La paz del corazón
El espíritu prisionero de su propio placer y la voluntad cautiva de su propio deseo no pueden aceptar las semillas de un placer mas alto y de un deseo sobrenatural.
Pues ¿cómo puedo recibir las semillas de la libertad si estoy enamorado de la esclavitud y cómo puedo acariciar el deseo de Dios si estoy lleno de otro deseo opuesto?
Dios no puede plantar en mí Su libertad, porque soy prisionero y ni siquiera deseo ser libre. Amo mi cautiverio y me encarcelo yo mismo en el deseo de las cosas que odio, y he endurecido mi corazón contra el verdadero amor.
Si yo buscara a Dios, cada acontecimiento y cada momento sembrarían, en mi voluntad, granos de Su vida, que un día brotarían en cosecha de milagro.
Porque es el amor de Dios el que me calienta bajo el sol y el amor de Dios el que hace caer la fría lluvia. Es el amor de Dios el que me alimenta en el pan que como, y Dios quién me alimenta también por el hambre y el ayuno.
Es el amor de Dios el que me manda los días de invierno, en que me siento frío y enfermo, y el ardiente verano, en que trabajo y mi ropa se empapa en mi sudor; pero es Dios quién alienta sobre mí en leves auras del río y en las brisas que vienen del bosque.
Su amor extiende la sombra del sicomoro sobre mi cabeza y manda al niño aguador a recorrer el linde del trigal con su cubo de agua fresca de la fuente, mientras los labradores descansan y las mulas permanecen bajo el árbol.
…
Si en todas las cosas considero solo el calor y el frío, la comida o el hambre, la enfermedad o el trabajo, la belleza o el placer, el éxito o el fracaso y el bien o el mal materiales que mis obras han logrado para mi propia voluntad, solo hallaré el vacío, no la felicidad. No seré nutrido, no hallaré plenitud. Pues mi alimento es la voluntad de Aquel que me hizo y que hizo todas las cosas para darse a Si mismo a mí a través de ellas.
Mi principal cuidado no debería ser encontrar placer o éxito, salud o vida, dinero o descanso, ni aún cosas como la virtud o la prudencia, ni mucho menos las opuestas: dolor, fracaso, enfermedad, muerte. Sino que, en todo lo que ocurre, mi único deseo, mi único gozo debería ser el saber:
«He aquí lo que Dios quiso para mí. En esto se halla Su amor y, al aceptarlo, puedo devolverle Su amor y con este entregarme a Él y crecer en Su voluntad hacia la contemplación, que es la vida eterna».
de «Semillas de contemplación»
de Tomás Merton OCSO