiero ir a Roma, voy a Roma; porque en virtud de aquel primer acto que tuvo de caminar a Roma, persevera siempre en él la voluntad de manera que camina sin decirlo, aunque no camina sin quererlo. Y aún experimentarás claramente que este caminante, con sólo un acto de voluntad y un querer, camina: habla, oye, ve, come, discurre y hace otras diversas operaciones, sin que éstas le interrumpan la primera voluntad ni aun el actual caminar a Roma.

De la misma manera pasa en el alma contemplativa: hecha una vez la determinación de hacer la voluntad de Dios y de estar en su presencia, se mantiene continuamente en ese acto mientras no le revoque, aunque se ocupe en oír, hablar, comer y cualesquiera otras buenas obras y ejercicios exteriores de su vocación y estado. Todo lo dijo en pocas palabras Santo Tomás de Aquino: Pues no conviene que quien por causa de Dios ha tomado algún camino piense esté en acto acerca de Dios en alguna parte del camino. (Contra Gentil, lib. III, cap. 138, núms. 2 y 3.)

Dirás que todos los cristianos van en este ejercicio porque todos tienen fe y pueden, aunque no sean interiores, ejecutar esta doctrina, especialmente los que caminan por el exterior camino de contemplación y discurso. Es verdad que tienen fe todos los cristianos, y en especial los que meditan y consideran; pero la fe de los que caminan por la vía interior es muy diferente, porque es fe pura, universal e indistinta y, por consiguiente, más práctica, más viva, eficaz e ilustrada; porque el Espíritu Santo alumbra más al alma más dispuesta, y siempre lo está más la que tiene recogido el entendimiento, porque a la medida del recogimiento alumbra el Divino Espíritu. Y aunque es verdad que en la contemplación comunica Dios alguna luz, pero es tan escasa y diferente de la que comunica al entendimiento recogido en fe pura y universal, como la que hay de dos o tres gotas de agua a la de un mar, porque en la contemplación se le comunican una, dos o tres verdades particulares; pero en el recogimiento interior y ejercicio de fe pura y universal es un mar de abundancia la sabiduría de Dios, que se le comunica en aquella obscura, simple, general y universal noticia.

También la resignación es más perfecta en estas almas, porque nace de la interior e infusa fortaleza, la cual crece al paso que se continúa el interior ejercicio de la fe pura, con silencio y resignación. A la manera que crecen los dones del Divino Espíritu en las almas contemplativas, que aunque se hallan también estos divinos dones en todos los que están en gracia, pero son como muertos y sin fuerza y con casi infinita diferencia de aquellos que reinan en los contemplativos por su ilustración, viveza y eficacia.

Por donde te desengañarás que el alma interior que tiene el hábito de ir cada día a sus horas señaladas a la oración con la fe y resignación que te he dicho va continuamente en la presencia de Dios. Esta importante y verdadera doctrina la enseñan todos los santos, todos los experimentados y místicos maestros, porque todos tuvieron un mismo maestro, que es el Divino Espíritu.

CAPITULO XVI

Modo con que se puede entrar
en el recogimiento interior
por la santísima humanidad
de Cristo Nuestro Señor.

Hay dos formas de personas espirituales que son totalmente opuestas. Unos dicen que siempre se han de meditar y considerar los Misterios de la pasión de Cristo. Otros, dando en un extremo opuesto, enseñan que la contemplación de los Misterios de la vida, pasión y muerte del Salvador no es oración, ni aun su memoria; que sólo se ha de llamar oración la alta elevación en Dios, cuya divinidad contempla el alma en quietud y silencio.

Es cierto que Cristo, Señor nuestro es la guía, la puerta y el camino, según Él mismo lo dijo por su boca: Yo soy el camino, la verdad y la vida. (Juan 14:6.) . Y que antes que el alma esté idónea para entrar en  la presencia de la divinidad y para unirse con ella, se ha de lavar con la preciosa sangre del Redentor y se ha de adornar con la riqueza de su pasión.

Es Cristo, Señor nuestro, con su doctrina y ejemplo, la luz, el espejo, la guía del alma, el camino y única puerta para entrar en aquellos pastos de la vida eterna y mar inmenso de la divinidad. De donde, se infiere que no se ha de borrar del todo la memoria de la pasión y muerte del Salvador. Y es también cierto que por la más alta elevación de mente a que haya llegado el alma ha de separar del todo la santísima Humanidad.

