Meditación Misterios Gozosos de Juan Taulero

Madre de Dios

Estimados hermanos en Cristo. Os acercamos esta meditación profunda y bella acerca de los Misterios Gozosos del Santo Rosario, escrita por Fray Juan Taulero, monje dominico del siglo XIV.

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Meditación sobre los Misterios del Santo Rosario

Misterios Gozosos

La Anunciación

Todo aquello que debe recibir, debe de ser puro, limpio y vacío. Es por eso que debes callarte: entonces el Verbo de este nacimiento podrá ser pronunciado en ti y podrás escucharlo; pero estate bien seguro de que si tú quieres hablar, Él debe callar.

No hay mejor manera de servir al Verbo más que callándose y escuchándole. Si, por lo tanto, tu sales completamente de ti mismo, Dios entrará todo entero; tanto como tu salgas, tanto Él entra, ni más ni menos. Esta paz no puede, es cierto, reinar siempre en ti. Pero es por ella, sin embargo, por la que tu llegarás a ser madre espiritual de este nacimiento. Una madre así debe a menudo establecer en ella este pleno silencio, con el fin de habituarse a hacerlo; el hábito le dará una cierta maestría, porque aquello que no es nada para un hombre ejercitado parece completamente imposible al novicio inexperto. Es, en efecto, el hábito el que da la maestría.

La fecundidad de María es aquí la imagen de la fecundidad de toda alma que acepta hacer silencio en ella para recibir plenamente la Palabra de Dios, como María ha recibido el mensaje del Ángel. Esta escucha pasiva puede parecer muy fácil; en realidad exige una gran ascesis. Esta escucha hace desaparecer nuestro yo y todas sus pretensiones para concentrarse en un Otro, de tal manera mayor, que nuestros pensamientos desfallecen ante Él. Pero en este silencio, el alma es misteriosamente tocada por Dios y se transforma en Él. Del fondo del ser brota entonces una vida nueva, bendición para aquel o aquella que ora así y para toda la Iglesia.

 

La Visitación

Las personas nobles y vivas, ellas, permanecen por el contrario en la vida, sienten interiormente la vida, son instruidas por la vida interior y por la verdad. Y aquello que les llega de divino, del exterior, despierta la vida interior estimulando ahí una inclinación, un amor, una complacencia cuyo objeto está totalmente en el interior y en ninguna otra parte. Permanecen en el reino interior, es ahí donde está el bien que ellos degustan, están ahí las cosas que deben permanecer escondidas a aquellos que no llegan a ese lugar. La luz brilla aquí, es aquí donde se entra en el Reino por la verdadera puerta y no por una puerta escondida sino por la vía directa. Los grandes doctores de París leen gruesos libros, hojean las páginas; eso está muy bien, pero las personas de vida interior leen el libro vivo en el que todo es vida, ellos recorren el cielo y la tierra leyendo ahí la obra maravillosa de Dios.

Es eso lo que hacen María e Isabel, la una ayudando a la otra a releer su vida dando gracias a Dios. Cuando María constata que el Señor ha hecho por ella grandes cosas, es a esta obra maravillosa a la que ella hace alusión, no a alguna cosa que sería un bien propio. Isabel, ella, alaba la fe que permite a Dios operar sus maravillas. La fe, en efecto, reconoce el dedo de Dios, porque, interiormente, está afinada con Él. Busquemos entonces esta vida interior que nos afina con el Dios vivo y nos enseña la alabanza, y si nos hace falta también echar un vistazo a los libros de París, que no sea para discutir vanamente y protegernos poniendo el amor a distancia, sino solamente para armonizar también nuestra inteligencia al misterio del cual percibimos interiormente su realidad.

 

El Nacimiento

Se festeja hoy, en la santa cristiandad, un triple nacimiento en el que cada cristiano debería encontrar un gozo y una dicha tan grandes que le pusieran fuera de sí mismo; hay razones para entrar en transportes de amor, de gratitud y de alegría; un hombre que no sintiera nada de eso debería temblar. El primero y el más sublime nacimiento es el del Hijo único engendrado por el Padre celeste en la esencia divina, en la distinción de las personas. El segundo nacimiento festejado hoy es el que se realiza por una madre que en su fecundidad guardó la absoluta pureza de su virginal castidad. El tercero es aquel por el cual Dios, todos los días y a todas horas, nace en verdad, espiritualmente, por la gracia y el amor, en una buena alma. Tales son los tres nacimientos que se celebran hoy con tres misas.

Se canta la tercera misa en pleno día. Este es su Introito: “Puer natus est nobis et filius datus es nobis” ‒Un niño nos ha nacido y un hijo se nos ha dado‒. Nos hace pensar en el muy amable nacimiento que, todos los días y en cada instante, debe realizarse y se realiza en cada alma buena y santa. (En efecto, si ella tiene a bien poner ahí una amorosa atención; ya que para sentir en nosotros este nacimiento y tomar conciencia de él, es necesaria una concentración y un repliegue de todas nuestras facultades). Entonces, en este nacimiento, Dios se nos hace tan nuestro, se nos da en tal propiedad, que nadie nunca ha tenido nada en tan íntima posesión. El texto no nos dice: Un niño ha nacido; un hijo se nos ha dado. Él es nuestro, completamente nuestro, más que ningún otro, bien nuestro. Nace Él cada instante y sin pausa en nosotros.

