La paz del corazón
Un caminante cansado tropieza en el camino de tierra. Cae de bruces y se lastima un poco, nada serio. Sin embargo aporrea el suelo y despotrica largo rato. Luego, se levanta y camina de aquí para allá, a veces en círculos preguntándose la razón de su tropiezo; se cuestiona si es merecedor de seguir en el camino; si debería volver al principio o abandonarlo todo… en suma, pierde tiempo y energías que no era necesario perder. Y con toda probabilidad, el comportamiento posterior a la caída hizo más daño que el golpe mismo.
Sin duda encontraremos en nuestra vida momentos parecidos a los cuales podemos poner nuestro argumento particular. ¿No es verdad que un remordimiento mal entendido a veces nos oscurece más que aquello que provocó la caída? No pocas son las ocasiones en las cuales el tropiezo viene bien, nos muestra una imagen de nosotros mismos que no queremos ver, nos quita unas capas de orgullo, nos deja más cerca de la verdadera humildad que permite el surgimiento de la gracia.
Apenas caídos hay que levantarse, sacudir el polvo de las ropas y emprender el camino trazado con la misma energía que antes del magullón. La actitud para reanudar la marcha debe ser «como si nada hubiera pasado», ignorando los pensamientos que nos descalifican para el resto del viaje y que nos llevan a una autocrítica que no es tal, sino solo un ritual autocompasivo. Al fin de cuentas esta actitud nos predispone a nuevas caídas. Recién después de un buen trecho, con las fuerzas renovadas, será bueno sentarse a la sombra de un árbol amigable, tal vez al fresco del atardecer y examinarse, reflexionar y reconciliándonos, buscar la comprensión de la raíz de nuestro andar dubitativo e inseguro. Pero estas revisiones sirven cuando estamos con el ánimo alto y con la fuerza suficiente.
Hay que tratarse como se trataría a un amigo muy querido y con el cuál hay confianza. Amablemente, poniendo nuestra fe en su posibilidad de cambio y valorando la intención de mejoramiento. Podemos ser firmes con él, pero siempre desde el afecto incondicional que da la amistad verdadera. No se puede amar al prójimo sino nos amamos a nosotros mismos. Esto no implica aplaudir cualquier conducta o ser permisivos sin discernimiento, sino incorporar en nosotros algo de la misericordia infinita de Dios. ¿Qué quieres tú hermano, ser santo? Decía un monje a otro. Pues no sé, intento al menos no ser mañana peor persona que hoy».
Hermanos queridos, este puede ser buen tema para el intercambio. Un abrazo fraterno para todos invocando el Santo Nombre de Jesús. elsantonombre.org
Enlaces de hoy:
Una invitación del sitio Hozana.es
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Dios es el que es «santo» y nosotros «nada». Ojala esto no sea solo una palabra sino una forma de vida y de afrontar la vida. Si a ello unimos el apego amigable hacia uno mismo, no solo podremos amar a los demás sino incluso a Dios. Gracias por esta hermosa y justa reflexión que recojo con afán y cariño.
Comienza un nuevo año. Es verdad que termina otro, pero prefiero pensar en el que comienza y no en el que termina. No porque no sea válido, sino porque fue un año que nos dejó miles de enseñanzas y valoraciones olvidadas envueltas en enfermedades, angustias y dolores que atentaron contra nuestra realidad humana. Nótese que digo “realidad humana” y no digo “humanidad”. Porque si bien la humanidad es un bloque, también este año se sufrió desde lo individual y familiar. Pero, ya está, ya pasó el año, aunque no la situación y eso me lleva a centrar la atención en lo que vendrá, en lo que pondré, en lo que haré, en las decisiones asumidas.
Suelo decir el año no viene, nosotros vamos; el año será como nosotros lo haremos, el punto es que el “nosotros somos muchos más que vos y yo, donde la libertad individual y colectiva hace su tarea. Centrado en el 2021, luego de un año de pandemia mundial, en una provincia muy pequeñita
(Tucumán) en la República Argentina, me pregunto ¿qué hacer? Parecerá medio loco, o irreal. Pero haré de mi vida, este año, una hoja en blanco.
Una hoja totalmente en blanco para que los demás escriban con el color que quieran. Pero… entonces ¿no haré nada? Allí es donde el “hacer” puede no siempre ser activo. Claro que me propongo metas, claro que hay nuevos desafíos, claro que tengo tareas y responsabilidades que cumplir. Pero en esa hoja en blanco podés escribir vos. Durante años he escrito yo, ahora dejo que los demás escriban en mí.
