La 8° carta

"Eremita" de Albert Henry Payne - (1900 aprox.)

La voluntad de Dios

Estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.

Espero se encuentren bien, perseverando en la tarea de reemplazar la divagación por la oración y templando el cuerpo con sobriedad creciente, a fin de permitir la presencia de Cristo en nuestras actividades.

Continúo la relación epistolar con ustedes a partir de las consultas que me llegan y de entre ellas, eligiendo las que puedan servir a todos.

Acerca  del tema de la voluntad de Dios mucho es lo que se ha dicho y escrito en la historia de la espiritualidad; pese a ello, permanecen dificultades de discernimiento en cuanto a la voluntad de Dios para con uno mismo como persona particular y en las situaciones precisas en que lo cotidiano se desenvuelve.

¿Qué he de hacer ante esto o aquello y cómo saber que no es mi propia voluntad la que se disfraza de tarea sagrada? Menuda pregunta tenemos entre manos, trataremos de aportar algo en base a nuestra experiencia.

Antes que nada nos ha resultado útil ser conscientes de que la imperfección es inseparable de lo humano. Nos es propio lo imperfecto  del mismo modo que respirar es inherente a nuestra vida.   Y esta cierta in-completitud, palpable en todos nuestros actos y sentimientos, configura mucho de nuestra riqueza, porque gracias a esa permanente incertidumbre es que tendemos a Dios, la suma de la perfección y la certeza.

En nuestras obras puede observarse lo hecho y también lo que hemos querido hacer. Existe siempre algún grado de separación entre lo querido y lo encontrado. Es que somos seres en tránsito, peregrinos rumbo al santuario y esta misma condición itinerante pone el límite de lo provisorio a todo emprendimiento.

Nuestras construcciones, de cualquier índole, son temporales. Se producen dentro del  tiempo, son finitas,  pero buscando la eternidad. Aspiramos a lo perfecto y a lo eterno, queremos las cosas bien hechas y para siempre y en esta intención se encuentra la chispa que nos impulsa a lo divino.

Entonces, tener presente esta situación básica de la existencia, nos permite recordar la necesidad de la misericordia en cada momento y nos predispone a buscar la voluntad de Dios para nosotros, sabedores de que solo podremos “traducir” la misma, desde nuestro estado espiritual, siempre imperfecto.

Desde allí surgen ciertos criterios generales, que podemos utilizar para discernir en la vida de cada día, lo que se acerca o se aleja de la voluntad del Señor; dar en el blanco es otra cosa.

1. El criterio de la violencia.

“Si mi acción es violenta en cualquier forma, no es acorde a la voluntad de Dios.”

Si en nuestra acción concreta o como resultado de ella, se produce violencia en cualquier forma de manifestación, podemos saber que estamos más cerca del enemigo que de Dios.

Es que la violencia más violencia genera y en espiral destructiva se termina muy lejos de lo que se quería defender.

En el campo de lo social hay sobradas muestras de cómo las guerras o lo impuesto por la fuerza, decanta más tarde o más temprano, en lo contrario de lo que se pretendía.

En el terreno de lo personal la violencia suele expresarse no sólo en su forma más evidente de agresión física, sino como diferentes tipos de forzamiento y manipulación, de imposición de lo propio sobre lo ajeno.

2. El criterio de la Presencia.

“Actúa en todo teniendo en cuenta lo que a Dios agradaría”.

Este consejo que siempre repetía mi Padre espiritual, resulta muy efectivo si se lo antepone a toda acción. El enfatizaba luego, condescendiente con mis posturas filosóficas, que si bien era muy probable que Dios se encontrara más allá de agrados y desagrados, resultaba muy útil tener presente esto como modo de evaluar las propias conductas.

En lo práctico, uno debe preguntarse: ¿Haría esto si El Señor estuviera aquí conmigo?

Pues bien, el hecho es que El Señor está. Con el tiempo uno empieza a percibir esa presencia de manera no condicional sino real y hasta se hace innecesaria la pregunta.

3. El criterio de la motivación.

“Y esto que voy a hacer, ¿para qué lo hago?, ¿Qué busco mediante esta acción?

Porque resulta claro que existe lo que se ve de nuestra acción por fuera y lo que la informa por dentro. La verdadera acción no es lo que se nota de ella sino la intención que la motiva.

Recuerdo graciosamente ahora como fui sorprendido por esta enseñanza en su momento. Mucho de lo que hacía se me reveló con motivaciones torcidas, tendientes a la gloria personal o a la revancha con frustraciones pasadas. La búsqueda de la pureza del corazón se hizo importante (Salmo 50, 12)

Lo que se ha de buscar es siempre el bien de los demás junto al propio bien. Difícilmente sea de Dios algo que perjudique a una de las partes. Si esto no se produce, conviene retardar la acción en pos de mayor reflexión.

A veces uno se apasiona en la acción y se olvida de la reflexión necesaria. Debemos evitar que nuestro hacer resulte una mera reacción, porque en ese caso la motivación es muy dudosa. Poner una distancia entre el suceso y la respuesta al mismo, es imprescindible si pretendemos  actuar con la intención adecuada.

