La atención y la voluntad. SIMONE WEIL.

by Parroquia San Roque en 12 junio, 2011

Contexto y pensamiento de Simone Weil

Nació en París en 1.909, y murió 34 años mas tarde en Ashfor, cerca de Londres. Ingresó en el Lycée Henri- IV, estudió filosofía con Alain, para ser mas tarde profesora de filosofía en Paría, Le Puy, Auxerre y Roanne. Militante de izquierdas y comprometida con el movimiento obrero, a finales de 1934 abandona su vida docente para llevar una existencia obrera trabajando en diversas fábricas; participa brevemente en la Guerra Civil española, en la “Columna Durruti, reincorporándose después a su labor docente hasta que el agravamiento de una enfermedad crónica la obliga a abandonar sus clases. Durante la segunda Guerra mundial y frente a su deseo de integrarse en la Resistencia, fue destinada a las labores burocráticas por los servicios de la Francia Libre. Su solidaridad con los franceses de la zona ocupada le lleva a negarse a comer más de los que ellos comían; esta anorexia voluntaria agrava aúna recién diagnosticada tuberculosis, y muere el 24 de agosto de 1943.

Fue enterrada en tierra de nadie, en una zona intermedia entre la parte católica y la parte judía del New Cementery… Más de cincuenta años después algunas voces piden su canonización en la iglesia católica. En 1938, viviendo la semana Santa en la abadía benedictina de Solesmes experimenta un giro en los asuntos de su vida y la materia de su obra, -algunos hablan desde aquí de “conversión”- llegando a decir “el pensamiento de la pasión de Cristo entró en mí de una vez para siempre”. La lectura de un poema de G Herbert desencadena lo que ella llama “un contacto real”: “el propio Cristo bajó y me tomó”. Y meses después afirma: en un momento de tremendo dolor físico, y mientras me esforzaba por amar… sentí… una presencia más personal, cierta y real que la de un ser humano” (de su “Autobiografía”). Tuvo relación con el dominico Joseph-Marie Perrin y con el Padre Couturier, sacerdote presentado por Jacques Maritain… Escribía a Gustave Thibon: “Por el momento -hacia 1941-, estaría más dispuesta a morir por la Iglesia (en el caso de que se hiciera necesario morir por ella), que a entrar en ella. Morir no obliga a nada…, no incluye ninguna mentira”.

Desde 1934 hasta su muerte, Simone Weil acostumbró a apuntar en sus Cahiers ideas y reflexiones que serían núcleo de sus numerosos ensayos. La gravedad y la gracia es una antología de estos escritos: textos desnudos y carentes de ardides que traducen una experiencia interior de una autenticidad y exigencia poco comunes.

Simone Weil es la mayor pensadora del amor y la desgracia del siglo XX. En su pensamiento, luz y gravedad son los dos imperios que rigen la realidad del hombre; pero, ya que toda desgracia del hombre no es sino el efecto del despliegue de una fuerza, aparecen inseparablemente enlazados dos conceptos capitales en su pensamiento: desgracia y fuerza. Trató de desentrañar el grado y los modos de la participación de la gracia divina en el mundo, así como el punto de intersección de la misma con las leyes que lo dominan. toda su vida anduvo buscando ese momento del encuentro entre la perfección divina y la desgracia de los hombres. La gracia, si bien no puede evitar los efectos de la “gravedad” y la fuerza, sí logra que ese subordinación a la aplastante necesidad, a la pura impotencia, no corrompa el alma.
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La gravedad es una especie de fuerza o impulso natural -que en analogía con la gravedad de la tierra- domina al alma. Se expresa en un conjunto muy amplio de comportamientos y situaciones humanos y no se relaciona con la definición de un mal moral. La gravedad es un producto de la necesidad que gobierna el universo, la mecanicidad y la consecuente fatalidad de los procesos ya sean físicos, naturales, como humanos: sociales, históricos, culturales o individuales-internos. El ser humano está sometido a la gravedad -a esa fuerza que pesa reduciendo su libertad- por la facticidad que genera el mero hecho de existir. El sometimiento esencial del hombre a la fatalidad que acarrea la facticidad pretende ser en este planteo, el punto esencial desde el cual comprender el sufrimiento, la condición de esclavitud y opresión y la desdicha.
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Tanto el contexto como el mismo artículo están tomados de la Introducción y solapa interior del libro:
“La gravedad y la gracia”, Simone Weil. Traducción, introducción y notas de Carlos Ortega. Publicado por Editorial Trotta. (Colección Estructuras y Procesos, serie religión, Madrid, 3ª ed. 2001). “La Atención y la voluntad” pp. 153-158.
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Artículo
LA ATENCION Y LA VOLUNTAD

No ya comprender unas cuantas cosas nuevas, sino llegar a comprender las verdades evidentes poniendo todo de sí mismo y a fuerza de paciencia, de trabajo y de método.

