No inquietarse

No inquietarse para convencerte finalmente de la necesidad y fecundidad de la oración frecuente,  advierte:

Primero; que todo impulso y todo pensamiento encaminados a la oración son obra del Espíritu Santo y la voz de nuestro ángel custodio; segundo, que el Nombre de Jesucristo invocado en la oración incluye un poder salutífero que existe y actúa por sí mismo, y por lo tanto no debes inquietarte por la imperfección o sequedad de tu oración; aguarda con paciencia el fruto de la invocación frecuente del Nombre divino. No prestes oídos a las insinuaciones insensatas y sin experiencia del mundo vano, de que una invocación tibia, aun cuando sea insistente, es una repetición inútil. ¡No! El poder del Nombre divino y su frecuente invocación darán el fruto a su tiempo. 

Cierto autor espiritual ha hablado maravillosamente acerca de esto. “Sé, dice, que a muchos  supuestos espirituales y sabios filósofos, que buscan por doquier falsas grandezas y prácticas que aparezcan elevadas a los ojos de la razón y del orgullo, el simple ejercicio vocal, pero frecuente, de la oración, les parece algo de poca importancia, una ocupación trivial, una pequeñez incluso. Pero se engañan a sí mismos, y olvidan la enseñanza de Jesucristo: “En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Ellos elaboran por sí mismos una especie de ciencia de la oración, sobre las bases inestables de la razón natural.

¿Tenemos necesidad de mucha ciencia, o reflexión, o conocimiento para decir con un corazón puro: Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí? ¡Ah!, alma cristiana, haz de tripas corazón y no silencies la ininterrumpida invocación de tu oración, aun cuando puede que tu llamada salga de un corazón aún en guerra consigo mismo y medio lleno por el mundo. No te preocupes. Sigue adelante con la oración, no dejes que enmudezca, y  no te inquietes. Ella se irá purificando a sí misma por la repetición.

Nunca dejes que tu memoria olvide esto:  Mayor es Quien está en vosotros que quien está en el mundo. Dios es mayor que nuestro corazón, y conoce todas las cosas, dice el Apóstol…

Extraído de “El peregrino ruso” – Tres nuevos relatos –Pag. 85 – Ediciones del Peregrino – 1981. Rosario, Argentina