La paz del corazón
“Que se digne, según la riqueza de su gracia, armaros de poder por su Espíritu para que se fortalezca en vosotros el hombre interior” (Ef. 3, 16)
Por Jean Cadilhac, Obispo de Nimes
Una de las más fuertes motivaciones humanas es el “aparentar”. El “aparentar” guía muchos comportamientos cotidianos, especialmente en las relaciones sociales. Nacido de nuestra necesidad de prestigio y de grandeza, nos conduce a vivir en superficie.
Esta tendencia a la superficialidad está acentuada hoy en día por los medios de comunicación social y la”civilización” del espectáculo. El resultado de ello es un desinterés por la vida espiritual y un desconocimiento de su realidad, batida en retirada, por las corrientes que imponen su espíritu y sus costumbres. El positivismo y el tecnicismo nos polarizan hacia la eficacia. La ideología marxista que impregna tantas mentalidades, orienta hacia la “praxis”. El mundo, ante todo, debe ser transformado; la prioridad es otorgada a la acción en relación a la contemplación.
Se opina, incluso entre los cristianos, que la vida espiritual no tiene una buena prensa. Se identifica con la vida monástica, la cual para el mundo, “no sirve para nada”. Se la considera como una evasión lejos de las responsabilidades de la vida corriente, una huida en el imaginario o al menos, como un lujo reservado a una élite. Sin embargo es verdad que algunos se ven tentados a buscar a Dios lejos de la realidad de su propia vida terrestre.
Vivimos bajo el régimen de la Encarnación. El Verbo se hizo hombre y ha acampado entre nosotros, y nosotros hemos visto su gloria, gloria que tenia junto al Padre, como hijo único lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14). En él reposa la plenitud del Espíritu, como Jesús afirmará en la sinagoga de Nazareth aplicándose la profecía de Isaías (Cf. Lc 4, 16-30). Este Espíritu, no cesa de comunicarlo a los hombres. La encarnación es la unión indisoluble de Dios y del hombre en la persona de Jesús “concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen Maria”. Como dice el Vaticano II, retomado por Juan Pablo II en su encíclica Remptor hominis: “Cristo encarnándose, en cierta manera, se ha unido a todo hombre”. Se puede aplicar a esto lo que Jesús dice a propósito del matrimonio: “Que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.
Tenemos poca conciencia del misterio de la Alianza y hacemos poco caso de los desposorios de Dios y la humanidad en Cristo. El misterio cristiano, misterio de redención, es ante todo misterio de encarnación. En esto se reconoce el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en la carne es de Dios, y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios, es el espíritu del anticristo ( 1 Jn, 4,2). ¿Cuántos pretenden creer en Cristo sin adherirse a ello y sin medir sus consecuencias? Lo atestiguan los comportamientos corrientes de cara a la Iglesia, al magisterio, los sacramentos, los pobres. Todo lo que hacéis a uno de estos más pequeños entre los míos, a mí me lo hacéis.
La vida espiritual, que es lo esencial de la vida cristiana no tiene otra finalidad desde de la encarnación, en el decir de San Serafín de Sarov, que la adquisición del Espíritu para vivir de él en toda su vida. Ser cristiano consiste en dejarse invadir y transformar por el Espíritu Santo, es llevar una vida en y según el Espíritu de Cristo, dejando a Dios tomar el gobierno de nuestra existencia como Maria, quien respondió al ángel: “Yo soy la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Convertirse será siempre, en efecto, reconocer y aceptar nuestra dependencia esencial bajo la mirada de Dios renunciando a vivir para uno mismo y por uno mismo. Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de Dios (Mt l8,3).
La vida espiritual no es pues otra vida, al lado de la vida real, sino nuestra vida cotidiana en su totalidad vivida de otra forma, en el Espíritu. No existen dos vidas, la ordinaria y la espiritual. Todo en nosotros es susceptible de ser espiritualizado, incluido aquello que nos parece más material. Para el Espíritu Santo, no hay zonas prohibidas, salvo las que nosotros le fijamos. El es como un agua viva que está irrigando, vivificando lo más cotidiano y lo más banal de nuestra existencia.
“Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma al Espíritu indómito,
guía el que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
(Veni Sancte Spiritus, secuencia de Pentecostés)
Nuestra vida real y concreta, con sus acciones y sus elecciones mas ordinarias, es el lugar de nuestra vida espiritual. Esta esa la suerte de la banalidad. Se puede recordar el pensamiento de San Agustín: “Aquél que no es espiritual hasta en su carne se convierte en carnal hasta en su espíritu.” Bajo este aspecto, la Virgen María, que ha vivido escondida a los ojos de todos, es la criatura más espiritualizada que existe, hasta en su carne, gracias a su maternidad divina y a su aceptación de la voluntad de Dios.
La vida espiritual no puede desarrollarse en nosotros sino cuando cada uno, según su vocación y su estado de vida, se libra todo entero al Espíritu Santo y se deja guiar por él en lo concreto de su vida familiar, profesional, social, cultural, política. Desde ahí se puede comprender que comienza por el cumplimiento del deber de estado que es el lugar real de nuestra santificación. Se trata de realizar ”nuestro oficio”, sea cual sea, en unión con Cristo y en el Espíritu. Esta es la invitación del Concilio Vaticano II. “Exhorta a los cristianos a realizar con zelo y fidelidad sus tares terrestres dejándose conducir por el Espíritu del Evangelio (Gaudium et Spes. 43).
