Lo que Dios nos envía

«Últimamente me hago la siguiente pregunta, ¿que soy yo capaz de hacer por amor a ÉL? Quizás aquí este la clave para ir reorganizando mi vida, mis actitudes…«

Estimado hermano, como siempre es un gusto escribirte.

Somos muy imperfectos y nos resulta difícil purificar el corazón. A medida que avanzamos en la práctica de la oración de Jesús vamos creciendo en auto conciencia y empezamos a darnos cuenta de muchas cuestiones de nuestra vida interior, entre ellas, las motivaciones de algunos de nuestros actos.

Actuar por amor a Dios solo y no por algún interés o beneficio personal parece algo muy cercano a la santidad. A mi me han aconsejado poner la atención en “ir depurando”, en un ir mejorando las motivaciones; atendiendo a un proceso que lleva toda la vida, en donde trataríamos de ir expandiendo nuestros afectos, abarcando cada vez más personas, tratando de ver en ellas los diferentes rostros de Cristo, para que de esa manera aprendamos a amar a Dios.

Fíjate como a uno le resulta fácil ayudar a los padres, a los hijos, a los amigos y como se nos va dificultando a medida que esos tales empiezan a ser desconocidos. Esto nos sucede porque los “seres queridos” resultan ser cuasi extensiones de nosotros mismos y ayudarlos es parte de nuestro amor propio.

El ejercicio de la aceptación de lo que nos acontece como parte de lo que “Dios nos envía” es de mucha utilidad para ir acercándonos a un sentimiento de amor a Dios. Si crece nuestro amor a Dios lo iremos descubriendo en todas las personas y en toda su obra.

Hay una anécdota que me contaron, cuyo origen desconozco, que muestra algo de este tipo de actitud de la que hablamos. Parece ser que un monje un día atiende la puerta del monasterio y se encuentra a un hombre que lo empieza a agredir, terminando todo ello con el monje por el suelo víctima de una soberana paliza.

Sus compañeros luego lo atienden, lo llevan al monasterio, le realizan curaciones y empiezan a alimentarlo. Para verificar su estado de conciencia le preguntan: – ¿quién te está alimentando ahora? – y el monje responde: “El mismo que ayer me golpeó, ahora me está alimentando”.

Por supuesto que podemos hacer distintas consideraciones y hasta entrar en discusión con la concepción que revela la anécdota, pero sirve para ilustrar la actitud de aceptación que puede conducir hacia un creciente amor a Dios.

Implica un darnos cuenta, que nada ocurre si Él al menos no lo permite. Y, si lo permite, tiene un sentido en su plan de salvación. Nada en su obra esta porque sí, sino para redimir.

El acto de amar, pareciera vinculado al deseo del bienestar del otro, independientemente de nuestros intereses. Amar a Dios parece el resultado de una percepción, en la cual las diferencias que justifican la separatividad quedan diluidas, haciéndose real el sentimiento que tan bellamente expresara Pablo, cuando dijo: “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. (Hechos 17, 28)

Te mando un saludo fraterno invocando a Cristo.

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