La paz del corazón
Se llama Perla (nombre ficticio), tiene 29 años, se prostituye en un bar y está embarazada. Llegó a la oficina. Traía de la mano a un niño pequeño, de dos años.
Empeñada en abortar, desesperada; ya se había hecho dos abortos anteriores, que más daba otro.
Hablo con ella, le presento los recursos audiovisuales con que contamos. Sigo hablando. Algo se va manifestando, lo siento dentro de mí pero no lo identifico. Pienso que se trata de la inquietud de siempre, cuando atiendo a las mujeres con intención de aborto.
Le ofrezco el apoyo del albergue, la atención médica gratuita, dar en adopción a su hijo. No sabe quien es el padre de su criatura. Le cuesta mucho trabajo mantener oculto su embarazo, pronto perderá su “trabajo” en el bar, si no aborta. Esta es su única solución. Sigo hablando con ella. De repente pregunta algo acerca de mí, yo le respondo (tal vez pensando: y tú ¿por qué me hablas así?).
Terminamos la entrevista; quedó en llamar, después de pensar un poco. Antes de salir, me mostró sus pies (traía pantalones), estaban muy hinchados. Me comenta que le duelen mucho sobre todo porque tiene que usar tacones altos para su trabajo de toda la noche.
“¿Quien te cuida al niño?”
“Pago a una persona para que lo haga”
Nos despedimos. Yo no pude evitar representar una escena en mi imaginación. Esa noche pedí a nuestro Señor y a mi Madre Santísima por Perla.
Dos días después, por la tarde, me llama:
“Estoy en la calle con mis maletas y mi hijo, no tengo donde ir”
“vete a la oficina, yo voy también para allá”
Dentro de mí, me alegro; me encomiendo a nuestro Señor. Hay algún inconveniente: es domingo y el traslado de Perla al albergue tomará más de dos horas, pero su criatura no morirá abortada. En nombre sea de Jesús, mi Señor.
Llamo al albergue, ahí la esperarán.
Mientras esperamos la hora de salida del autobús, volvemos a hablar.
“¿Es que nunca te han dicho que Dios te ama?”
Prácticamente se derrumbó en mis brazos llorando. Era como un pajarito con las alas cortadas, indefensa.
El pequeño Pepe, su hijito, le miraba con sus ojitos llenos de lágrimas.
Yo la abracé y lloramos juntas, no dejaba de repetirle “Dios te ama, no tengas miedo, todo va a salir bien”.
Acaricié sus mejillas, le dí un beso en la frente y le de dije “mi corazón está contigo, cuenta conmigo”
Llegada la hora de la despedida, le dí la bendición, como lo hago con mis hijos y nietos. Le repetí: “no olvides que Dios te ama”.
“¿Usted va a estar pendiente de mí? ¿me va a llamar?”
“Claro, y vamos a rezar, tú por mí y yo por ti ¿te acuerdas de alguna oración? Bueno pues entonces vamos a rezar.
Ya en casa, avanzada la noche, volví a llorar. Busqué que mis lágrimas se fuesen hacia adentro, que se volvieran una súplica “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecadora”.
Me dí cuenta que el día de la entrevista con Perla, hablaba mi corazón. Las palabras que salían de mi boca, no eran tanto los argumentos razonados y razonables que nos enseñaron cuando la capacitación para este servicio (que, desde luego, son válidos), sino que yo los decía desde mi corazón. Perla me estaba doliendo y mi corazón estaba rogando por ella dentro de mí. Me di cuenta hasta dos días después, cuando lloramos abrazadas.
En ese abrazo a Perla, algo cambió dentro de mí, no sé qué, no entiendo, pero algo pasó; como si un pedazo de mi corazón se hubiera abierto o se hubiera limpiado.
Al final, ese abrazo ha sido un regalo para mí. La cuaresma pasada le pedía a mi Jesús que me permitiera abrazar su Cuerpo lastimado para consolarle un poco siquiera. ¡Vaya que me lo ha concedido! Abrazar a Perla, ha sido abrazar a Cristo doliente.
Escrito por: Hna. Magdalena de Jesús
Miembro del Camino Neocatecumenal
y de la Fraternidad Monástica Virtual
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12. Una discriminación fundada sobre los diversos períodos de la vida no se justifica más que otra discriminación cualquiera. El derecho a la vida permanece íntegro en un anciano, por muy reducido de capacidad que esté; un enfermo incurable no lo ha perdido. No es menos legítimo en un niño que acaba de nacer que en un hombre maduro. En realidad el respeto a la vida humana se impone desde que comienza el proceso de la generación. Desde el momento de la fecundación del óvulo, queda inaugurada una vida que no es ni la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. No llegará a ser nunca humano si no lo es ya entonces.
Extraído de: Declaración sobre el aborto
Links de Hoy:
Creo que esta historia nos da «la clave» para estructurar nuestra organizacion, y dirijirla de una forma practica y sabia para ser la esencia de nuestro apostolado dentro de la sociedad… En otras palabras: Todo lo que pensemos y hagamos sea en beneficio del hermano en necesidad… Ese debe ser nuestro proposito como «fraternidad».
Que labor hermosa. Mis oraciones para la hermana Magdalena y la joven que ayuda. Nuestra época necesita muchos testimonios como ese.
Saludos hermanos, que el Santo Espíritu de Dios los colme de bendiciones
Maravillosa historia, llena de la realidad humana que muchas veces nos olvidamos de que existe… Y también de la realidad divina que suele escapársenos. Debe ser hermoso trabajar en algo así y poder ayudar a tantos hermanos que sufren y que son, como Nuestro Señor Jesucristo dijo, parte de él mismo, manifestada ante nosotros. :_)
Que hermosa lección la de ver a Jesucristo en el hermano doliente. Siento que todos nosotros estamos llamados a actuar así, pero nuestra mezquindad nos limita y por ello debemos pedir a Dios que transforme nuestro duro corazón en un corazón amoroso.
¡Qué texto tan hermoso! Me ha conmovido y las lágrimas han acabado rodando por mi rostro. En cuanto tengo noticia de que alguien ha abortado, rezo por ella y muchos días le pido a Dios que aquellas que estén pensando en abortar en ese mismo día, cambien de opinión, que Él las toque el corazón.