La paz del corazón
«Te llevé al desierto para ver lo que había en tu corazón» (1)
Ven al desierto, Israel
«Ven, ven, pueblo mío.
Ven conmigo al desierto;
Te hablaré de amor de corazón a corazón…
Permite, confiado, que tu padre te guíe.
Él te lleva de la mano.
Trata de pensar que soy yo
Quien piensa en ti.
Todavía estás a tiempo para creer
Que te amo, siempre,
Oh, Israel, oh, Israel.» (2)
No sabía cómo empezar a orar.
Árido, vacío, acabado, de mi boca no lograban salir más que gemidos. Lo único positivo que experimentaba y que empezaba a entender era la solidaridad con los pobres, los pobres de verdad. Me identificaba son el que atendía la cadena de montaje o estaba aplastado por el yugo cotidiano. Me acordaba de la oración de mi madre, cargada con cinco hijos, o de los campesinos, obligados a trabajar doce horas al día durante el verano. Si para orar fuera necesario un poco de descanso, aquellas pobres gentes no hubieran podido nunca orar…
Y entonces, en ese estado de auténtica pobreza, es cuando yo logré hacer el descubrimiento más importante de mi vida de oración… La oración es cosa del corazón, no de la cabeza.
Sentí como si se me abriese en el corazón un torrente y por primera vez ‘experimenté’ una nueva dimensión de la unión con Dios. ¡Qué aventura más extraordinaria me estaba sucediendo! Nunca olvidaré aquel instante.
Yo era como una aceituna prensada en la almazara. Más allá de la presura, ¡qué indecible dulzura inundaba toda la realidad en que vivía! La paz era total.” (3)
(1) Éxodo
(2) Oseas
(3) Carlo Carretto, El desierto en la ciudad
Otro día me acordé de una interrogación que viene de una larga búsqueda (desde ese anhelo del corazón): ¿qué es la oración? En ese instante otra cuestión me surgió con resonancias que no explican pero responden y sacian con más sed, una sed “otra”, llena de consuelo y luz y esperanza: y lo que no es oración? [Sal 139 (138) 7.8]
En el desierto no hay nada y allí está Dios.
La oración es cosa del corazón, no de la cabeza.
Si, si, si…
El corazón es lo que pulsa en mí más allá de mí, sin que yo sepa cómo (Mc 4, 26-27)