Seguimiento de Jesús

La vocación cristiana es la respuesta a una llamada previa que Jesús nos dirige. Es Él quien toma siempre la iniciativa y no nosotros. No es el discípulo quien elige a Jesús: «No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí a ustedes» (Jn. 15,16).

Seguir a Jesús implica acoger la llamada gratuita y personal expresada en el bautismo y la confirmación no para escuchar unas enseñanzas doctrinales o cumplir unos mandamientos, sino para adherimos a su persona, dejamos configurar por Él, entrar en comunión con Él, disponibles para el servicio del Reino; orientando nuestro proyecto de vida desde la solidaridad hacia los más pobres. Esta comunión de vida con Jesús nos lleva a una misión. Toda llamada va acompañada de una tarea práctica.

Es enriquecedor descubrir la misión liberadora del envío, expresada en los evangelios con términos como curar, sanar, expulsar demonios, devolver la vida.

Nuestra misión es anunciar el Dios de la vida, hacer presente el amor misericordioso de Dios a los hombres con gestos, palabras y actitudes sanadoras.

En un mundo en el que prima la competitividad, la agresividad, la apariencia, el consumo, estamos llamados a anunciar con nuestra vida y testimonio los valores evangélicos de la misericordia, el perdón, la honestidad, la tolerancia, la transparencia del corazón, la paciencia, el amor.

Exigencias:

  • Es un anuncio encarnado parte de la realidad y de las situaciones que vive la gente, y nos exige una actitud de disponibilidad y de apertura para escuchar y comprender sus inquietudes, problemas, angustias y dar respuestas adecuadas.

 

  • Iluminar esta realidad a la luz de la Palabra del Señor y de las actitudes de Jesús para descubrir allí el compromiso que nace de mirar la vida con la óptica del Evangelio.

 

  • Vivir en actitud contemplativa y orante. La oración y la contemplación garantizan que nuestro anuncio del Señor, nuestra tarea apostólica sea un anuncio evangélico, integral y efectivo. Sin esta referencia constante y explicita al Señor y al evangelio, nuestro anuncio puede perder la perspectiva desde la cual estamos llamados a comprometemos con los que sufren.

 

Seguir a Cristo Misericordioso

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La misericordia es una experiencia personal profunda, es una vivencia que tiene su origen ·en el amor de Dios por nosotros y en la persona de Jesús. Un amor gratuito e incondicional que nos impulsa a comunicarlo y hacerlo sentir a todos aquellos que encontramos en nuestro camino. El amor de un Padre bueno y misericordioso que está siempre esperándonos, que nos acoge y acepta como somos, que nos perdona, conoce nuestras debilidades, cuenta con nosotros para su proyecto de salvación.

Esta experiencia personal del amor de Dios nos enseña a amar, a vivir la misericordia. El amor en contacto con el dolor se manifiesta misericordioso, como un corazón abierto a la miseria humana.

Jesús nos pide ser misericordiosos como su Padre (Lucas 5, 36) y con su vida nos muestra claramente el camino, se conmueven sus entrañas frente al dolor y sufrimientos de los hombres. Su cercanía y ternura con los enfermos, su comprensión y defensa de los pecadores, los débiles y desprotegidos, nos hablan de un Jesús que está al lado de los pobres y se solidariza con toda situación humana.

Por eso vivir la vida según el espíritu de la misericordia es hacer presente el amor y la ternura de Dios a los que sufren, es anunciar que Dios es un Dios presente que ama, que cura y que consuela.

Ser misericordioso es superar la óptica de las normas, defender y poner a la persona por encima de las leyes. Es escuchar el grito del oprimido, la angustia del que sufre, del que se encuentra solo y abandonado, del que no tiene a nadie.

La misericordia no usa la elocuencia sino la humildad en el servicio; no vocifera, no grita, no parte la caña quebrada ni apaga la mecha humeante. La misericordia fortalece las rodillas débiles. (Isaías 42,1-4).

La misericordia no adopta otro estilo que el de la solidaridad, no tiene otra palabra que el abajamiento, el servicio, la entrega a la persona excluida y marginada por el dolor y la enfermedad.

Solamente aquel que ha tenido un encuentro personal con el Señor, es capaz de convertirse en corazón para sus hermanos, capaz de hacer de su vida una imagen de la misericordia y la ternura de Dios.

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