La paz del corazón
Dionisio Areopagita
CAPÍTULO I.
EN QUÉ CONSISTE LA DIVINA TINIEBLA
1. Trinidad supraesencial y más que divina y más que buena, maestra de la
divina sabiduría cristiana, guíanos más allá del no saber y de la luz, hasta la
cima más alta de las Escrituras místicas. Allí donde los misterios simples,
absolutos e inmutables de la teología se revelan en las tinieblas más que
luminosas del silencio. En medio de las más negras tinieblas fulgurantes de luz
desbordan, absolutamente intangibles e invisibles, los misterios de
hermosísimos fulgores que inundan nuestras inteligencias, que saben cerrar los
ojos.
Ésta es mi oración. Timoteo, amigo mío, entregado por completo a la
contemplación mística, renuncia a los sentidos, a las operaciones intelectuales,
a todo lo sensible y a lo inteligible. Despójate de todas las cosas que son y aun
de las que no son y elévate así, cuanto puedas, hasta unirte en el no saber con
aquel que está más allá de todo ser y de todo saber. Porque por el libre,
absoluto y puro apartamiento de ti mismo y de todas las cosas, arrojándolo todo
y del todo, serás elevado en puro éxtasis hasta el Rayo de tinieblas de la divina
Supraesencia.
2. Pero ten cuidado de que nada de esto llegue a oídos de no iniciados, aquellos
que se apegan a los seres, que se imaginan que no hay nada más allá de lo que
existe en la naturaleza física, individual. Piensan, además, que con su mística
razón pueden conocer a aquel que «puso su tienda en las tinieblas». Y si esos no
alcanzan a comprender la iniciación a los divinos misterios, ¿qué decir de
quienes son verdaderos profanos, de aquellos que describen la Causa suprema
de todas las cosas por medio de los seres más bajos de la naturaleza y
proclaman que nada es superior a los múltiples ídolos impíos que ellos mismos
se fabrican?
En realidad, debemos afirmar que siendo Causa de todos los seres habrá de
atribuírsele todo cuanto se diga de los seres, porque es supraesencial a todos.
Esto no quiere decir que la negación contradiga a las afirmaciones, sino que por
sí misma aquella Causa trasciende y es supraesencial a todas las cosas,
anterior y superior a las privaciones, pues está más allá de cualquier afirmación
o negación.
3. En ese sentido, pues, dice el divino Bartolomé que la teología es al mismo
tiempo abundante y mínima, y que si el Evangelio es amplio y copioso, es
también conciso. A mi parecer, ha comprendido perfectamente que la
misericordiosa Causa de todas las cosas es elocuente y silenciosa, en realidad
callada. No es racional ni inteligible, pues es supraesencial a todo ser.
Verdaderamente se manifiesta sin velos sólo a aquellos que dejan a un lado los
ritualismos de las cosas impuras y de las que son puras, a quienes sobrepasan
las cimas de las más santas montañas. A los desprendidos de luces divinas,
voces y palabras celestiales, y que se abisman en las Tinieblas donde, como
dice la Escritura, tiene realmente su morada aquel que está más allá de todo ser.
No en vano el divino Moisés recibió órdenes de purifícarse primero y luego
apartarse de los no purificados. Acabada la purificación, oyó las trompetas de
múltiples sonidos y vio muchas luces de rayos fulgurantes. Ya separado de la
muchedumbre y acompañado de los sacerdotes escogidos, llega a la cumbre de
las ascensiones divinas. Pero todavía no encuentra al mismo Dios. Contempla
no al Invisible, sino el lugar donde Él mora. Esto significa, creo yo, que las cosas
más santas y sublimes percibidas por nuestros ojos e inteligencia no son las
razones hipostáticas de los atributos que verdaderamente convienen a la
presencia de aquel que todo lo trasciende. A través de ellas, sin embargo, se
hace manifiesta su inimaginable presencia, al andar sobre las alturas de aquellas
cúspides inteligibles de sus más santos lugares. Entonces, es cuando libre el
espíritu, y despojado de todo cuanto ve y es visto, penetra (Moisés) en las
misteriosas Tinieblas del no-saber. Allí, renunciado a todo lo que pueda la mente
concebir, abismado totalmente en lo que no percibe ni comprende, se abandona
por completo en aquel que está más allá de todo ser. Allí, sin pertenecerse a sí
mismo ni a nadie, renunciando a todo conocimiento, queda unido por lo más
noble de su ser con Aquel que escapa a todo conocimiento. Por lo mismo que
nada conoce, entiende sobre toda inteligencia.