4. El criterio de la paz.

“Si la acción es acorde a Su voluntad, resulta en paz interior perdurable”

Hacer la voluntad de Dios, hacer lo que sentimos que nos pide, siempre nos deja en paz. Se produce un acuerdo en nuestro interior al quedar alineados con su plan.

Esto es así aún cuando hacer Su voluntad implique esfuerzo, trabajo e incluso en ocasiones, cierta pena. Se hacen distinguibles la inquietud y el desasosiego que son el fruto de nuestra voluntad personal guiada por el egoísmo. Esta sensación de estar haciendo lo debido es lo que brinda la paz, más allá del resultado de la acción.

¿Y cómo hacer para saber si me dará la paz determinada conducta, si aún no la he realizado? Es preciso detenerse e imaginarla con precisión antes.  Este imaginar previo también nos brinda una sensación nítida, pacífica o tumultuosa.

La práctica de la oración de Jesús nos permite ser coherentes con el mandamiento principal que enseña el Evangelio, porque este recuerdo continuo no se produce sino lo amamos a Él más que a todas las cosas.

Los saludo invocando el Nombre de Jesucristo, nuestro señor y redentor.

Esteban de Emaús

Lecturas recomendadas:

San Marcos. 12, 28-31  –  San Lucas 6, 27-31  –  Salmo 50, 12  –  Eclesiástico 32, 14 -24*

*Aquí según las traducciones más eruditas, temor ha de ser entendido en el sentido de reverencia o unción.

Links de hoy:

Como en el locutorio

Quaerere Deum

Sta. Teresa de los Andes


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7 Comments on “La 8° carta

  1. Querido Hermano:
    también vivo hace muchos años la Oración de Jesús, la que purifica y trae tanto gozo al alma. Gracias por tus temas tan claramente compartidos. ¿Qué podrías decirnos sobre la avaricia espiritual?
    Gracias, en comunión de oración
    Dina

  2. Algún día, cuando estemos con El, supongo que veremos estas cosas con una claridad asombrosa. Como bien se despide el autor, me resulta clave a lo largo de toda la carta: la práctica del mandamiento principal. Aunque, más que mandamiento, es ofrecimiento. ¿La voluntad de Dios no es acaso amarnos? ¿No quiere amarnos por encima de todo? Quizá desde esta óptica, la óptica de la cima, se pueda entender el cumplir la voluntad. Toda paz, motivación y presencia nace del Amor, hasta la misma libertad. Así, dejandonos amar por Dios, amamos y, por tanto, cumplimos su Voluntad. Ardua empresa, pero, como siempre, más arde el Amor que nos tiene. Gracias hermano, muchas gracias por el post. Lo necesitaba.

  3. Querido hermano, como se nota que hablas con y desde el corazón. Sólo puede hablar así una persona que ha experimentado de primera mano lo que dice. un abrazo fraternal. Lo que dices es sabiduría divina. Gracias.

  4. Hermano Esteban, soy religiosa argentina y vivo en Brasil , estoy por voluntad de Dios en este camino de la Oración de Jesús, no dejes de mandar sus cartas yo las imprimo y con ellas de soporte sigo en pié, Dios te bendiga, ruega por mí yo lo haré por tí.

  5. Muy interesante la entrada. Me gustaría añadir unas palabras del P. Amedeo Cencini, escritas en su libro «El árbol de la Vida».
    La misma «voluntad de Dios», en efecto, no se realiza en los sucesos en cuanto tales, sino en la manera en que se viven, y precisamente esta manera encausa y activa la libertad del hombre y su decisión rsponsable. En las muchas situaciones históricas que no corresponden al plan divino, como continuamente podemos constatar, se pide, por tanto, igualmente al hombre que viva de manera positiva, como creyente, y que cumpla, como tal, la voluntad de Dios, no sufiéndola simplemente, sino introduciendo en esas situaciones un sentido nuevo, liberando lo más posible el ser y el actuar, el querer y el amar del egoísmo, y dando a todo un carácter altruista y solidario con el tú.
    Este carácter o sentido nuevo es también má verdadero, o es la única verdad para el creyente, porque es lo que ha hecho Jesús en su pasión (convirtiéndola, precisamente por su actitud, en «voluntad de Dios», por tanto en expresión de verdad), pero también porque sólo existe verdad allí donde hay también amor y donde quien busca conforma su vida a la verdad encontrada, de modo singular-único-irrepetible, como sólo podría hacer una conciencia pascual».
    Disculpa, tal vez la cita es demasiado larga.

  6. El asunto de la voluntad de Dios tambien a mi me parce muy dificil de pensar y ya mas a realisar. El texto habla con profunda instrospeccion y comprencion. Nada mas me parece que la paz no se deja alcanzar solo por su mimsa persona siempre es un paz que participamos con otras personas. Aquellas relaciones pueden causar muchas inquietudes aunque busquemos la paz.. Pensando que hay personas que de ambos lados tratan con todas buenas intenciones de entender y realisar la voluntad de Dios pero al mismo tiempo no viven en un verdadero paz comun siempre queda un desafio.

  7. Los criterios que se mencionan en el «post» me parecen muy interesantes, pero aún así la vida también cada día me resulta más difícil y adivinar la voluntad de Dios una quimera. La vida es ciertamente ardua y requiere de gran fortaleza.

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