Juntando hierbas

Hace poco terminó de llover y reina una bruma ligera. Todo reluce con colores vivos y destellos nuevos.

El monje abre despacio la puerta de la celda para no perturbar la armonía general, que aunque a veces sonora, es natural y  no desentona. Camina tranquilo por el sendero de grava y mientras pasa las cuentas observa las hierbas.

La oración le brota del corazón mezclándose con los pasos, aflora en la mirada y se traduce en el tacto leve que le da a las hojas, un trato cuidadoso. Un poco de menta, poleo, algo de burro y cedrón; las aromáticas destacan por el orden en que están dispuestas y con sus hojas van nutriendo el morral.

En un tronco bajo se sienta a descansar un rato, nota como le cuesta al cuerpo hacer trechos largos. Mira la senda que las hormigas han hecho debajo del pasto, como una calle techada, y fija la vista en el tronco del eucalipto que se le aparece igual que en sus años de novicio.

Después, retiene un momento la respiración, para volver a conectar con el corazón que se le extravió un momento entre tanta maravilla. Junto a la inspiración profunda viene amplificado el rumor del río y al soltar el aire irradia el Santo Nombre.

Es claro que nada percibe en falta, hay cierta saciedad en la plenitud de la atención. Se ha tejido una trama que no discrepa entre significado, gracia y libertad.

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