La paz del corazón
XIII
Como advertía el Pseudo-Macario, uno de los obstáculos más difíciles de vencer es el orgullo, sobre todo el orgullo espiritual, es decir, la presunción de haber alcanzado a un estado místico. De ahí que la virtud primordial de la vida contemplativa sea la humildad que nos descubra nuestra propia miseria y nos ayude a
sorprendernos en la arrogante actitud de creernos “alguien”. Incluso el tenerse por humilde es ya es un síntoma de soberbia.
Por eso San Juan de Ávila decía que «Si me preguntáredes cuál es el camino del cielo, responderos he que la humildad; o si otra vez…, e si tercera vez…, e si mil veces me lo preguntáredes, mil veces os responderé que no hay otro camino sino la humildad»394. Para Fray Juan de los Ángeles, la humildad es cimiento de la quietud y extasiamiento del alma en Dios porque “nada es lo que somos, y nada lo que podemos y a la nada caminamos y en nada nos convertiremos, si Dios alza de nosotros su poderosa mano”.
¿Qué es la humildad?, “La humildad es el continuo olvido de las buenas obras cumplidas”, de modo que sea tan espontánea que no quede rastro de ningún sentimiento de ser humilde. La humildad es la mejor herramienta para la autoobservación pues, “¿cómo podemos ser verdaderamente humildes si no nos conocemos?; o mejor dicho, ¿qué es la humildad, sino un conocimiento de las propias miserias y de la propia nada?”.
El conocimiento de uno mismo que procura la humildad nos da la capacidad de sorprender a nuestra mente en plena actividad de apropiación de experiencias; “Sorprendí una vez a la seductora insensata [la soberbia]. Estaba levantándose en mi corazón y las llevaba a los hombros la vanagloria, su madre. Las enlacé con el dogal de la obediencia y flagelé con el látigo de la humildad” . Está escrito que El Señor resiste a los soberbios. “Por esto el Apóstol dijo: ¿Qué es lo que posees, que no lo hayas recibido? ¿Te has creado por ti sólo? ¿Y si el cuerpo y el alma de los cuales, en los cuales y por los cuales consiste toda virtud, los has recibido de Dios, por qué te vanaglorias como si no los hubieras recibido? Pues es el Señor el que te ha dado estas cosas”
Otro frecuente error del contemplativo es el individualismo. Aspira a una vida solitaria de supuesta renuncia al mundo y lo que hace realmente es construirse una burbuja de cristal en cuyas paredes proyecta sus propios espejismos. Pero una cosa es renunciar a la apropiación del pensamiento y cosa muy distinta es vivir pensando en el desapego; “Nada gana el que renuncia al mundo y luego permanece apegado a los placeres. Lo que antes hacía mediante las riquezas, lo hace ahora, sin poseer nada”. Igualmente, es contraproducente iniciar el camino cargados de prejuicios y absurdas expectativas; “A menudo, rezando, pedí que me sucediera lo que me pareció bien, insistiendo en mi pedido tontamente, ejerciendo violencia sobre la voluntad de Dios, y no permitiendo que Él me administrara lo que sabía era bueno para mí”.
Otros se desaniman enseguida cuando no obtienen lo que buscan. Ante ello, se recomienda que “no te sientas dolorido si no recibes enseguida de Dios lo que le pides. Él te quiere hacer un bien aun más grande, mientras perseveras en permanecer junto a Él en la oración. Pues, ¿qué hay de más alto que conversar con
Dios y estar distraído (de todo) al estar en su compañía?”. La actitud adecuada del meditador se resume en la expresión “no desear nada”, porque “los hombres iluminados con verdadera luz entienden que aquello que podrían desear, o querer, es «nada» frente a lo que todas las criaturas (en cuanto criaturas) desean, quieren y saben.
Por eso dejan todo deseo y toda voluntad particular y se abandonan con todas las cosas al Bien eterno. Sin embargo, permanece en ellos un deseo, un estímulo a progresar y a acercarse al Bien divino; el deseo de un conocimiento cada vez más próximo, de un amor más cálido, de una alegría más luminosa, íntegra subordinación y obediencia” . Dicho en palabras de San Gregorio Magno; “No deseando nada en este mundo, no teniendo nada, me parecía estar en cierto vértice de las cosas, de modo que creía que se había cumplido en mí lo que, prometiéndolo el Señor, había aprendido del profeta: Te elevaré sobre las alturas de la tierra. Sobre las alturas de la tierra, en efecto es elevado quien pisotea incluso lo que parece alto y glorioso del mundo presente mediante el desprecio del alma.
De nuevo nos encontramos con la aparente paradoja misteriosa; el “no desear nada” compatible con “desear el Bien divino”, que parece resolverse con no desear otra cosa más que la presencia de Dios. De hecho, el lenguaje de los contemplativos resulta frecuentemente paradójico. De un lado se previene contra
el sentido de apropiación de los beneficios de la meditación y se le recomienda “no pensar en nada” o meditar sin un porqué. Por otro lado, continuamente se le presentan los beneficiosos resultados de la práctica meditativa; “Si deseas orar, renuncia a todo para obtener todo”. Estas paradojas no solo tienen un valor pedagógico en cuanto que pretenden estimular al aspirante, sino que además, reflejan la esencia dual del mundo de la mente humana.
El meditador se encuentra con que el esfuerzo no es suficiente para obtener la Gracia, pero es necesario no desear nada para hallar todo; que el éxtasis no es una experiencia, aunque la viva como tal; que el desapego implica vivir sin un porqué, aunque se viva buscando a Dios, etc. Con ello se indica que el reino de la mente no sirve para explicar el mundo del espíritu, y que sólo en éste se resuelven las dualidades (coincidentia oppositorum). En definitiva, la meditación y la contemplación deben estar vivificadas por una adecuada actitud. Mediante virtudes como la humildad, la devoción, la aceptación, etc. se trata de “echar de ti tu voluntad y que reine y more en tu alma la voluntad y el querer de Dios.
Para un monje del XVII, Antonio de Rojas, la denominaba perfecta resignación o entrega consiste en recoger el hombre exterior al interior de sí mismo, al centro de su alma, ya que Dios “está en todo y está dentro de ti”. Mediante ese acto de confianza, es decir de fe, “En esa tal alma hace Dios todo lo que quiere, sin que ella lo estorbe”. Pero incluso en tal caso, aunque uno se crea favorecido por la gracia divina, esté orgulloso de sus buenas obras o alcance la paz de la mente, no debe pensar nunca que ha sido resultado de sus esfuerzos. Ha de recordar siempre que está escrito; «Sin mí no podéis hacer nada». “Cuando lleves a cabo alguna acción virtuosa, recuerda a aquel que dijo: Sin mí, nada podéis hacer. Realizar esa verdad implica la sumisión total, la entrega y resignación de la voluntad propia a manos de la voluntad del Único. Es entonces cuando uno comprende y comprueba que es Dios el que opera en nosotros el querer y el operar para su beneplácito.
Extraído del libro «Historia de los métodos de meditación no dual» de Javier Alvarado.
desde la página 343 a la 347. (Citas y referencias en el PDF arriba)