LA VIDA CONSAGRADA, PRESENCIA DEL AMOR DE DIOS

2019_vidaconsagrada_jpg-1
En el año 1999 san Juan Pablo II propuso a la Iglesia un año dedicado al Padre con el fin de preparar a toda la Iglesia a la acogida del nuevo milenio.
Han pasado veinte años y los obispos españoles desean recordar que la
vida consagrada es presencia del amor de Dios. Cada consagrado, con su vida y testimonio, nos anuncia que Dios es Padre, es un Dios que ama con entrañas de misericordia.
Su Hijo Jesús nos enseñó una oración, elpadrenuestro, que expresa la relación que Dios tiene con cada uno de nosotros, sus hijos y sus consagrados.

Padre nuestro que estás en el cielo

Configurado con el Hijo, el consagrado vive, unido a Cristo, su relació filial con Dios Padre, a quien no duda de llamar confiadamente todos los días: Abba, papá.
El consagrado vive, aquí en la tierra, su relación fraternal con el Hijo y,
junto con Él, mira al cielo, pues sabe que allí tiene un Padre que le espera
con anhelo para unir su vida divina con la suya, humana, en un abrazo
eterno.

Santificado sea tu nombre

La experiencia de amor filial mueve al consagrado a dejar a Dios ser Padre
de su vida y, con su abandono, testimoniar el nombre de Dios: amor.
No un amor de superhombre, sino un amor divino que, superando toda
comprensión humana, ha asumido nuestro modo de expresar el amor. De este
modo, el consagrado es consciente de que, a través de su caridad, expresa de
modo humano el amor divino, nombre de Dios Padre.

Venga a nosotros tu Reino

Empapado por el amor divino que recibe del Padre y también de su mís-
tico Esposo, el consagrado desea que su experiencia de amor pueda ser com-
partida por todos. De este modo, es transformado en puente entre el hombre
y Dios para que el amor reine también en este mundo.
Junto con el Hijo, el consagrado ruega al Padre para que ningún hombre se
pierda, sino que todos puedan vivir la experiencia de un amor paterno. Y, con
el Esposo, no deja de ser buen samaritano, que acerca a todo hombre al amor
de Dios, indistintamente de sus heridas materiales o espirituales.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo

La experiencia del amor del Padre a lo largo de sus años de consagración transforma elcompromiso del consagrado de obedecer a Dios en un deseo deagradar, como el Hijo, al Padre. A la vez, el ejemplo del Esposo: «no se haga mi voluntad sino la tuya», se convierte en criterio y oración: «más que prometerte obediencia te pido, Padre, que realices tu amorosa voluntad sobre mi vida».
Escuchando también del Esposo, cuyo Reino no es de este mundo, el con-
sagrado anhela y enseña la belleza del cielo, en donde todo estará impregna-
do por la plenitud de su amorosa y divina voluntad.

Danos hoy nuestro pan de cada día

¡Cuántas veces el consagrado ha escuchado el consejo del Hijo: «Pedid y se os dará»! Así, la persona consagrada se convierte en un hombre o una mujerde petición. Ha aprendido de Cristo a ser un hijo, o una hija, confiado en la acción paternal de Dios, incluso en sus aspectos materiales.
El consagrado sabe que todas sus peticiones son escuchadas por el corazón del Padre; sabe que el Padre conoce todas sus necesidades antes de que se lo pida; sabe que Él, como Padre, no siempre nos concederá lo que le pedimos porque siempre piensa en lo mejor para cada uno de nosotros, aunque no selo pidamos.
Por ello, el consagrado entiende cuando aparentemente Dios no escucha sus peticiones. En esos momentos, él sabe que el silencio divino es también ex-presión de un amor paterno, mayor del que nosotros mismos podemos imaginar. Y este amor paterno y divino lo enseña a los demás.
Y, sobre todo, la persona consagrada necesita el pan eucarístico, que lo va
alimentando y transformando a imagen de su Señor.

Deja un comentario