La paz del corazón
Introducción
Los orígenes de la reforma Cisterciense están indefectiblemente ligados a Roberto (1028-1111), Alberico (c.1050-1108) y a Esteban Harding (1066-1134), los tres fundadores inmortalizados en la obra de Raymond M., Tres monjes rebeldes.
La «Vita» de Roberto que presentamos, fue redactada como apoyo a la canonización de S. Roberto en 1222. El autor es un monje anónimo de Molesmes, que la escribe a petición de su abad, Odón II (1215-1227). Habían pasado más de cien años desde la muerte de Roberto, y todos los recuerdos directos hacía tiempo habían desaparecido. Salvo algunos prodigios milagrosos, parece que las grandes lineas de su vida están relatadas de manera seria. Sin embargo, se debe tener en cuenta que el propósito era ante todo hacer una obra de edificación y defensa , no una biografía o un relato histórico de la carrera de Roberto.
Roberto nació hacia 1028 en el Condado de Champagne. Como muchos otros monjes de esta época, pertenecía a las clases altas de la sociedad, pero muy poco cultivadas -poseían tierras, siervos y relaciones con la nobleza. Sus padres se llamaban Thierry (Theodoricus) y Ermengarda. A los quince años fue admitido en el monasterio de Montier-la-Celle y unos 10 años mas tarde lo encontramos como Prior del mismo.
Un giro en la vida de Roberto ocurre en 1074 cuando una comunidad de ermitaños situada en los bosques de Colan solicita al Papa Gregorio VII su nombramiento como superior, cosa que así sucede. Al año siguiente, el 20 de Diciembre de 1075, cambió al grupo a Molesmes, en un terreno otorgado por la Familia Maligny, que eran parientes suyos. Entre los que firman el documento de donación, se halla Tescelino el Rojo, padre de S.Bernardo.
La fundación de Roberto fue un éxito tan grande que rápidamente Molesmes se convirtió en otro Cluny; en 1098 contaba con unos 35 prioratos dependientes, otras casas anejas y monasterios de monjas asociadas. El descontento de Roberto por tener que lidiar con un género de vida casi de señor feudal, queda de manifiesto en el hecho de que varias veces entre 1090 y 1093 lo encontramos entre grupos de ermitaños en las cercanías de Aux.
Con el correr del tiempo, las tensiones en la comunidad de Molesmes entre monjes que querían “adherirse de un modo más estricto a los preceptos de nuestro Padre San Benito” y otros que defendían los valores de las tradiciones que ya vivían fueron creciendo. La lucha entre los “innovadores” y los “tradicionalistas” continuó. Sin duda, ante el poco entusiasmo del obispo local por cambiar la situación de Molesmes, los “reformadores” intentaron una entrevista con Hugo de Die, el reformador, arzobispo de Lyon y legado del Papa Urbano II. Finalmente, con el consentimiento del legado Papal, la comunidad se dividió y el grupo nuevo partió para fundar lo que eventualemte será el monasterio de Citeaux. Roberto fue instalado allí como abad.
En los documentos más antiguos, la fundación se llama sencillamente “Nuevo Monasterio”. El cambio por “Císter” sólo tuvo lugar con la expansión de la Orden, tal vez hacia 1119.
No entramos en mas detalles de la vida de Roberto que el lector podrá seguir directamente desde la fuente que presentamos. Según ésta, en 1111, “en el año 83 de su vida, el 17 de Abril, su cuerpo volvió a la tierra” (Vita Roberti 14).
Lamentablemente no se conservan escritos auténticos de Roberto: existen dos cartas editadas en Migne, pero son dudosas.
Aquí comienza el prólogo de la vida del Bienaventurado Roberto,
Primer Abad de Molesmes y Citeaux.
Jesús, el Sumo Sacerdote, por su propia sangre entró en el santuario y se reveló por medio de los santos. Por eso considero escribir la vida y hechos de estos santos como cosa de inestimable valor. En medio de los trabajos de esta vida, han imitado a Nuestro Salvador, hasta donde la fragilidad humana lo permite. Han perseverado con valentía, a través de las tempestades de esta vida, en los trabajos de la guerra. Glorificaron a Jesucristo y lo llevaron en sus cuerpos y hasta el fin de sus vidas permanecieron constantes en su compromiso hacia la santidad. Estos son de los que dicen las Sagradas Escrituras: «La senda de los honrados brilla como la aurora, se va esclareciendo hasta que es de día». Estos son los astros que el Sumo Sacerdote ha colocado en el firmamento de la Iglesia. Su brillo hace desaparecer las tinieblas de la ignorancia humana, mostrando el puerto de la salvación a los que luchan en este mar amplio y espacioso .
