Regla monástica del I.V.E.

Por Equipo de Hesiquia blog

INTRODUCCIÓN

1. Toda la vida de los religiosos debe ordenarse a la contemplación[1] como elemento constitutivo de la perfección cristiana; sin embargo, ‘…es necesario que algunos fieles expresen esta nota contemplativa de la Iglesia viviendo de modo peculiar, recogiéndose realmente en la soledad…’[2]. Ésta ha sido la misión de los monjes, quienes fueron y siguen siendo testigos de lo trascendente, pues proclaman con su vocación y género de vida que Dios es todo y que debe ser todo en todos[3]. Los monjes viven en el desierto del abandono total del mundo recordando a éste que su fin no es él mismo sino su Autor y Redentor. Ellos están a la vanguardia del movimiento de retorno de toda la creación al Creador y tienen prisa de llevarlo a término renunciando a todo y apuntando directamente al Fin.

2. Dentro de la finalidad de nuestra familia religiosa del Verbo Encarnado -evangelizar la cultura, prolongando así la encarnación-, la rama contemplativa con su vida quiere fundar en el unum necessarium (Lc 10,42) toda la obra del Instituto[4], pues los religiosos dados únicamente a la contemplación contribuyen con sus oraciones a la labor misional de la Iglesia, ‘ya que es Dios quien movido por la oración, envía operarios a su mies, despierta la voluntad de los no-cristianos para oir el evangelio y fecunda en sus corazones la palabra de salvación…’[5].

3. Por la profesión de los tres votos religiosos los monjes toman el medio en sí más excelente y rápido para su fin: la unión amorosa con Dios. Como miembros del Instituto del Verbo Encarnado, por la profesión del cuarto voto de esclavitud mariana, quieren hacer todo ‘con María, en María, por María y para María’[6], imitando particularmente en cuanto monjes al Verbo que se ofrece al Padre, silencioso y escondido, en el seno de María: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocausto y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo -pues de mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Heb 10,5-7).

4. Al cabo de algunos años desde su fundación, se fueron conjugando el carisma y espíritu propios de nuestro Instituto con los principios generales de la vida monástica, especialmente aquellos contenidos en la regla de San Benito -Padre del monacato occidental- llegándose así a la elaboración de la presente Regla.


PARTE INATURALEZA Y FIN DE LA VIDA MONÁSTICA

5. Quienes movidos por Dios abrazan la vida monástica dentro de nuestra familia religiosa, consagrarán sus vidas a contemplar y a vivir el misterio del Verbo Encarnado[7], especialmente en la máxima expresión de su anonadamiento que es la cruz. Invitados a retirarse en  el desierto: Venid vosotros a un lugar desierto (Mc 6,31), lo dejarán todo por Él, tomarán su cruz y lo seguirán porque Él mismo ha dicho: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16,24).

6. El seguimiento de Cristo en la vida monástica encierra: un deseo ardiente de conocerlo y amarlo en la oración, de practicar virtudes heroicas para asemejarse más a Él, que todo lo ha hecho bien (Mc 7,37); y un amor entrañable a las almas por quienes Cristo derramó su sangre.

7. Su finalidad será vivir sólo para Dios: éste es el enérgico resumen que proclama todo el deseo que Dios puso en el corazón de cada monje. No ya sólo vivir en presencia de Dios sino vivir para solo Dios.

8. Creyendo en el misterio de la comunión de los santos, el monje imitará a Cristo orante[8], y se ofrecerá a Dios para que por él todos los miembros de la Iglesia crezcan en santidad, reparando por los pecados propios, los de los demás miembros del Instituto y de todo el mundo, pidiendo el perdón y la misericordia sobre todos[9].

9. Los monasterios de nuestra familia deberán ser vanguardia de nuestro Instituto y guardianes de su espíritu, mostrando a todos la primacía del amor a Dios y el valor de las virtudes mortificativas del silencio, penitencia, obediencia, sacrificio y amor oblativo.

PARTE II: ESPIRITUALIDAD  MONÁSTICA

Capítulo 1: La vida de oración.

Artículo 1: El espíritu de oración

10. Si la oración es el primer deber de todo religioso, particularmente lo es para el monje, que ocupa toda su vida en ella. Así lo entendió, desde sus orígenes, toda la tradición monástica: ‘El fin del monje y su más alta perfección consiste en la oración perfecta’[10]. ‘Todo fin del monje y la perfección del corazón tiende a perseverar en una oración continua e ininterrumpida…’[11] Por otra parte, el monje no debe olvidar el elogio que el Señor dirigió a aquélla que renunciando a toda otra actividad, se dedicaba a contemplarlo: María ha elegido la mejor parte que no le será quitada (Lc 10, 42b)[12].

11. La oración en el monasterio no se limitará a actos aislados en los tiempos dedicados a la oración comunitaria[13] sino que será un acto de continua alabanza. Buscará el monje la intimidad con Dios en todo lo que piense, en todo lo que hable y en todo lo que obre; y tendrá entonces la oración perfecta, sin escuchar jamás el reproche del Señor: este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí (Mt 15, 8).

Artículo 2: La Oración Litúrgica

12. La vida contemplativa no se puede sostener sino con una profunda vida de oración litúrgica[14] por lo que los monjes se ejercitarán especialmente en ella, ya que: ‘sus oraciones -sobre todo la participación del Sacrificio de Cristo en la Eucaristía y la celebración del Oficio Divino- son la realización del oficio preclarísimo, propio de la Iglesia, en cuanto comunidad de orantes, es decir, la glorificación de Dios’[15].

13. Por voluntad expresa de nuestro fundador la oración litúrgica de los monjes deberá ser modelo para todos los hermanos de nuestra familia religiosa, y fuente inagotable de riqueza espiritual para todos ellos[16].

a. El Sacrificio Eucarístico

14. La celebración y participación de la Santa Misa cotidiana será la primera obligación del monje. Una comunidad religiosa nunca está más unida que cuando se encuentra en torno al altar para el Sacrificio de la Eucaristía, signo de unidad. Esto se ve claro en la tradición de los monjes quienes, imitando a los primeros cristianos, se unían participando de la Santa Misa[17].

b. La Salmodia

15. Siguiendo la tradición monástica, nuestros monjes deberán estar y cantar en el coro las horas del oficio divino, ya que donde están dos o tres estoy yo en medio de ellos(Mt 18,20). Se cantará todos los días el Oficio completo: Oficio de Lectura, Laudes, Hora intermedia, Vísperas y Completas. El canto del Oficio de Lectura será por la noche. En ocuparse con fervor de las alabanzas divinas, se conocerá al verdadero monje.

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