de Odón de Cantorbery

Sermón de la fiesta de la Asunción[1]

La Madre de Dios, trono de la Sabiduría, es ella misma la “sabiduría de los cristianos” y en este sentido es su “filosofía”.

En el Evangelio se nos describe a Jesús siendo recibido por dos hermanas, una de las cuales le servía mientras la otra se dedicaba a escuchar su palabra (Cf. Lc 10, 38-42). Esto se aplica a la bienaventurada María.

En estas dos mujeres de que nos habla la Escritura se ha acostumbrado a ver el símbolo de las vidas en la Iglesia: Marta representa la vida activa y María la contemplativa. Marta se afanaba en las obras de misericordia, María permanecía mirando. La activa se dedica al amor al prójimo, la contemplativa al amor a Dios. Pero Cristo es Dios y hombre. Y estuvo rodeado por el único amor de la bienaventurada Virgen María, ya sirviera a su humanidad o ya estuviese atenta a la contemplación de su divinidad. Un sabio ha llamado a María la «filosofía de los cristianos», y la primera palabra de esta fórmula quiere decir «amor a la Sabiduría». Y es verdad, por una parte los cristianos deben querer encontrar la verdadera sabiduría en María; por otra parte, en Cristo que es la sabiduría misma de los cristianos, le gustaba a María servir a su humanidad y contemplar su divinidad, a todas las horas y mejor que todos los hombres.

Otros sirven a los miembros de Cristo; María servía a Cristo en persona -a El Hijo de Dios e hijo suyo- y no solamente como Marta, por medio de acciones exteriores, sino por medio de su propia sustancia: ella le ofreció la hospitalidad de su seno. En su tierna infancia ayudó a la debilidad de su humanidad acariciándole, bañándole, cuidándole; ella llevó a Egipto al que huía de la persecución de Herodes y ella le volvió a traer; por fin después de haber hecho los múltiples servicios de Marta permaneció cerca de él mientras moría en la cruz; asistió a su sepelio y entonces sufrió de tal manera que, según la predicción de Simeón, su alma fue traspasada por una espada, por la espada aguda del dolor. ¿Fue así Marta? ¿Quién la podría igualar en el servicio?

También en la contemplación, en la parte de María, es ella superior a todos. ¡Qué contemplativa no sería la que había llevado dentro de sí a la divinidad misma unida a su carne en la persona del Hijo de Dios! A ese Verbo que estaba junto a Dios desde el principio, que era Dios, a ese es a quien ella llevó; después le escuchó, dialogó con El, gozó de El, le contempló. Cristo es el poder y la sabiduría de Dios (1 Co 1, 24), ahora bien, El estaba en María; de este modo, en Ella se encontraba todo el poder y la sabiduría de Dios. En Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia (Col 2, 3); ahora bien, El estaba en María, por eso en ella estaban ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Toda la plenitud de la divinidad se encuentra corporalmente en Cristo y El estaba en María; por eso en Ella residía toda la plenitud de la divinidad. Si toda la plenitud de la divinidad está en María, es que el Padre está en María, el Hijo está en María, el Espíritu Santo está en María.

Esta fue María contemplativa, la que contemplaba la gloria de toda la divinidad en el Hijo único de Dios que ella había engendrado en su carne. Cristo muestra cómo la gloria de la divinidad se manifiesta en la contemplación cuando dice: Nadie conoce al Hijo si no es el Padre, como nadie conoce al Padre si no es el Hijo y aquel a quien el Hijo quiere revelarlo (Mt 11, 27). Ahora bien, si el Hijo ha revelado a uno de los mortales a su Padre y a Sí mismo en cuanto Hijo, y al que les es común Espíritu Santo, ¿cuánto más se habrá revelado a Sí mismo, al Padre y al Espíritu Santo a su madre que en razón de su pureza de corazón era más digna de ver a Dios que todos los demás hombres? Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre (Jn 14, 9). Nadie ha visto jamás a Dios tan bien como su madre, que le ha criado y engendrado en su carne. Todo lo que he aprendido de mi Padre, dijo a sus apóstoles, os lo he hecho conocer (Jn 15, 15). Y si reveló todo a los apóstoles, ¿habrá ocultado alguna cosa a su madre, la Señora de los Apóstoles, la confidente de la Trinidad? Y puesto que María ha visto mejor que todos los hombres la gloria de la Trinidad en su Hijo, ella ha sido sin duda más sublime que todos en la contemplación.

La que es llamada «filosofía de los cristianos» ha empleado su amor más perfectamente que los demás hombres en el servicio de la humanidad de Cristo y en la contemplación de su divinidad. Se puede pues decir que verdaderamente en ninguna otra persona Marta ha servido tanto, ni María se ha dado tanto a la contemplación.

Enviado por: Pedro Edmundo Gómez, OSB.

Monje Bendictino de La Paz
pedroedmundogomez@yahoo.com.ar


[1] Texto latino en Etudes sur le vocabulaire, pp. 152-154. Tomado de María contemplativa y activa, Miles Immaculatae 3 (1967), pp. 425-429 y recogido en Epílogo, Vida religiosa y vida contemplativa, Mensajero, Bilbao, 1970, pp. 245-247.

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Enciclopedia


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