Entre ellos brilla con luz particular el Bienaventurado Roberto, hombre venerable, primer abad de la iglesia de Molesmes, cuya intachable santidad es proclamada tanto más gloriosa en nuestros días, cuanto que hay muy pocas personas temerosas de Dios. He comenzado a escribir su vida sin fiarme de mis propios conocimientos, sino poniendo mi esperanza tanto del progreso como de la conclusión de la obra que ahora comienzo, en el que hace que sean elocuentes las lenguas de los niños y en el que, en tiempos pasados, concedió el don de la palabra a bestias mudas para corregir la locura de algún profeta.
Añadamos a todo esto la orden dada por el Reverendo Odo, Abad de Molesmes y las insistentes y devotas peticiones de los hermanos del monasterio, a quienes considero completamente inapropiado el negar nada. Para no aparecer yo ante el Señor con las manos vacías, aunque yo no posea ni la virtud ni el mérito de ser un ejemplo para los demás, he emprendido este trabajo para que (el Bienaventurado Roberto) no les quede completamente oculto, pues por su santidad ha sido dado para ser ornato de la santa Iglesia.
Quienquiera que seas, lector, te pido que no preguntes el nombre del autor. Huyo de toda gloria humana y sólo busco la gloria de Dios. Así que, en este trabajo, no diré cómo me llamo. Lo hago para no reducir el valor de la obra entre los inexpertos, si aparece el nombre de un pecador al inicio del trabajo. Pido perdón al lector si digo algo ordinario o inapropiado. Al mismo tiempo, prevengo a todos los que lean este texto que no busquen frases elocuentes, ya que la verdad pura es suficiente y hermosa, y no ha de colorearse con frases artificiales ni pintarse con los afeites de Jezabel. Finalmente, escuchemos al Doctor de los Gentiles, el discípulo de la Verdad, cuando dice que el Reino de Dios no es de palabras sino de fuerza.
Fin del prólogo
Aquí comienza la vida del Bienaventurado Roberto, Abad de Molesmes y Citeaux
El Bienaventurado Roberto fue oriundo de la región de Champagne. Brilló como una flor de los campos, y su innata belleza de buenas costumbres agradaba a todos los que le contemplaban. La fragancia de su santa reputación se extendía ampliamente e invitaba a muchos a imitarle. Creo que este hombre santo puede ser comparado con una flor, ya que las Sagradas escrituras dicen de ellos: «Florecen en la ciudad como hierba sobre la tierra». Poseía también cierta nobleza; ¡dichosos los padres que dieron tal hijo al mundo!
Su padre era Thierry (Teodorico) y su madre se llamaba Ermengarda. Por su honrada conducta eran distinguidos tanto por el mundo como ante Dios. Poseían abundantes bienes temporales, pero los usaban más como mayordomos del cabeza de familia que como propietarios de los bienes de este mundo.
Sabiendo que los que tienen misericordia de los pobres sirven al Señor, limpiaban el polvo de la vida terrena con la limosna. No vivían según la carne aunque estaban en ella, sino que por sus pensamientos y anhelos tenían la morada en el cielo, adornando sus coronas con obras virtuosas como piedras preciosas de virtud. Digo esto para demostrar cuán santa fue la raíz de cuya savia se alimentó nuestro santo como un retoño del árbol de la vida.
Ya que hemos mencionado a sus padres, narraremos brevemente cómo el Espíritu Santo descendió sobre él concediéndole dones exquisitos, cuando aún estaba en el vientre de su madre. Cuando su madre estaba embarazada, la Virgen María, la Gloriosa Madre de Dios se le apareció en sueños con un anillo de oro en su mano. Y le dijo: «Ermengarda, quiero que el hijo que llevas en tu vientre se despose conmigo con este anillo». Dichas estas palabras desapareció. Cuando Ermengarda despertó, comenzó a reflexionar en lo que había visto. La Madre de Dios se apareció de nuevo a la mujer, como en otros tiempos se apareció el Señor por segunda vez a Samuel para confirmar su promesa. Cumplido el tiempo, la mujer dio a luz un niño. Cuando creció, quiso que se dedicase a estudios literarios, sobrepasando en esto a todos sus contemporáneos, ya que bebía de las fuentes del Salvador con un corazón puro la gracia de la salvación, que luego enseñó a sus contemporáneos.
