Lo que es importante

En estos temas, de los ascensos y las caídas en el camino espiritual, solemos confundir las variaciones que vive nuestro cuerpo, perceptibles a través de los sentidos físicos, con la marcha del proceso en el sendero del espíritu.

Son cuestiones que no necesariamente se corresponden. Podría alguien estar henchido de gracia y no estar viviendo un momento gozoso en los sentidos. Y, del mismo modo, alguien que estuviera alienándose cada vez más, atravesar un período de fortaleza física y satisfacción sensorial.

Por eso, si uno al evaluar su vida de oración o su ascesis particular, toma como criterio aquello que sienten sus sentidos y la presencia o no de lo que se ha dado en llamar “las consolaciones” espirituales, corre el riesgo de llegar a conclusiones equivocadas.

Con frecuencia, al iniciar la práctica de la oración de Jesús, se incrementa la conciencia de nosotros mismos, del egoísmo que suele motivar nuestras acciones, aún las que considerábamos altruistas y esto no suele contentar el ánimo. Es posible que vivamos épocas de dolor y de arrepentimiento y hasta una disminución de la propia estima.

¿Quién siente mas fuerza y contento que el orgulloso de algún logro? La satisfacción derivada de lo que se considera un éxito personal nutre el cuerpo y los sentidos, y eso sin embargo no muestra un crecimiento espiritual; es más, por lo general suele dificultarlo.

La vida del cuerpo y la información que de ella nos dan los sentidos es una continua variación. Cambian los humores, aquello que circula por nuestra sangre, las circunstancias que nos rodean, cambia nuestra edad y hasta las estaciones del año van ejerciendo su influencia en lo físico y en lo mental. No es ese movimiento el que merece nuestra atención y menos aún como punto de vista para evaluar el crecimiento espiritual.

Amar a Dios sobre todas las cosas, (Mt. 22, 37) que en la práctica se manifiesta como una atención creciente a Su presencia en cada momento y amar a los demás como a nosotros mismos, (Mt. 22, 39) son los principios evangélicos centrales, en base a los cuales podemos guiarnos, sin error, más allá de lo que indiquen ocasionalmente nuestros sentidos.

Sucede que hay una paz del corazón que deriva del abandono a la voluntad de Dios, que no depende de lo que acontezca en el cuerpo, es una cierta dicha que se puede percibir con los sentidos espirituales; es un modo de estar que termina convirtiéndose en una manera  de ser no dependiente y no mudable.

Nuestra vida, la vida de todos, es un continuo caminar hacia el momento de la muerte. Todo va pasando en inevitable sucesión. ¿Me siento preparado para emprender el viaje hacia la casa del Padre? Si ahora mismo fuera la hora en que debo atravesar la puerta hacia el supremo misterio, ¿Podría entregarme con los brazos abiertos y confiado enteramente en Su amor?

La respuesta sincera que demos a esta pregunta, nos muestra también nuestra situación en la senda del espíritu. La paz profunda del corazón y nuestro ubicación real frente al momento de la propia  muerte están por entero vinculadas.

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