Pero no se infiere de aquí que el alma que está enseñada al interior recogimiento, aquella que ya no puede discurrir, haya de estar siempre meditando y considerando (como dicen los otros espirituales), en los santísimos Misterios del Salvador. Es santo y bueno el meditar, y quisiera Dios que todos los del mundo lo ejercitasen, y deben también dejar el alma en ese estado y no sacarla a otro más alto mientras en el de la contemplación halla alimento y provecho.

120. A Dios sólo toca, y no a la guía, el pasar al alma de la contemplación a la meditación, porque si el Señor no la llama con su gracia especial a este estado de oración, no hará nada la guía con toda su sabiduría y documentos.

Para dar, pues, en el medio y en la seguridad, y huir de estos dos extremos tan opuestos, que ni se ha de borrar ni separar del todo la humanidad, ni se ha de tener continuamente delante de los ojos, habemos de suponer que hay dos maneras de atender a la santa Humanidad para entrar por la divina puerta que es Cristo, bien nuestro.

La primera, considerando los Misterios y meditando las acciones de la vida, pasión y muerte del Salvador. La segunda, pensando en Él por la aplicación del entendimiento, por la pura fe, o mediante la memoria. Cuando el alma se va perfeccionando e internando por el recogimiento interior, después de haber meditado algún tiempo los Misterios, de los cuales ya está informada, entonces conserva la fe y el amor al Encarnado Verbo, estando dispuesta a hacer por su amor cuanto le inspirare, obrando según sus preceptos, aunque no los tenga siempre delante de los ojos. Como si a un hijo le dijesen que no debe nunca desamparar a su padre, no por esto le quieren obligar a tener siempre los ojos fijos en él, sino a conservar siempre en su memoria para atender a su tiempo y ocasión a lo que debe.

El alma, pues, que entró en el recogimiento interior por parecer de la experimentada guía, no tiene necesidad de entrar por la primera puerta de la contemplación de los Misterios, estando continuamente meditando en ellos, porque ni lo podrá hacer sin gran fatiga del entendimiento, ni tiene necesidad de esos discursos porque esos sólo sirven de medios para llegar a creer lo que ya llegó a alcanzar.

El modo más noble, el más espiritual y el más propio de estas almas aprovechadas en el recogimiento interior para entrar por la humanidad de Cristo, Señor nuestro, y conservar su memoria, es de la segunda manera, mirando esta humanidad y su pasión por un acto sencillo de fe, amándola y acordándose que es el tabernáculo de la divinidad, el principio y fin de nuestra salvación y que por nuestro amor nació y llegó afrentosamente a morir. Esta es la forma que beneficia a las almas interiores, sin que esta santa, piadosa, veloz e instantánea memoria de la Humanidad les pueda servir de estorbo para el curso del recogimiento interior; si ya no es que cuando entra en la oración se siente el alma recogida, porque entonces será mejor continuar el recogimiento y exceso mental; pero no hallándose recogida, no le impide a la más alta y elevada alma, a la más abstraída y transformada, el sencillo y veloz recuerdo de la Humanidad el Verbo Divino.

Este es la forma que Santa Teresa recomienda a las personas contemplativas, y la que destierra las opiniones ruidosas de algunos escolásticos. Este es el camino recto, seguro y sin peligro, y el que el Señor ha señalado a muchas almas para llegar al descanso y santa tranquilidad de la meditación.

Póngase, pues, el alma cuando entra el recogimiento a las puertas de la divina misericordia, que es la amorosa y suave memoria de la cruz y pasión de aquel Verbo Humanado y muerto de amor. Estése allí con humildad resignada en la divina voluntad, para cuanto quisiere hacer de ella Su Divina Majestad. Y si de esta Santa y dulce memoria es luego llevada al olvido no hay necesidad de hacer nueva repetición, sino de estarse en silencio y quietud en la presencia del Señor.

Maravillosamente favorece San Pablo nuestra doctrina en la epístola que escribió a los Colosenses en donde les exhorta a ellos, y a nosotros que si comemos, o bebemos, o hacemos alguna cosa, sea en nombre de Jesucristo y por su amor.Y todo cuanto hagais, de palabra o de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio suyo. (Paul ad., Col 3:17.) Quiera Dios que todos comencemos por Jesucristo y que sólo en Él y por Él lleguemos a la perfección.