Etapas de la creencia. Cuando invade el alma entera, la verdad más ordinaria es como una revelación.

Tratar de enmendar los errores por medio de la atención, y no por medio de la voluntad.

La voluntad sólo influye en unos cuantos movimientos de algunos músculos que están asociados a la representación del desplazamiento de los objetos cercanos. Yo puedo querer poner la mano extendida en la mesa. Si dentro del pensamiento, la pureza interior, la inspiración, o la verdad estuvieran asociadas necesariamente a determinadas actitudes de este género, podrían ser materia de voluntad. Como no es así en absoluto, no nos queda más que implorarlas. Implorarlas significa creer que tenemos un Padre en los cielos. O dejar de desearlas. ¿Hay algo peor que eso? Sólo la súplica interior resulta racional, puesto que evita tensar músculos que nada tienen que ver en el asunto. ¿Hay cosa más estúpida que tensar los músculos o apretar los dientes cuando de lo que se trata es de la virtud, de la poesía o de la solución de un problema? ¿No es la atención algo muy distinto?

El orgullo es un envaramiento parecido. En el orgulloso se da una falta de gracia (en el doble sentido del término). Por efecto de un error.

En su grado más alto, la atención es lo mismo que la oración. Presupone la fe y el amor.
La atención absolutamente pura y sin mezcla es oración.

Si la inteligencia se vuelve hacia el bien, es imposible que el alma entera no se vea arrastrada poco a poco hacia él, aunque no quiera.

La atención extrema es lo que constituye la facultad creadora del hombre, y no existe más atención extrema que la religiosa. La magnitud del genio de una época es rigurosamente proporcional a la magnitud de la atención extrema, es decir, de religión auténtica, en dicha época.

Una mala manera de buscar. Con la atención fijada en un problema. Un fenómeno más de horror al vacío. No se quiere ver perdido el trabajo. Obstinación en proseguir la caza. No es preciso querer encontrar: porque, como en el caso de la decisión excesiva, se vuelve uno dependiente del objeto del esfuerzo. Se hace necesaria una recompensa externa, algo que el azar proporciona a veces, y que uno está dispuesto a recibir al precio de una deformación de la verdad.

Retroceder ante el objeto que se persigue. Solamente lo indirecto resulta eficaz. No se consigue nada si antes no se ha retrocedido.

Al tirar del racimo caen las uvas al suelo.

Hay refuerzos que tienen un efecto contrario al del objetivo que persiguen (ejemplos: devotas amargadas, falso ascetismo, determinados sacrificios, etc.) Otros resultan siempre útiles, aunque no logren su objetivo.

¿Cómo distinguirlos?

Tal vez: unos acompañados de la negación (mentirosa) de la miseria interior. Y otros de la atención continuamente concentrada en la distancia que hay entre lo que se es y aquello que se ama.

El amor instruye a los dioses y a los hombres, porque nadie aprende sin desear aprender. Se busca la verdad no en cuanto verdad, sino en cuanto bien.

La atención se halla ligada al deseo. No a la voluntad, sino al deseo. O, más exactamente, al consentimiento.

Liberamos energía en nosotros. Pero de nuevo se nos agrega sin cesar. ¿Cómo llegar a liberarla toda? Es preciso desear que eso se produzca en nosotros. Desearlo de verdad. Simplemente desearlo, y no tratar de realizarlo. Pues oda tentativa en ese sentido resulta vana, y se paga cara. En una empresa así, aquello que yo denomino “yo” debe ser pasivo. De mí sólo se requiere la atención, esa atención que es tan plena que hace que “yo” desaparezca. Privar de la luz de la atención a todo aquello que yo denomino “yo”, y dirigirla a lo inconcebible.

La capacidad de expulsar de una vez por todas un pensamiento es la puerta de la eternidad. El infinito en un instante.

Debemos ser indiferentes al bien y al mal, pues al ser indiferentes, es decir, al proyectar en igual medida sobre uno y otro la luz de la atención, es el bien el que prevalece en virtud de cierto fenómeno automático. Esa es la gracia esencia. Y la definición, el criterio del bien.

Toda inspiración divina obra de un modo infalible, de un modo irresistible, siempre que no se desvíe la atención de ella, siempre que no se la rechace. No existe una opción a su favor; basta con no negarse a reconocer que existe.

La atención orientada con amor a Dios (o, en menor grado, a cualquier cosa auténticamente hermosa) hace imposibles determinadas cosas. Así es la acción inactiva de la oración en el alma. Existen comportamientos que, de producirse, turbarían esa atención, pero a los que, recíprocamente, esa atención hace imposibles.

