La paz del corazón
En el año en que murió Isabel la Católica, 1504, y en la ciudad donde fue enterrada, del Darro y del Genil, Granada, nació, hijo de humildes y pobres panaderos gallegos, quien sería uno de los más brillantes e influyentes maestros espirituales de la Reforma Española, Luis de Sarria, cuyo influjo, extendido por la asombrosa multiplicación de ediciones de sus obras, traspasaría las fronteras de España y los límites de su tiempo.
Muy pequeño, quedó huérfano de padre, teniendo la viuda que recurrir a la mendicidad para sobrevivir. A no dudarlo esta situación selló su perspectiva de la vida. Un biógrafo moderno encuentra en esas experiencias de pobreza, humildad, desamparo y confianza en Dios dos rasgos de su personalidad: «su firme opción por los pobres» y su «delicada devoción al Niño Jesús». Más adelante sería tomado bajo la protección de los Mendoza, condes de Tendilla. Luis creció en la fabulosa Alhambra, hogar de los Mendoza, donde habría tenido acceso a los estudios de humanidades.
Sintiendo la vocación para que ordene totalmente su vida a lo que Dios ha dispuesto en su Plan, considera ante todo la estima que le merece la empresa de consagrarse a Él, la que califica como la mayor de cuantas hay en el mundo. En segundo lugar, conocedor de la realidad de la vida, y los obstáculos que se levantan ante muchísimos de los llamados, escribe:«entendida la dignidad e importancia de este negocio, y conociendo que ninguna cosa hay en el mundo grande que no tenga un pedazo de dificultad aneja, te aparejes con esforzado corazón a todas las dificultades, contradicciones, persecuciones, murmuraciones y encuentros que sobre este caso se te ofrecieren, considerando que la joya por la que militas es de tan gran valor, y la margarita de grande precio, que de todo esto y de mucho más es merecedora, aprovechándote para esto del ejemplo de Cristo y de todos los santos mártires, que por muy más caro precio la compraron». Y añade: «Y para que no te haga desmayar este presupuesto, acuérdate que donde hay trabajos de mundo, hay favores del cielo; y donde hay contradicciones de naturaleza, hay socorros de gracia…».
Vocación dominica
Cumplidos los diecinueve años decide aceptar su vocación y hacerse predicador, solicitando ser recibido en el convento dominico de Santa Cruz la Real, de Granada. Luego del período de probación, profesó en 1525. Finalizados sus estudios iniciales, en 1529, pasa al convento de San Gregorio, de Valladolid, asumiendo el nombre de fray Luis de Granada, quien logrará ampliamente su cometido de predicar a todos -reyes, aristócratas, miembros de la alta Jerarquía, pueblo fiel en general- el camino de seguimiento de Cristo Jesús. Resaltando el carácter universal del magisterio escrito del autor granadino, Jordan Aumann, O.P., ha escrito: «Tanto como predicador como escritor fray Luis se dedicó asiduamente a impartir doctrina y formación espiritual a la gente común. Un escritor contemporáneo sostenía: Las jóvenes portadoras de agua cargaban sus libros bajo los brazos y las plazeras os leían mientras esperaban vender sus mercancías. Pero otro contemporáneo decía de él con despecho que escribía para esposas de carpinteros, olvidando, posiblemente, que esposa de carpintero fue la Madre de Dios y la Relina de los ángeles y santos».
Maestro de oración
Tras diversos avatares, como el frustrado viaje a tierras latinoamericanas como misionero, según era su deseo, le tenemos para mediados de los treinta en la tranquilidad de la sierra de Córdoba, en la casa de Escalaceli, fundada por el venerado Alvaro de Córdoba, a la que había concurrido como restaurador y aplicador de la reforma. Es precisamente en ese santuario y casa de espiritualidad donde escribe su famosísimo Libro de la oración y meditación, revisado finalmente en Evora (Portugal), donde habita desde principios de 1551. A dichas tierras es invitado por el Arzobispo de Evora, en palabras de Aumann, «para explicar al clero y al pueblo en general la vocación y la misión de los jesuitas. Siendo una reciente fundación, la Sociedad de Jesús encontraba numerosos obstáculos en España y Portugal, tanto de parte del clero como de los laicos. Ellos necesitaban amigos que los defendieran, y fray Luis lo hizo tan bien que un jesuita de Coimbra escribió una carta a San Ignacio describiendo el éxito de fray Luis al explicar la naturaleza y propósito de la Sociedad». Buena parte del resto de su vida permanecerá en Portugal.
El Libro de la oración y meditación aparece impreso en 1554, en Salamanca. La obra, cuyo valor ascético rivaliza con sus virtudes literarias, motiva la atención del Inquisidor General Fernando de Valdéz (1483-1568), alentado por fray Melchor Cano (1509-1560), teólogo dominico y consultor inquisitorial, decidido a poner fin a los espirituales. Lo que más molestaba a Cano era que fray Luis, convencido de la vocación universal a la santidad, aunque por caminos muy diversos según el llamado propio, pretendía «hacer contemplativos e perfectos a todos, e enseñar al pueblo en castellano», así como «en aber prometido camino de perfección común e general a todos los estados, sin voto de castidad, pobreza e obediencia». El tratado es puesto en el Indice español de 1559, aunque se sigue editando en el extranjero. Sin embargo, esta obra y su no menos valiosa y hermosa Guía de Pecadores (1556), también incluida en el Indice español, son revisadas y aprobadas nada menos que por el Concilio de Trento, y el Papa Pío IV, probablemente a instancias de San Carlos Borromeo (1538-1584), Cardenal Arzobispo de Milán, gran entusiasta de la obras de fray Luis y defensor de su enseñanza.