Cuando cumplió los quince años, para evitar el contagio del mundo, decidió consagrarse al Señor; así pues, ofreció al Señor la flor de su juventud, y recibió el hábito en el monasterio de San Pedro de Celle. Allí, día y noche, se entregó a la plegaria y al ayuno, ofreciendo al Señor un grato servicio, sujetando la carne al espíritu y el espíritu a su Creador.
Llegó el tiempo en que Dios fuera glorificado en su servidor, y la lámpara que había estado oculta bajo un celemín fuera colocada en lo alto para dar luz a la Iglesia. Dios, en cuyas manos están los corazones de los hombres, inspiró a los hermanos de la casa que eligieran al hombre de Dios, Roberto, como Prior. Era muy justo que quien, bajo la guía de la gracia, había aprendido con una larga práctica a gobernar su vida, fuera árbitro y moderador de otros.
Sobre un cierto ermitaño y la conversión de dos caballeros.
En aquel tiempo, había, en la parte más profunda del bosque, un ermitaño que quería servir a Dios libre y secretamente. Castigaba su carne con ayunos y reforzaba el espíritu con fervientes plegarias. El Señor vio su humildad y por un milagro hizo que por él creciera el número de los siervos de Dios. Había dos hermanos, según la carne, que sin embargo no estaban unidos por el espíritu. Llenos de vanagloria, dedicados a mostrar sus habilidades, buscaban en las ferias lucirse en torneos. En uno de estos viajes sucedió que pasaron por el bosque donde el ermitaño antes mencionado llevaba su vida solitaria. Ambos empezaron a pensar en secreto matarse mutuamente. Los dos estaban corroídos por el veneno de la envidia y pensaban quedarse con las posesiones del otro si uno de ellos moría. Dios Todopoderoso, sin embargo, sabía que se convertirían en recipientes de misericordia y no les permitió ser tentados más allá de sus posibilidades, sino que les asistió en la tentación para que no llevasen a cabo todo el mal que habían concebido. La providencia de Dios les permitió ser tentados con tal tentación maligna para que luego progresaran en virtud, sin atribuirse a sus propios méritos lo que tenían, sino que lo atribuyeran a Aquel cuya misericordia los había hecho libres.
Cuando hubieron cumplido con el negocio que era el propósito de su viaje, y lo habían cumplido valerosamente, tal como lo realizan las gentes de esa clase, y recibiendo las alabanzas de todos los presentes, llegaron cargados de éxitos a la región donde vivían y al lugar donde habían concebido el pensamiento de matarse. Allí, recriminados en cierto modo por el mismo lugar de su nacimiento, por inspiración divina comenzaron a sentir remordimiento y repugnancia por la maldad que habían planeado, y angustiarse por el crimen que habían concebido. Recordaron que estaban cerca de la cabaña del ermitaño antes citado, y se encaminaron ambos a la vez hacía el lugar donde vivía. Con una humilde confesión vomitaron el virus escondido en sus corazones, y eliminada esta suciedad, prepararon en sí mismos una morada agradable a Dios. Finalmente, después de haber sido reprimidos por el hombre de Dios por la maldad que habían planeado, le dejaron, acompañados por sus saludables consejos.
Las benévolas palabras del ermitaño removieron en su interior los buenos deseos, limpió por completo sus ambiciones de dignidades terrenales, y fue creciendo en su interior, dulce y profundamente, el fuego de la virtud. Cuando llegaron al lugar donde habían pensado luchar uno contra otro, comenzaron a hablar entre ellos y a charlar . Uno de ellos dijo: «¿Qué estabas pensando ayer, querido hermano, en este mismo lugar cuándo pasamos por aquí?». El otro reveló a su hermano el secreto de su corazón. Y el primero contestó: «Yo pensaba exactamente lo mismo». Luego, traspasados por los remordimientos, volvieron al hombre de Dios , y despreciando las pompas mundanas y pisoteando todas sus ostentaciones, comenzaron a vivir una vida espiritual en su compañía, inclinando humildemente el cuello de sus corazones para llevar el dulce yugo de Cristo.
