La paz del corazón
¿Han visto cómo nuestra vida en general, se parece a esas corrientes agitadas y tumultuosas de los ríos bravos en la montaña? Bajando sin detenerse, sorteando accidentes de todo tipo, brama impetuoso golpeando las piedras, rellenando las honduras, apartando los troncos que encuentra en su camino…
Sin embargo, a pesar de la acusada pendiente, de vez en cuando aparece un remanso. Es una parte tranquila en el recorrido, donde el mismo río toma un descanso. Varias curvas suaves lo serenan y entonces se desliza tranquilo entre los árboles verdes que se inclinan a beber en él. El navegante, puede entonces, bajar de la canoa y sentarse en la orilla; hasta podría allí meditar, cantar, rezar, dormir plácido y hasta merendar si se diera la ocasión.
Pero lo importante de estos remansos, es que permiten tomar distancia de los rápidos y habiendo calmado la agitación, tenemos la oportunidad de recalcular nuestro rumbo. Incluso podríamos si lo vemos necesario, dejar la corriente del río y adentrarnos en la espesura, explorar las tierras cercanas y buscar la ermita que nos dijeron se encuentra en lo profundo del bosque.
Metáforas aparte, un retiro espiritual es una oportunidad para reencontrarnos. Volver a casa siempre es materia pendiente. Nuestro más profundo centro siempre está por descubrir. Incluso en la manera virtual, nos ofrece la ocasión de detenernos o al menos, de bajar la velocidad y admirar mejor el paisaje.
Estos retiros se dan en el marco de la búsqueda de la oración incesante, de ese modo de vivir en permanente contacto con la presencia de Dios. Orar sin interrupción, es al final, estar tendidos hacia Dios, afincados en lo importante y explícita o implícitamente anhelar su voluntad en cada acción que ejecutamos.
Hacernos cuencos vacíos para que Él se manifieste en nosotros como le plazca, es la tarea de nuestra vida. Será oportuno ir bajando el ritmo de las actividades estos días próximos. Ir preparando nuestro cotidiano para vivir lo mejor posible este retiro, este profundizarnos, este hacernos oración frecuente, sentida, ferviente…
Para ello, sugerimos un ejercicio sencillo, pero que tiene gran fecundidad cuando se realiza desde el corazón, habiéndonos situado en cierto silencio previo. Consiste en dar gracias. «Te doy gracias Señor por la existencia, por este regalo misterioso de estar viviendo… y por eso te agradezco eso, aquello, lo de más allá y aquella vez, aquella persona, esa ocasión, aquél suceso…»
Agradecer es hacerse consciente del don recibido, valorar el gesto divino hacia nosotros y de este modo predisponernos a la providencia que está por venir, siempre nueva, sorprendente, amorosa, misterio inefable de Aquél que nos creó y a quién todo le debemos.