Una vez se posee un punto de eternidad en el alma, no queda más que preservarlo, pues crece desde sí mismo, como una simiente. A su alrededor hay que mantener un gran ejército inmóvil, al que se alimentará con la contemplación de los números, de las relaciones fijas y rigurosas.

A la invariante que se halla en el alma, se la nutre con la contemplación de la invariante que se halla en el cuerpo.

Se escribe de igual manera que se pare; no te puedes impedir hacer el esfuerzo supremo. Pero también se actúa del mismo modo. No tengo por qué temer que no llegue a hacer el esfuerzo supremo. Con la única condición de no mentirme a mí misma y de de poner atención.

El poeta produce lo bello con la atención fija en lo real. De igual modo que un acto de amor. Saber que ese hombre que tiene hambre y sed existe tan verdaderamente como yo, basta –lo demás se desprende por sí solo.

Los valores auténticos y puros de lo verdadero, lo bello y lo bueno en la actividad de un ser humano se originan a partir de un único y mismo acto, por una determinada aplicación de la plenitud de la atención al objeto.

La enseñanza no debería tener otro fin que el de hacer posible la existencia de un acto como ése mediante el ejercicio de la atención.

Todos los demás beneficios de la instrucción carecen de interés.

Estudio y fe. Dado que la oración no es más que la atención en su forma pura, y que el estudio constituye una gimnasia de la atención, cada ejercicio escolar debe ser una refección de la vida espiritual. Hace falta un método. Una determinada manera de hacer una traducción del latín, una determinada manera de resolver un problema de geometría (y no una manera cualquiera), constituyen la gimnasia de la atención idónea para conseguir que esta sea más adecuad a para la oración.

Un método para comprender las imágenes, los símbolos, etc. No tratar de interpretarlos, sino simplemente mirarlos hasta que brote de ellos la luz.

En líneas generales, un método para el ejercicio de la inteligencia, que consiste en mirar.
Aplicación de ese método para discriminar lo real de lo engañoso. Dentro de la percepción sensible, si estamos seguros de lo que estamos viendo, nos desplazamos mirando, y aparece lo real. Dentro de la vida interior, el tiempo ocupa el lugar del espacio. Con el tiempo quedamos modificados, y si, a través de las modificaciones, conservamos la mirada orientada siempre hacia lo mismo, al final lo engañoso se esfuma y acaba apareciendo lo real. La condición es que la atención ha de ser una mirada y no un apego.

Cuando hay pugna entre la voluntad apegada a una obligación y un mal deseo es porque hay usura de la energía destinada al bien. Es preciso aguantar pasivamente la mordedura del deseo, como un sufrimiento con el que se siente propia miseria, y conservar la atención puesta en el bien. Se produce entonces una elevación en la escala de las magnitudes energéticas.

Robar a los deseos su energía desposeyéndolos de su orientación en el tiempo.
Video meliora…1. En tales estados, parece que pensamos el bien y lo pensamos en un determinado sentido, pero no pensamos su posibilidad.
El vacío apresado en las garras de la contradicción es indiscutiblemente el de arriba, porque cuanto más se aguzan las facultades naturales, de la inteligencia, de la voluntad y del amor, mejor se le puede apresar. El vacío de abajo es en el que se cae por permitir que las facultades naturales se atrofien.

La experiencia de lo trascendente: parece contradictorio, pero para conocer lo trascendente no queda mas remedio, sin embargo, que hacerlo mediante el contacto, puesto que nuestras facultades no pueden fabricarlo.
Soledad. ¿En qué consiste, pues el premio por ella? Pues estamos en presencia de la mera materia (aunque se trate del cielo, de las estrellas, de la luna o de los árboles en flor), de las cosas con un precio (tal vez) menor que el de un espíritu humano…

De Dios no podemos saber más que una cosa: que él es lo que nosotros no somos. Sólo nuestra miseria es imagen suya. Cuanto más la contemplamos más le contemplamos a él.
El pecado no es otra cosa que el desconocimiento de la miseria humana. Se trata de una miseria inconsciente y por eso mismo culpable. La historia de Cristo es la prueba experimental de que la miseria humana es irreducible y de que es tan grande en el hombre sin pecado como en el pecador. Simplemente está iluminada…

Al rico, al poderoso, le resulta difícil el conocimiento de la miseria humana, porque esta predispuesto a creer de manera casi insalvable que él es algo. También le resulta difícil al miserable porque está predispuesto a creer de manera casi insalvable que el rico, el poderoso, es algo.
No es el error el que prefigura el pecado mortal, sino el grado de luz que hay en el alma cuando se comete el error, cualquiera que éste sea.

La pureza es nuestra capacidad para contemplar la mancha.
La pureza extrema puede contemplar tanto lo puro como lo impuro; la impureza no puede hacer ni lo uno ni lo otro: lo primero le da miedo, y lo segundo la absorbe. Necesita una mezcla.
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