¿Quién duda que su conversión se debió a los méritos del Bienaventurado Roberto? Como lo probará lo que vamos a decir, serían instruidos por sus enseñanzas en la disciplina regular. Dios, que consuela al humilde, multiplicó el número de sus servidores, de modo que en un breve espacio de tiempo llegaron a ser siete- cuyo número indica los siete dones del Espíritu Santo- por lo que reconocemos que la salvación de muchos se realizó a través de su siervo el Bienaventurado Roberto. El mismo Espíritu preparó a estos siete hombres, como siete columnas de la morada espiritual y a través de ellos empezó a resurgir el orden monástico. Alimentándose con la savia de la gracia empezaron a producir frutos espirituales. Y si se pensaba que estaba ya agotado, la esencia de la gracia todavía germinó y produjo hojas como una planta joven.
Cómo el Bienaventurado Roberto Regó a ser Abad de Tonnerre
Mientras tanto, el Bienaventurado Roberto se hizo famoso por santidad y gracia ante Dios y los hombres, y fue elegido Abad por los monjes del monasterio de San Miguel de Tonnerre. Estos ermitaños no tenían a nadie que pudiera instruirlos en la disciplina regular, y cuando se enteraron de la reputación del hombre bienaventurado, se apresuraron a enviar a dos de sus hermanos para entrevistarse con él. Cuando llegaron al lugar donde el hombre de Dios servía fielmente a Dios, encontraron al Prior de la casa para escuchar. Le hicieron saber el propósito que los animaba y la causa de su viaje, y con mucha dificultad e innumerables súplicas lograron que les oyera en un lugar secreto. El antiguo Prior había sido atravesado por la espada de la envidia, y pensaba para sí que saldría perdiendo si el Señor lograba el provecho de los otros por el loable trabajo de su servidor. Por consiguiente logró convencer a los hermanos de la casa y a los compañeros del abad, para que no consintieran en la petición de los hermanos que habían ido a buscar al hombre de Dios para hacerlo su superior. Sin embargo, el Bienaventurado Roberto, cuando aceptó su proposición y sus justas esperanzas, quiso satisfacer sus deseos sólo con la condición de que los hermanos de Tonnerre se lo pidieran por unanimidad. Instruidos por tan sanas amonestaciones, les acompañó con sus oraciones y les fortaleció con su bendición, y los envió a su lugar de origen. Les infundió la esperanza de que tan pronto como el Señor le diese la oportunidad, les llenaría de alegría con su presencia.
Es grato reflexionar aquí brevemente en los planes de Dios. Aunque su propósito fuera santo y su deseo conveniente, se fue retrasando para que el deseo fuese creciendo; y así cuando lograran lo que buscaban, lo apreciarían más y lo observarían convenientemente.
El hombre del Señor seguía meditando, no en las cosas terrenas sino en las de Dios. Cuando vio que los hermanos de aquel lugar abandonaban los caminos de justicia, temió que la compañía del mal contagiase con tal plaga al que irradiaba sencillez, y convirtiese la faz de su hermosa alma en algo horrible, pues en las costumbres suelen influir aquellos con quienes se convive. Así que partió hacia el monasterio de Celle, de donde había salido. Allí dejó un tiempo el trabajo de Lía y gozaba de los deseados abrazos de su amada Raquel, bebiendo de las fuentes de la salvación, lo que después concedería a los fieles para su salvación.