CAPÍTULO II.
CÓMO DEBEMOS UNIRNOS Y ALABAR AL AUTOR DE TODAS LAS
COSAS, QUE TODO LO TRASCIENDE
¡Ojalá podamos también nosotros penetrar en esta más que luminosa oscuridad!
¡Renunciemos a toda visión y conocimiento para ver y conocer lo invisible e
incognoscible: a Aquel que está más allá de toda visión y conocimiento!
Porque ésta es la visión y conocimiento verdaderos: y por el hecho mismo de
abandonar todo cuanto existe se celebra lo sobreesencial en modo
sobreesencial. Así como los escultores esculpen las estatuas, quitando todo
aquello que a modo de envoltura impide ver claramente la forma encubierta.
Basta este simple despojo para que se manifieste la oculta y genuina belleza.
Conviene, pues, a mi entender, alabar la negación de modo muy diferente a la
afirmación. Afirmar es ir poniendo cosas a partir de los principios, bajando por
los medios y llegar hasta los últimos extremos. Por la negación, en cambio, es ir
quitándolas desde los últimos extremos y subir a los principios. Quitamos todo
aquello que impide conocer desnudamente al Incognoscible, conocido solamente
a través de las cosas que lo envuelven.
Miremos, por tanto, aquella tiniebla supraesencial que no dejan ver las luces de
las cosas.
CAPÍTULO III.
QUÉ SE ENTIENDE POR TEOLOGÍA AFIRMATIVA Y TEOLOGÍA NEGATIVA
En mis «Representaciones teológicas» dejé ya claro cuáles sean las nociones
más propias de la teología afirmativa (catafática); en qué sentido el Bien de
naturaleza divina es Uno y Trino; cómo se entiende Paternidad y Filiación; qué
significa la denominación divina del Espíritu; cómo estas cordiales luces de
bondad han brotado del Bien inmaterial e indivisible y cómo al difundirse han
permanecido en él todas unas en otras desde su coeterno fundamento. He
hablado de Jesús, que siendo supraesencial se revistió sustancialmente de
verdadera naturaleza humana. En las «Representaciones teológicas» alabé
también otros misterios conforme a las Santas Escrituras.
En el «Tratado sobre los Nombres de Dios» he explicado en qué sentido decimos
que Dios es el Bien, Ser, Vida, Sabiduría, Poder y todo cuanto pueda convenir a
la naturaleza espiritual de Dios. En la «Teología simbólica» he tratado de las
analogías que puedan tener con Dios los seres que nosotros observamos. He
hablado de las cosas sensibles con relación a Él, de formas y figuras, de
ministros, lugares sagrados y ornamentos; de lo que significan el enojo, las
penas y los resentimientos; del sentido que en Él tienen las palabras de
embriaguez y entusiasmo, juramentos, maldiciones, sueños y vigilias. Y de otras
imágenes con las que simbólicamente nos representamos a Dios. Supongo
habrás notado cómo los últimos libros son más extensos que los primeros, pues
no era conveniente que las «Representaciones teológicas» y el «Tratado sobre
los Nombres de Dios» fuesen tan amplios como la «Teología simbólica». El hecho
es que cuanto más alto volamos menos palabras necesitamos, porque lo
inteligible se presenta cada vez más simplificado. Por tanto, ahora, a medida que
nos adentramos en aquella Tiniebla que hay más allá de la inteligencia, llegamos
a quedarnos no sólo cortos en palabras, sino más aún, en perfecto silencio y sin
pensar en nada.
