La paz del corazón
Estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Aquí les comparto alguna experiencia en torno a la llamada meditación silenciosa, que por cierto puede darse de muy diferentes maneras, manteniendo en común esos modos, la indubitable sensación de lo sagrado envolviendo el fluir de la vida.
Un camino es el silenciamiento de los sentidos, para que recogiéndose el espíritu en el interior, se viva la experiencia del Reino en el corazón.
Otro sendero es la atención plena hacia alguno de los sentidos, para que enlazándose a esta percepción, termine el espíritu en el mismo punto, es decir atesorando a Cristo en el centro del alma.
Sentarse a desayunar, solo o acompañado, permaneciendo en silencio total de palabras e intentando efectuar los movimientos con tranquilidad, queriendo producir la menor cantidad de ruidos, puede ser una experiencia extraordinaria.
Venía este desayuno a ser toda una meditación silenciosa, compartida entre amigos, al irse filtrando el sonido de las aves, que levemente iba inundando la habitación. Se hizo presente el sonido del agua que se iba incorporando a las tazas y hasta el particular quiebre de la masa del pan al ser partido.
Eran resonancias mínimas las provenientes del pasillo lateral; se percibían como propias de la vida de los otros, de esos vecinos que ahora de algún modo, se sentían cercanamente distintos. Qué decir de los ecos producidos por el acto de alimentarnos, que aunque burdos en relación a otros, servían a componer la eufonía del momento.
Porque aunque describo los sonidos que se destacaban, el protagonista era el silencio, él era el marco en que todo lo demás se daba y tenía extrañamente una cualidad sagrada. ¿Por qué me resultaba tan conmovedor ese manto de quietud en el que todo se desenvolvía?
Algo quizás tenía que ver la percepción de la propia vida del cuerpo, que a su modo, también aportaba algo a la sinfonía. El latir del corazón y el ir y venir de la respiración adquirían especial relieve y aunque eran suaves y propios hacían de soporte a la atención.
El tiempo, aunque transcurría, parecía ausente. Ni el pasado condicionaba ni el futuro apremiaba. Estaba el silencio envolviendo algunos armónicos sonidos y en lo profundo de toda la experiencia alentaba el eco de Su Santo Nombre.
Lo mismo puede darse en otros momentos, como el del ejemplo citado, siendo apenas necesario un cambio en la dirección de la atención y un freno a los impulsosque, automáticamente, quieren hacernos hablar y caer en la habitual rutina del murmullo interior.
El silencio parece ser el marco necesario para el despliegue de lo trascendente, pudiendo este silencio “crearse” fuera, atendiendo especialmente a los sentidos, para que esta claridad perceptual inhabitual lo muestre.
O puede también manifestarse “dentro”, aislándose de los sentidos, de tal manera recogidas las potencias, que se produzca el alumbramiento de lo que siempre permanece escondido.
Sea cual sea la vía elegida no parece ser muy grueso el velo que nos separa de Aquél que tanto amamos. La oración de Jesús resulta siempre necesaria y deviene imprescindible herramienta para rasgar esa mínima distancia, quizás solo aparente.
Los saludo repitiendo el Nombre de Jesús
Lecturas recomendadas:
Ge 3, 8 -10 – Ex 19, 9 y 19, 16 –
1 Re 19, 11 – 13 – Os 2, 16
Texto propio del blog