Cómo lo nombraron Prior de Saint Ayoul
Como una ciudad construida sobre una montaña no puede estar oculta, el Bienaventurado Roberto, firmemente enraizado y teniendo como base la montaña de Cristo, fue elegido de nuevo, a la muerte del Prior de Saint Ayoul, pastor del humilde rebaño de Cristo. Fue elegido prior con el voto y el deseo unánime de los hermanos. Estos eremitas, animados por el amor de una vida celestial, cuando vieron que el hombre de Dios hacía constantes progresos hacia Dios y en sí mismo, se reunieron en consejo y enviaron a dos de los hermanos a la Sede Apostólica para obtener del Sumo Pontífice, por sus plegarias, que el hombre de Dios, el Bienaventurado Roberto se convirtiese en el pastor y padre del pequeño rebaño de Cristo. Sabían que era un crimen contradecir al Sumo Pontífice, o que actuaban imprudentemente si iban contra sus órdenes. El Sumo Pontífice oyó su proposición y se alegró enormemente. Amablemente aprobó su petición y fortalecidos con la bendición apostólica, los envió muy alegres a su casa. Escribió una carta apostólica al Abad de Celle autorizándole que cualquiera de los hermanos que fuera elegido lo recibieran como abad. El Abad de Celle, sabiendo que el Sumo Pontífice lo ordenaba, entregó al Bienaventurado Roberto a los que se lo solicitaban. Roberto quedó triste y apenado pero no se atrevió a desobedecer el mandato apostólico. Vio que su tribulación y la de lo suyos era consuelo para otros, porque una firme e incorruptible columna de cedro era llevada de su casa.
Cómo fue superior de los ermitaños
El Bienaventurado Roberto aceptó el cargo de pastor con buena voluntad, viendo que su trabajo era fructífero, porque el rebaño despreciaba unánimemente las cosas terrenales y buscaba sólo las del cielo, obedeciendo a sus saludables consejos. Por lo cual se unió de nuevo a Lía en la vida activa con el propósito de formar hijos espirituales. En su interior servía al Señor con espíritu de humildad, pero exteriormente cumplía su ministerio con gran energía. En aquel lugar que ahora llaman Colan, sirvieron al Señor en hambre y sed, con frío y desnudez, con ayunos y oraciones, llevando el peso de los días y del calor con ecuanimidad, sembrando con lágrimas para alegrarse cuando trajeran al granero del Señor gavillas de justicia. La vista de los compañeros de trabajo es un consuelo para el trabajador; y Dios, que vela y contempla los deseos de los humildes, multiplicó a sus siervos tan rápidamente que Regaron a ser trece, e imitaban a los Apóstoles, en cuanto podían, por las buenas costumbres y el número.
Cómo el hombre bienaventurado fundó Molesmes
Roberto, el hombre del Señor, considerando lo inadecuado del lugar, dejó allí algunos vigilantes y tomando a los hermanos se retiró a un bosque llamado Molesmes. Trabajando con sus propias manos, cortaron ramas de los árboles, y construyeron con ellas un albergue donde podían vivir en paz. Hicieron luego un oratorio con los mismos materiales, donde ofrecían a Dios con espíritu contrito, víctimas y sacrificios. Como no tenían pan, cuando tenían que comer para restaurar sus fuerzas, después de una jornada laboriosa, comían solamente legumbres.
Los visita el Obispo de Troyes
Sucedió que el Obispo de Troyes viajaba a través del bosque donde estos hombres de Dios servían al Señor con suma pobreza y humildad, y llegó al lugar con numeroso cortejo a la hora de la comida. Los hombres de Dios los recibieron con muchas atenciones, pero preocupados porque no tenían nada para darles de comer. El Obispo quedó edificado por su humildad y pobreza y lleno de remordimientos les dijo adiós y continuó su camino.
Cómo el Bienaventurado Roberto envió hermanos a Troyes sin dinero y descalzos
Pasado algún tiempo como los hermanos no tuvieran nada para subsistir, pidieron consejo al Bienaventurado Roberto. Este que nunca basaba su fuerza en las riquezas ni las conocía, dijo: «Tú eres » confianza», y les enseñó a confiar en Dios, pues sabía que Dios no permite que el alma de un justo sea afligida por el hambre durante mucho tiempo. Aunque no tenían dinero los envió a Troyes a comprar alimentos, basándose en el consejo del profeta: «Los que no tenéis dinero, venid, daos prisa para comprar y comer». Cuando entraron descalzos en la ciudad de Troyes, llegó la noticia hasta el Obispo. Este hizo que los condujeran a su presencia, los recibió cariñosamente, y mostró su amor a Dios atendiendo las necesidades de los siervos de Dios. Los vistió con vestiduras nuevas de acuerdo con la Regla, y los envió a sus hermanos con un carro cargado de ropa y alimentos. Los hermanos quedaron grandemente confortados por aquellas bendiciones, y aprendieron así a ser pacientes en las adversidades; y desde aquel día siempre hubo alguien que les ayudó en las necesidades de alimento y vestidos.
