La paz del corazón
Entiendo los conceptos y las ideas que me transmite, pero siento que no logro llevarlas hacia mi vida concreta de todos los días. ¿Cómo se hace para encontrar y situarse en esa disposición de la que habla?
Veamos con paciencia. ¿De que estado estamos hablando? ¿Que es en definitiva lo que buscamos? Un estado de unión con Dios; un estarse en la Presencia, una paz interior inalterable, no dependiente de los avatares exteriores. Pretendemos esa disposición del ánimo que nos permite advertir el significado de lo que ocurre, percibir el tránsito de lo trascendente en medio de lo cotidiano. Si queremos esa plenitud, esa hesiquía del corazón, es porque ya la hemos conocido. Hemos atravesado esos estados del alma, la dificultad esta en hacerlos estables, contar con ellos como patrimonio disponible, en suma: vivir en Cristo.
Sabemos que la gracia del Espíritu está siempre accesible para quién le abre la puerta… ¿Cuál es nuestra parte? ¿A que aplicar la voluntad para facilitar la acción de lo divino en nosotros? Hay que empezar por lo que se tiene y lo primero que tenemos es el momento en el que estamos. Hay que dejar de lado las consideraciones sobre cuánto hemos pecado o si esto otro o lo de más allá: Debemos abstraernos de todo ello y poner atención, orden y pulcritud en lo que tenemos entre manos en ese instante preciso.
Esta simpleza nos re unifica el alma, nos eleva del estado disperso en que nos encontramos, nos impulsa “hacia arriba” y desde allí, uno puede volver a la oración o tomar nuevamente las riendas de la ascesis por la que venía. Insisto: No importa si nos hemos equivocado, si nos desviamos, si faltamos a los propósitos que con tanto fervor supimos hacer; lo decisivo ahora es retornar, elevarse y para ello hay que tomar el momento presente como herramienta. Sea lo que sea que estés por hacer o que te toque hacer en ese momento, pon atención a la tarea, buscando orden y pulcritud, busca el “bien hacer” en eso que te toca.
Supón que tienes que disponer la mesa para que coman los hermanos en el refectorio o para la cena familiar… Asegúrate de hacerlo bien, paso a paso. Limpia la mesa primero, ubica los platos en la posición correcta para cada uno, atiende a que no falte nada de lo necesario. Hazlo bien, con tendencia hacia la perfección, aunque nos sepamos imperfectos. Y esto no por una escrupulosidad banal, sino porque el poner lo mejor de nosotros en lo que hacemos, nos eleva el alma, nos acerca a Dios. Verás que vuelvo en nuestras charlas, una y otra vez al mismo punto: Hacer las cosas como si de liturgia se tratara. Con unción y reverencia hacia todo y hacia todos.
Y es que en cierto modo la vida es liturgia y nuestro corazón un altar y las acciones que ejecutamos y el modo en que lo hacemos la ofrenda de esta ceremonia existencial. Es un querer reconciliarse con Dios, con los demás y con uno mismo, usando el momento inmediato con el que contamos y la actividad que nos toca realizar en ese fragmento del tiempo.
Esta actitud está a la mano y podemos ponerla, depende de nosotros, si no ponemos eso… no hay excusas. Sea que te sientas desalentado por aquella caída que una y otra vez te gana de mano, sea que no sepas cómo volver a la oración fervorosa que antes tenías, o que no encuentres claridad en tus metas… nada de eso se interpone ahora, para que apliques lo mejor que tengas en limpiar tu celda o en ordenar esos elementos dispersos del taller de trabajo o en regar prolijamente cada planta del vivero.
Y si fuera el caso de quién trabaja hostigado por los apremios de un ritmo vertiginoso; nada impide que respire profundamente, que acomode con precisión los elementos de trabajo, que atienda con deferencia al que se acerca y que invoque a Jesucristo con la mente aunque sea una sola vez, pidiendo fuerzas y confianza. Porque gran parte de los apremios de afuera, hacen mella en nosotros por los temores que llevamos dentro; que tienen su origen en las apetencias o en las posesiones a las que nos aferramos, para compensar nuestro vacío interior.
Cuando los niños pequeños están aprendiendo a caminar, los padres los agarran de las manos y con cuidado avanzan despacio mientras los impulsan hacia adelante. Pero verás que el niño, como mínimo, va moviendo sus piernas y lanzando pasos inseguros en la misma dirección. Eso se necesita de nosotros al menos. Eso nos compete. Es nuestro margen de libertad; el libre albedrío encuentra aquí gran parte de su sentido, en nuestra colaboración con la gracia de Dios.
Si uno en vez de considerar esto intelectualmente, lo aplica, verá que su estado interior después de haber hecho algo poniendo atención y esmero, es mucho mejor que el que tenía antes. Y comprobará que desde este nuevo escalón, puede acometer nuevos intentos; ya en la oración, ya en la meditación de las escrituras, ya en el trabajo manual, con una disposición anímica mucho más favorable y adecuada para la vida ascética.
Texto propio del blog
La imagen que ilustra el texto fue extraída con autorización del blog :
Homilía dominical del Padre José
Gracias, muy edificante.
Tenemos que hacer que toda acción nuestra vida sea liturgia, es decir, tenemos que extender la sagrada Eucaristía a todas las acciones del día.
Y con el alimento eucarístico invocar el Santo Nombre de Jesús para ungir cada acción de la jornada.
+gracias! Providencial cada palabra!!! Bendito sea Dios 🙏🙏
Hacer de nuestra vida una liturgia es encontrar un sentido para nuestros pasos y por tanto un lugar para DIos. “En cambio los apremios de afuera hacen mella en nosotros por los temores que llevamos dentro y que tienen su origen en las apetencias y en las posesiones a las que nos aferramos para compensar nuestro vacío interior”.
Cuanto apremio a veces y cuanto vacío interior, que no podemos sobrellevar porque tampoco nos paramos a vivir el momento presente en donde llevar a cabo la liturgia de la vida. Dios nos permita vivir en la liturgia del corazón continua.