El incidente con la Inquisición española explica en parte el por qué las ediciones que aparecen en España a partir de 1566 del Libro de la oración y meditación muestren no pocas modificaciones. En este proceder coincide con San Juan de Avila, su gran amigo y director espiritual, quien hace lo propio con su Audi, filia, para tranquilizar a quienes, según decir de Juan de la Peña, «se les antoja en estos tiempos que la fe es el coco y el espantajo».
Escritor y traductor
Fray Luis es un prolífico escritor, e incluso traductor, cuyo valor ascético y espiritual no opaca su calidad literaria, sino todo lo contrario. De él dice Azorín: «Su sensibilidad va directa de los nervios a las cuartillas. Por eso no hay en nuestra literatura estilo más vivo, más espontáneo, más varío y más moderno. Fray Luis es de ahora como de hace cuatro siglos». Luego de encumbrarlo, con justicia, como un auténtico clásico, el autor y crítico alicantino no encuentra mejor manera de expresar su admiración sobre el tratado de la oración que afirmar: «Si tuviéramos que definir el Libro de la oración y meditación diríamos que es un libro shakespeariano». Para Azorín, en un realismo conmovedor se entremezcla la mayor «terribilidad» y «sutileza angélica» que ha conocido la lengua castellana. «¿Habrá en otra lengua -en España, no- tal cantidad de emoción en tan pocas páginas?» se pregunta finalmente.
Junto a su traducción romanzada del Contemptus mundi, hoy mejor conocido como la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, en 1536, al que consideraba portador de «la ciencia de la salvación que nos induce a vivir y morir como verdaderos cristianos», traduce también y anota, en 1562, el Libro llamado Escala espiritual, de San Juan Clímaco. Entre su rica producción está su Manual de diversas oraciones y espirituales ejercicios y su Suma cayetana, obra de casos de conciencia, ambas de 1557; la antología Compendio de vida cristiana, impreso en 1559; el Tratado de la oración, también en 1559, atribuido a San Pedro de Alcántara, quien en realidad habría compendiado el Libro de la oración y meditación del Granadino, cuya edición fue revisada y enmendada por fray Luis a pedido del editor Juan Blavio, quien sin embargo la publicó a nombre del santo franciscano, aumentando la confusión; en 1565 publica los dos volúmenes del Memorial de la vida cristiana, en el que expone el camino para responder al llamado a la santidad; en 1566 reedita con correcciones y algunas supresiones el Libro de la oración y meditación, que queda fundamentalmente igual, y al año siguiente hace los propio con la Guía de pecadores, pero esta vez sí totalmente rehecha.
Así siguen sus trabajos, en los que pasando, entre otros, por la Introducción al Símbolo de la Fe, en 1583, llegamos hasta el Sermón en el que se da aviso que en las caídas públicas…, que vió la luz el mismo año de su tránsito. Póstumamente fueron editadas algunas obras que fray Luis no alcanzó a publicar en vida. El autor granadino es también responsable de un rico epistolario.
Las reediciones de sus obras se cuentan por millares, particularmente de las más conocidas, situando al fraile granadino como uno de los más influyentes maestros de oración y de vida cristiana de todos los tiempos. Ya en su tiempo San Francisco de Sales(1567-1622) le escribía a un neo obispo: «Os aliento a que tengáis a mano las obras completas de Fray Luis de Granada y a usarlas como un segundo breviario».
Un español en Portugal
En 1557, el de Granada fue elegido Provincial de Portugal. Al finalizar su período se entregó aún más que hasta entonces a la vida de austeridad y de oración. En 1562 fue reconocido como Maestro de Sagrada Teología de la Orden de Santo Domingo, por su labor en la `cátedra’ de los libros, y ratificado como tal, en explicitación de su ortodoxia, en el Capítulo General de Bolonia, en 1564.
Considerado casi como un santo, murió el 31 de diciembre de 1588, luego de algunos años de duros y crueles sufrimientos. Al ser enterrado, una multitud ávida de conservar alguna reliquia se lanzó sobre el cadáver despojándolo de prendas, cabellos y de lo que quedaba de dentadura. No eran pocos los que creían en su pronta canonización, sin embargo el proceso parece haber sido obstaculizado por la excesiva severidad al juzgar un incidente menor, el error cometido por fray Luis a los 84 años de edad y casi ciego al discernir favorablemente el espíritu de una monja falaz que fingía llagas. Antes de morir escribió el bello sermón: En las caídas públicas, sobre las cautelas con que se deben tratar a los visionarios y sobre el pecado de escándalo. Fray Luis «quien no usa ni sabe engañar», fue engañado por otros al final mismo de una prístina vida. La ejemplaridad de su enseñanza y su conducta encuentran en las caídas públicas valiosa ocasión de ofrecer una reparación al involuntario error cometido.
Método de Oración de fray Luis