Pero hay algo mucho más grande, más fuerte, más importante y para mí, esencial y es que pido, ruego y dejo a Dios dos tareas. La primera es que sostenga esa hoja, la segunda es que Él escriba. Tiene lugar, espacio y tiempo de privilegio para escribir en este 2021 en la hoja en blanco de mi vida. Yo me abandono y me entrego enteramente a Él. Repitiendo que la entrega no es pasiva. Eso da lugar a otra perspectiva y es la de que sea guía y fortaleza. En mi Patria, mucha gente tiene una sana relación con Él, pero en muchos casos muy pasiva, casi como de una mera aceptación de su existencia. Hay quienes prefieren que no interfiera en decisiones humanas que arruinarían sus negocios o proyectos mundanos, varias veces teñidos
de egoísmos. Hay otros que acuden a Él sólo cuando sus necesidades intuyen o saben que es allí donde obtendrán respuestas y convirtiendo así al Padre Creador en un mero ser que tiene que estar siempre dispuesto a satisfacer sus necesidades, caso contrario la rebeldía lo alejaría o bien flotará una amenaza de cualquier tipo (mayormente de separación) si no obtienen lo deseado. También están los que directamente buscan agredirlo, con términos agresivos, profanos, o leyes contra su propia naturaleza. Sin advertir, tal como la lección que nos dio la historia humana a lo largos de los siglos) que nada puede vencer a Dios. Quizás a sus seguidores, quizás promoviendo dolores y hasta martirios, pero sin reaccionar que estas
situaciones tienen efectos boomerang y resultados contrarios.
Yo Señor sólo quiero amar, incluso a aquellos que nos hacen daño, incluso a aquellos que quieren borrarte de la faz de la tierra. Porque todos somos hermanos, de cualquier color, de cualquier pensamiento, de cualquier pañuelo, de cualquier ideología, porque Cristo derramó su sangre y entregó su vida por cada uno de nosotros. Y digo bien, nosotros. Porque yo no soy más que nadie y nadie es más que yo ante los ojos de Dios que a todos nos dio la misma dignidad, la de ser sus hijos. Por eso, sólo buscar el bien, reconociendo faltas dando y pidiendo perdón. Un perdón sanador y liberador.
Mi hoja está en blanco, para que escriba Dios, pero también para que escribas vos… ¿te animas?
Enviado al blog días atrás por un lector y nuevo participante en los cursos elsantonombre.org
Qué buena lectura. Creo, por lo menos en mi formación, que se me ha hablado muchísimo de SER SANTO, y me han puesto enormes ejemplos de grandes personajes como San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, etc… y uno se pone a ello y cuando falla o peca, entonces se desploma y a lo largo de los años se da cuenta de que no puede.
Es verdad que la gracia está ahí y te ayuda y nuestra libertad le dice a la gracia hasta dónde la deja actuar y hasta dónde no.
Pero creo que al final como dice la Escritura, “seréis santos, porque Yo soy santo”, al final la razón de nuestra santidad está en Dios no en nosotros ni en lo que podamos realizar o hacer.
También uno no admite que la espiritualidad es un camino a recorrer, y apenas empieza ya quiere ser un místico o contemplativo y eso es un don que Dios da a quien cree conveniente.
Como dicen los santos Padres “la vida es milicia en la tierra.”
Creo que tras este post magnifico solo queda el abandonarse en Sus manos con absoluta confianza. Él sabe. Y si no tuviéramos las piedras grandes y pequeñas del camino seríamos totalmente orgullosos pensando que todo es por nuestro esfuerzo y somos merecedores de la salvación.
“¿Quién puede salvarse? Esto es imposible para los hombres, pero posible para Dios”.
Hola Sergio! Que bien comentado el tema, te has hecho otro post con el comentario. Así es. Te mando un abrazo invocando el Santo Nombre de Jesús.
Me cayó de perlas, recién tuve un evento contradictorio que me dejó algunos días rumiando pensamientos, pero justo me doy cuenta de lo mucho que debo mejorar de mi forma de ser y reaccionar, sobretodo por el camino hacia la humildad. Muchas gracias. ¡Me vino como anillo al dedo!
Hola Silvia! Ahí está, evitar que nuestra atención siga las divagaciones y nos volvamos «rumiantes» 🙂 Cristo te cuide!
Gracias hermano por tu posteo, realmente hace mucho bien tratarse como a un amigo muy querido.
Un abrazo fraterno para todos invocando el Santo Nombre de Jesús
Gracias a ti por compartir. Un abrazo y que la gracia te acompañe!
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