Su traslado a Aux
Siguieron perseverando en el servicio de Dios con gran constancia, y atrajeron a muchos que huían del mundo, rechazando su carga y colocando su cuello bajo el dulce yugo del Señor. Algunos les enviaban desde países lejanos lo que necesitaban, con el fin de recibir la recompensa del justo, porque en la presente vida proporcionaban al justo todo lo necesario para sobrevivir. Pero la abundancia de cosas da lugar a la indigencia moral, y cuando empezaron a poseer en abundancia los bienes materiales, se encontraron espiritualmente vacíos y su maldad crecía como la espiga del trigo. El Bienaventurado Roberto no ponía su corazón en la abundancia de riquezas, sino que trataba de ir progresando en Dios, viviendo rectamente y con una vida sobria y piadosa según la Regla de San Benito. Cuando los hijos de Belial vieron esto se levantaron cruelmente contra el hombre de Dios, provocándolo a la amargura y crucificando el alma del justo con sus malas acciones. Lector, te suplico que no te escandalices si te digo que el mal reinaba en esta santa comunidad, pues el orgullo se apoderó de las mentes celestes, alejándolas del país celestial y llevándolas a su propio terreno; y sepultó entre polvo y cenizas a los que acostumbraban a estar entre púrpura y fino lino. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que un día, los hijos de Dios, se presentaron ante Dios, y Satán estaba en medio de ellos. En la Iglesia siempre habrá justos que progresan y malvados que sirven de tropiezo. Cuando el hombre de Dios vio que sus correcciones eran infructuosas y que la observancia de la disciplina regular se dejaba a un lado, yendo cada uno por el camino que su depravado corazón le trazaba, decidió abandonarlos, no sucediera que procurando vanamente obtener algún provecho espiritual de ellos, él perdiera su propia alma. Surgió una discordia entre ellos, y se retiró a un lugar llamado Aux, donde había oído que vivían hermanos sirviendo al Señor con espíritu de humildad. Cuando llegó fue devotamente recibido y vivió con ellos durante algún tiempo, trabajando con sus propias manos, para tener algo que dar a los que sufrían necesidad. Era incesantemente ferviente en vigilias y oraciones y servía al Señor incansablemente. Aunque superaba a todos en santidad, servía a todos y se tenía por el último de todos. Por estas razones poco tiempo después fue elegido abad., y procuró actuar como superior con la mayor modestia, sin ejercer dominio sobre el grupo, sino siendo con todo el corazón un modelo para el rebaño, cuidando a los débiles y animando a los fuertes.
Cómo fue reclamado a Molesmes
Mientras tanto, los monjes de Molesmes, arrepentidos por haber ofendido al hombre de Dios, y haberío apartado de ellos por su desobediencia, deploraban su ruina moral y material. Experimentaban en sí mismos cómo por los méritos del Bienaventurado Roberto el Señor les había concedido la abundancia, incluso en bienes temporales. Habiéndose reunido en consejo se llegaron al Sumo Pontífice, y apoyados en su autoridad llamaron al hombre de Dios a Molesmes. Una vez allí, intensificó la oración y el ayuno, y estimuló a sus súbditos de tal modo con el celo de Dios, que en poco tiempo reformó la observancia de la disciplina monástica.
Había entre ellos cuatro hombres muy fuertes de espíritu, es decir Alberico y Esteban, y otros dos, a los que, después de practicar los ejercicios elementales del claustro, les atraía la vida solitaria del desierto. Dejaron el monasterio de Molesmes y llegaron a un lugar llamado Vivicus. Después de haber vivido allí durante cierto tiempo, bajo la instigación de los monjes de Molesmes, recibieron de Joceran, Obispo de Langres, una sentencia de excomunión si no volvían.
Establecen su residencia por primera vez en Citeaux
Obligados a abandonar el lugar del que antes hemos hablado, llegaron a una zona boscosa llamada Citeaux por sus habitantes. Construyeron un oratorio en honor de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, y en lo sucesivo ni las amenazas ni los ruegos pudieron apartarlos de su propósito. Sirvieron a Dios noche y día con espíritu ferviente y sin desfallecer.