En aquellos escritos, el discurso procedía desde lo más alto a lo más bajo. Por
aquel sendero descendente aumentaba el caudal de las ideas, que se
multiplicaban a cada paso. Mas ahora que escalamos desde el suelo más bajo
hasta la cumbre, cuanto más subimos más escasas se hacen las palabras. Al
coronar la cima reina un completo silencio. Estamos unidos por completo al
Inefable.
Te extrañas, quizá, de que partiendo de lo más alto por vía de afirmación
comencemos ahora desde lo más bajo por vía de negación. La razón es ésta:
cuando afirmamos algo de aquel a quien ninguna afirmación alcanza,
necesitamos que se basen nuestros asertos en lo que esté próximo de Él. Mas
ahora al hablar por vía de negación de aquel que trasciende toda negación se
comienza por negarle las cualidades que le sean más lejanas. ¿No es cierto que
es más conforme a la realidad afirmar que Dios es vida y bien que no aire o
piedra? ¿No es verdad que Dios está más distante de ser embriaguez y enojo
que de ser nombrado y entendido? Y en tal sentido es distinto decir que Dios no
es «embriaguez ni enojo» a decir que Dios no es «palabra o pensamiento»
nuestros. Pero fundamentalmente coinciden en el «no» con respecto a Dios. Por
lo cual, éste es el camino más directo y sencillo y seguro para llegar a Dios o a
la cima, camino de proficientes o perfectos, la Teología mística.
CAPÍTULO IV.
QUE NO ES NADA SENSIBLE LA CAUSA TRASCENDENTE A LA REALIDAD
SENSIBLE
Decimos, pues, que la Causa universal está por encima de todo lo creado. No
carece de esencia, ni de vida, ni de razón, ni de inteligencia. No tiene cuerpo, ni
figura, ni cualidad, ni cantidad, ni peso. No está en ningún lugar. Ni la vista ni el
tacto la perciben. Ni siente ni la alcanzan los sentidos. No sufre desorden ni
perturbación procedente de pasiones terrenas. Que los acontecimientos
sensibles no la esclavizan ni la reducen a la impotencia. No necesita luz. No
experimenta mutación, ni corrupción, ni decaimiento. No se le añade ser, ni
haber, ni cosa alguna que caiga bajo el dominio de los sentidos.
CAPÍTULO V.
QUE LA CAUSA SUPREMA DE TODO LO INTELIGIBLE NO ES ALGO
INTELIGIBLE
En escala ascendente ahora añadimos que esta Causa no es alma ni
inteligencia; no tiene imaginación, ni expresión, ni razón ni inteligencia. No es
palabra por sí misma ni tampoco entendimiento. No podemos hablar de ella ni
entenderla. No es número ni orden, ni magnitud ni pequeñez, ni igualdad ni
semejanza, ni desemejanza. No es móvil ni inmóvil, ni descansa. No tiene
potencia ni es poder. No es luz ni vive ni es vida. No es sustancia ni eternidad ni
tiempo. No puede la inteligencia comprenderla, pues no es conocimiento ni
verdad. No es reino, ni sabiduría, ni uno, ni unidad. No es divinidad, ni bondad,
ni espíritu en el sentido que nosotros lo entendemos. No es filiación ni
paternidad ni nada que nadie ni nosotros conozcamos. No es ninguna de las
cosas que son ni de las que no son. Nadie la conoce tal cual es ni la Causa
conoce a nadie en cuanto ser. No tiene razón, ni nombre, ni conocimiento. No es
tinieblas ni luz, ni error ni verdad. Absolutamente nada se puede afirmar ni negar
de ella.
Cuando negamos o afirmamos algo de cosas inferiores a la Causa suprema,
nada le añadimos ni quitamos. Porque toda afirmación permanece más acá de la
causa única y perfecta de todas las cosas, pues toda negación permanece más
acá de la trascendencia de aquel que está simplemente despojado de todo y se
sitúa más allá de todo.
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