Necesitamos, pues, un retorno a la interioridad, puesto que, según la expresión de Madeleine Dêlbrel “la vida espiritual es una vida humana vivida en el interior”. Esto no es, ciertamente, natural en nuestro mundo. “Entra en ti mismo al hombre interior, habita la verdad y si encuentras que tu naturaleza es cambiante, trasciéndete a ti mismo para encontrar a Dios”, nos dice San Agustín. Lejos de toda búsqueda de uno mismo o de toda complacencia en uno mismo, se trata de encontrar, más allá de las apariencias y los epifenómenos, ese lugar interior y secreto donde dios nos habita a fin de que “el recuerdo de Dios se convierta en nuestra respiración”. Algunos que creen lograrlo por métodos en boga de tipo oriental no pueden sino desviarse, porque, en general, rechazan la alteridad de Dios y la acogida de la salvación que nos es ofrecida gratuitamente. Es, ciertamente, por gracia que habéis sido salvados mediante la fe. Esta salvación no viene de vosotros, es un don de Dios. No procede de las obras por tanto nadie puede gloriarse de ello. (Ef. 2,8).
Sólo el Espíritu Santo acogido con todo su poder puede fortalecer en nosotros al hombre interior (Ef. 3,16), el corazón en sentido bíblico, ese núcleo espiritual e incorruptible que es lo mas intimo del hombre mas allá de la inteligencia, de la afectividad, del consciente y del inconsciente. Allí es donde Dios habita, obra solicitándonos por mociones e inspiraciones. Gracias a esta relación de interioridad con Dios en el Espíritu Santo, el hombre se comprende a sí mismo de una manera nueva. Comprende su propia humanidad. Se halla a sí mismo a través del don desinteresado que hace de todo lo que pertenece a su Señor[1]. “Si alguno me ama, observará mi palabra y mi Padre le amara, vendremos a él y haremos morada en el” (Jn 14,23).
Es importante precisar que la vida espiritual no es cuestión de voluntad, aunque se la necesite. Es esencialmente la obra del Espíritu en nosotros, a la cual debemos permanecer disponibles para colaborar. Dios, en efecto no hace nada sin nosotros. Nos ama demasiado para forzar nuestra libertad y obrar solo. Nos tiende la mano. Nos toca a nosotros saber tomarla.
Algunas condiciones favorecen la interioridad de nuestra vida; normalmente el silencio y los tiempos de silencio. En la vida moderna donde reinan la movilidad, la agitación y el ruido, aquél que quiere vivir su vida desde el interior debe saber encontrar el lugar y las horas donde podrá encontrarse solo consigo mismo y con Dios. Claro que Dios está siempre con nosotros pero nosotros no estamos siempre con Él. Él está presente pero nosotros no permanecemos siempre en su presencia. A cada uno, según su estado de vida, y sus responsabilidades debe encontrar estos lugares y estos tiempos. No hay una receta válida para todos. Cada cual debe darse una regla. Algunos pueden pasar un día o dos por mes en un monasterio; otros, que madrugan, consagrar las primeras horas de la jornada a la meditación y la contemplación. Lo esencial es creer en la prioridad y la necesidad de estos tiempos de encuentro. No pongamos el pretexto de que es “un tiempo robado a los otros”. Es tiempo que les es dado, al contrario, en una presencia más profunda de Dios.
El camino de la interioridad pasa por la oración. La acogida del Espíritu Santo no puede economizar la escucha de la Palabra de Dios y los sacramentos, especialmente la Eucaristía. Estos son los medios necesarios que contribuyen a espiritualizar todas nuestras actividades, todos nuestros sentimientos, todos nuestros pensamientos. Este es precisamente el resultado a esperar. Por esto Jesús nos hace permanente el don de su Espíritu. Acojámoslo, pues; con el nada nos faltará.
Extraído de «Fortifiez en vous l´Homme interieur», Jean Cadilhac. Ed. Lion de Juda, 1990, pp. 9-15
[1] Diccionario de Vida Espiritual, p. 59.
Es muy claro! alguien decía que «el cristiano de estos tiempos será un contemplativo, un místico o no será nada» ha sido un llamado para mi. Estar abierta a la acción del Espíritu. ¡Paz!
!Oh llama de Amor Viva ! !Oh Espíritu …!
«La vida espiritual no es pues otra vida, al lado de la vida real, sino nuestra vida cotidiana en su totalidad vivida de otra forma, en el Espíritu» este debería ser la actitud de todo discípulo de Cristo.
PAX. Como decia nuestro amado Padre Serafico San Francisco de Asis: «Oh Alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazon….dame fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta, sentido y conocimiento de Ti…»…cuantas cosas aun le ocultamos (en apariencia) a Dios??? DEUS BENEDICITE!!!
Te has confundido, debes decir Deum benedicite.
Gracias doy al Espiritu Santo por la precedente Inspiracion Pastoral al Obispo de Nimes.
No solo en las religiones orientales sino tambien en las semitas no se acepta «la alteridad de Dios» YO SOY EL QUE ES viene a decir a nuestro Padre Moises; no es alteridad que segun el momento historico de cada pueblo las formas en que Dios se manifiesta nos den una imagen distinta haasta que los tiempos culminan y dandonos a Su Hijo Jesus nos hace participes de Su Divinidad acicate para expandir Su NOMBRE por todo el Universo.
En cuanto al «tiempo robado a los otros» estamos en el terreno de la FE «la comunion de los santos» que avala nuestra actividad orante en beneficio tannto de vivos como de muertos es una obra de Caridad tan sublime que veo imposible una mente que lo supere.
Mi oracion para Uvd y todo el rebaño.
Magnifico el párrafo, no tiene desperdicio, y da en el clavo. Dios nos conceda a todos, por medio de su Espíritu el llegar a ser en verdad «personas espirituales».
En la invocación del santo Nombre.
Dios mio que escrito tan acertado. Dios y su gracia en nosotros lia en un libro el hombre esta llamado aser neumatoforo.