Cómo el Bienaventurado Roberto se trasladó a Citeaux
Cuando el Bienaventurado Roberto oyó hablar de su santa vida, tomando consigo a veintidós hermanos, se unió a ellos, para participar en su propósito y ayudarles. Le recibieron cariñosamente y él los dirigió durante algún tiempo con solicitud paternal, enseñándoles a vivir y actuar de acuerdo con la Regla, sirviéndoles siempre de ejemplo y modelo tanto en observancia religiosa como en bondad.
Cómo volvió desde Citeaux a Molesmes
Los monjes de Molesmes estaban disgustados por haber perdido tan buen pastor y visitaron al Sumo Pontífice con el propósito de que el Bienaventurado Roberto, hombre de Dios, fuese obligado a volver a la iglesia de Molesmes que él había fundado. Cuando el Sumo Pontífice oyó que la nueva fundación Cisterciense había echado fuertes raíces, se alegró enormemente y comprobó que abundaba en buenas obras, y que animados por el ejemplo del Bienaventurado Roberto, observaban la Regla de San Benito con gran fervor. Viendo que los monjes de Molesmes iban a desaparecer si se les privaba de la presencia del hombre de Dios, escribió al Arzobispo de Lyon con el fin de nombrar otro Abad para Citeaux y obligar al Bienaventurado Roberto a volver a Molesmes.
Cuando se enteró de esto, el Bienaventurado Roberto, que sabía que la obediencia es preferible al sacrificio y que el incumplimiento es semejante al crimen de idolatría, habiendo realizado las disposiciones pertinentes a la observancia del nuevo instituto, nombró abad a Alberico, hombre loable a Dios, que había sido uno de los primeros monjes de las iglesia de Molesmes. Entonces, dejando todo bien dispuesto, volvió al monasterio de Molesmes, que él había fundado en honor de la Virgen María. Cuando Alberico murió dos años después, le sucedió Esteban, nombrado abad de los Cistercienses por el Bienaventurado Roberto. Como era el fundador del nuevo monasterio, la administración de ambas casas (Molesmes y Citeaux) quedó bajo su mando.
Volvió a Molesmes con dos monjes: los Cistercienses lloraron su marcha, mientras que los monjes de Molesmes se alegraban de su vuelta. Una enorme multitud le dio la bienvenida en la ciudad de Bar-sur Seine y le recibió con gran bullicio y alabanzas a Dios. Roberto, sin embargo, con su pequeño rebaño, principalmente el grupo de Molesmes, entró en el lugar que le había sido preparado por Dios. Glorificó con gran fervor a la divina providencia que había dispuesto todo. Con amor de padre educó el rebaño que le habían asignado, enseñándoles las enseñanzas de la Regla; más bien se convirtió en un ejemplo viviente de la Regla, viviendo entre ellos conforme a la Regla. Cómo este hombre santo emigró de la prisión de la carne y con qué señales mostró el Señor que su muerte era agradable a sus ojos lo expondré más ampliamente a su caridad.
Fallecimiento del Bienaventurado Roberto
Como el Bienaventurado Roberto había luchado en muchas batallas a favor del Señor, se encontraba fatigado por el tedio de la vida presente y anhelaba con ardiente deseo morir y estar con Cristo. Dios oyó sus plegarias y efigió revelarle la hora de su partida muchos días antes, como él lo había deseado. Roberto, sabiendo que ésta era inminente, se lo comunicó a sus hermanos. Aquejado algún tiempo por una enfermedad corporal, acumuló méritos con la virtud de la paciencia, gloriándose de su enfermedad y preparando una grata morada al poder de Cristo. A sus ochenta y tres años, el 17 de abril, su cuerpo volvió a la tierra y su espíritu lo entregó a Dios, a cuyo servicio se había entregado incansablemente. La tierra lloró y el cielo se alegró. Sus hijos, los monjes de Molesmes, de los que había sido solaz y alegría, asistieron devotamente a los ritos funerarios de su reverendo padre llorando amargamente. No dudaban de que recibiría la recompensa celestial por sus méritos, ni que ellos recibirían favores a través de dichos méritos. Pero estaban angustiados porque la presencia de su padre no les alumbraba ya con su luz. Y como por sus obras santas, mientras permaneció en la tierra, había probado que era hijo de la luz, Dios hizo saber en el momento de su muerte cuánto lo estimaba.
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