En efecto Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios, como dice la más antigua tradición patrística. Si Él ha nacido en nuestra historia, es para nacer en cada uno de nosotros cuando lo acojamos y aceptemos dejarle transformar nuestras vidas. Pero este nacimiento no es en primer lugar una exigencia, es un don, don del Padre que ha amado tanto al mundo que le ha dado a su Hijo, don del Hijo que viene a compartir nuestra condición y a establecernos en una intimidad cotidiana y familiar con Él. Si la generosidad de Dios, su ambición para nosotros, nos da vértigo, miremos al niño pequeño en el pesebre, tan frágil y desprotegido, y dejémonos domesticar.

 

La Presentación

Considerar ahora el carácter y el oficio que hacen que un sacerdote sea sacerdote. El oficio de sacerdote, por el cual un hombre es y se llama sacerdote, consiste en ofrecer por el pueblo el Hijo único a su Padre del cielo.

Pero de una manera espiritual –que realiza verdaderamente el sacerdote y por la cual el sacerdote existe (lo que pertenece propiamente al cargo sacerdotal, es el sacrificio)– de una manera espiritual decía, una mujer puede ofrecer este sacrificio tan bien como un hombre, y esto cuando ella lo quiera, de noche o de día. Debe ella entonces penetrar en el Sancta Sanctorum y dejar fuera todo lo vulgar. Debe entrar sola, es decir entrar en ella misma, con un espíritu recogido y allí, habiendo dejado fuera todas las cosas sensibles, debe ofrecer al Padre del Cielo el muy amable sacrificio, su Hijo predilecto, con todas sus obras, sus palabras, con todos sus sufrimientos y su santa vida, para todo lo que ella desea y con todas sus intenciones, debe ella, con una gran devoción, englobar en esta plegaria a todos los hombres, los pobres pecadores, los justos y los prisioneros del Purgatorio. Es esa una práctica muy eficaz.

Esta ofrenda de Cristo al Padre, María la ha realizado la primera en el Templo de Jerusalén. Por este gesto ella reconoce a la vez que el niño que tiene en sus brazos pertenece en primer lugar al Padre y no a ella, y también ofreciéndolo con todo lo que será su vida, ella nos ofrece a nosotros mismos, que somos miembros de Cristo, se ofrece ella a sí misma, y ora por la humanidad entera; nosotros también podemos en nuestra plegaria ofrecer así el Cristo a Dios para la salvación del mundo, ofreciéndonos nosotros mismos con todas las etapas gozosas o dolorosas de nuestro camino. Para esta ofrenda, podemos situarnos en María, en sus maternales manos, en su experiencia del misterio de Dios.

 

El Niño encontrado en el Templo

¡Hijos míos! Vigilar en ese fondo que hay en vosotros, y no busquéis más que el Reino de Dios y su justicia; es decir no busquéis más que a Dios, que es el verdadero reino. Es este reino el que deseamos y que cada hombre pide todos los días en el Pater noster. ¡Hijos míos! El Pater noster es una oración muy elevada y muy potente. Vosotros no sabéis lo que pedís. Dios es su propio Reino. Es en este Reino donde reinan todas las criaturas razonables; es el término de sus movimientos y de sus inspiraciones. Es Dios quien es el Reino que nosotros pedimos, Dios mismo en toda su riqueza. En este Reino, Dios deviene nuestro Padre, y nos prueba su fidelidad paternal y su potencia de padre. Por el hecho de que encuentra lugar en nosotros para su operación, el nombre de Dios es santificado y magnificado y conocido. Su santificación en nosotros, es que Él pueda reinar y hacer su obra perfecta en nosotros; es entonces cuando su voluntad se hace aquí en la tierra, como allí alto en el Cielo. Es decir en nosotros como en Él mismo, en el Cielo que es Él mismo.

Dios es su Reino, allí Él es nuestro Padre y nos prueba su fidelidad. Jesús en Jerusalén se reconoce como el hijo de este padre del que visita el Templo. En adelante no cuenta ya nada más que estar en los asuntos de su Padre, con gran desconcierto de sus padres que le buscaban en vano. Este encuentro con el Padre tal como lo narra San Lucas está enmarcado por la mención de la juventud de Jesús en Nazaret y por su crecimiento en estatura y en gracia. Pero al final Lucas añade: y Él les era sumiso. Está claro que esta sumisión mencionada como un hecho nuevo tiene todo que ver con la conciencia de Jesús de ser el Hijo del Padre. Su sumisión a sus padres que no comprenden todavía el misterio de esta filiación está en la línea de la adoración del Padre y de la obediencia a su voluntad. Es así como Jesús se manifiesta como Reino de Dios y paz de Dios.

Compilado por Joaquín Sergio

2 Comments on “Meditación Misterios Gozosos de Juan Taulero

  1. Para mi,la conyemplación de los misterios gozosos es vaciarnos de nosotros mismos para que el Verbo sea el que llene todo nuestro ser y existir;es adelantar lo que haremos en el Cielo.No creo que hayan palabras para describir el GOZO y la Paz que se vive.

  2. «Todo aquello que debe recibir, debe de ser puro, limpio y vacío.» Una frase maravillosa, sencillamente maravillosa, así como la invitación a vaciarse de sí mismo para dejar a espacio a lo que de veras importa.

    Feliz Adviento

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