CAPITULO XVII

DEL SILENCIO INTERNO Y DEL MÍSTICO

Tres formas hay de silencio. El primero es de palabras; el segundo, de deseos, y el tercero, de pensamiento. En el primero, de palabras, se alcanza la virtud; en el segundo, de deseos, se consigue la quietud; en el tercero, de pensamientos, el recogimiento interior. No hablando, no deseando, no pensando, se llega al verdadero y perfecto silencio místico, en el cual habla Dios con el alma, se comunica y la enseña en su más íntimo fondo la más perfecta y alta sabiduría.

A esta interior soledad y silencio místico la llama y conduce cuando le dice que le quiere hablar a solas, en lo más secreto e íntimo del corazón. En este silencio místico te has de entrar si quieres oír la suave, interior y divina voz. No te basta huir del mundo para alcanzar este tesoro, ni el renunciar a sus deseos, ni el despego de todo lo criado, si no te despegas de todo deseo y pensamiento. Reposa en este místico silencio y abrirás la puerta para que Dios se comunique contigo, se una contigo y te transforme.

La perfección del alma no consiste en hablar, ni en pensar mucho en Dios, sino en amarle mucho. Este amor se alcanza por medio de la resignación perfecta y el silencio interior. Así lo encargó y confirmó San Juan Evangelista: Hijos míos, no hablemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad.(1 Juan 3:18)

Ahora te desengañarás que no está el amor perfecto en los actos amorosos ni en las tiernas plegarias, ni aun en los actos internos con que tú le dices a Dios que le tienes infinito amor y que le amas más que a ti mismo. Podrá ser que entonces te busques más a ti y a tu amor que al amor verdadero y de Dios, porque el amor consiste en obras y no buenas razones.

Para que una racional criatura entienda tu deseo, tu intención y lo que tienes escondido en el corazón, es necesario que se lo manifiestes con palabras; pero Dios, que penetra los corazones, no tiene necesidad de que tú se lo afirmes y asegures, ni se paga como dice el Evangelista, del amor de la palabra y lengua, sino de hecho y en verdad. ¿Qué importa el decirle con gran propósito y fervor que le amas tierna y perfectamente sobre todas las cosas, si en una palabrita amarga y leve injuria no te resignas ni por su amor te mortificas? Prueba manifiesta que era tu amor de lengua y no de obra.

Procura con silencio resignarte en todo, que de ese modo, sin decir que le amas, alcanzarás el amor perfecto, el más quieto, eficaz y verdadero. San Pedro dijo al Señor con grande afecto que por su amor perdería de muy buena gana la vida, pero con una palabrita de una mozuela le negó y se acabó el fervor. (Mat 26:69-75.) María Magdalena no habló palabra, y el mismo Señor, enamorado de su amor perfecto, se hizo su historiador, diciendo que amó mucho. (Lucas 7:37-47.) Allá en lo interior, con el silencio mudo, se ejercitan las más perfectas virtudes de fe, esperanza y caridad, sin que haya necesidad de irle a Dios diciendo que le amas, que esperas y le crees, porque este Señor sabe mejor que tú lo que interiormente haces.

¡Qué bien entendió y practicó este acto puro de amor aquel profundo y gran místico, el venerable Gregorio López, cuya vida era toda una continua oración y un continuo acto de meditación y amor de Dios, tan puro y espiritual, que no daba parte jamás a los afectos y sensibles sentimientos !

Después de haber continuado por espacio de tres años aquella plegaria: Hágase tu voluntad en tiempo y eternidad, repitiéndola tantas veces como respiraba, le enseñó Dios aquel infinito tesoro del acto puro y continuo de fe y amor, con silencio y resignación, que llegó a decir él mismo que en treinta y seis años que después vivió continuó siempre en su interno este acto puro de amor, sin decir jamás un ¡ay!, ni una plegaria, ni nada que fuera sensible y de la Naturaleza. ¡Oh serafín encarnado y varón endiosado! ¡Qué bien supiste penetrar en éste interior y místico silencio y distinguir el hombre interior del exterior!

Notas

(1) Creo que dice: Lo inactivo es estar libre para Dios (Nota de Hesiquia)