La paz del corazón
Una forma de vida que se nos ha hecho costumbre es la de vivir tendidos, estirados hacia el futuro; por lo general hacia propósitos diversos en varias áreas de nuestra vida. Los deseos múltiples forman imágenes de situaciones ideales y hacia ellas emprendemos camino, por lo general presurosos.
¿Cómo empieza esto? Es un hábito adquirido a través de la familia, de los medios, de la cultura en general. Observamos nuestra situación vital con el prisma de los gustos y disgustos. A cada percepción le agregamos un «me gusta» o un «no me gusta» o un «mas o menos... pero mejor si fuera«… Lo que observamos en las redes sociales y en casi todos los medios, esto de poder dar un «like» o «dislike» a lo que aparece es en realidad el reflejo de lo que ya ocurría en nosotros. Percibimos tomando posición, agregando nuestra personal impronta, adhiriendo o rechazando. Esto no es percibir. Es desear. Vivimos deseando.
Vivimos tironeados por las carencias, casi todas aparentes. Pocas veces son tales. Esto no está ni mal ni bien, es un modo de funcionamiento muy propio de lo biológico que pretende alcanzar las mejores condiciones medio-ambientales para asegurar la supervivencia del organismo. Sin embargo la vida del espíritu es diferente. Es sobre todo una mirada atenta. Desde allí se observan las situaciones y también los deseos que aparecen como parte de la misma. Pero se permanece a cierta distancia. Hay un estarse abiertos a la enseñanza que traen los acontecimientos como resultado de la omnipresente voluntad de Dios. El supremo misterio se transparenta a través de lo que ocurre y revela significados accesibles a los sentidos espirituales.
Para ver hay que dejar entre paréntesis lo que quisiéramos. Permitirnos la presencia. Ayunar de los apetitos y de los tantos quereres, no reprimiendo sino atestiguando. Esto los transforma en objetos percibidos y los desnuda como simples impulsos que vienen y van. No hay porque vivir la vida a expensas de esos vientos variables y quedar sometidos a su antojo. De otro modo nunca estamos mas que estirados hacia donde creemos que vamos. No hay nada erróneo en dirigirse hacia alguna meta, en tener alguna planificación; el problema está en vivir más allá que acá; en extraer la fuerza vital de un futuro imaginado en lugar de un ahora actual y en ese sentido, más cierto y veraz.
¿Adónde vamos? ¿Qué desesperamos de alcanzar? Una sensación sin duda. Sensación de paz, de bienestar y plenitud. ¿Y si eso que buscamos estuviera ya presente pero escondido precisamente por ese modo inauténtico de vivir? ¿ Y si el problema no estuviera en lo que me falta en este o en aquel ámbito de la vida sino en mi modo de ser y estar? Si esto fuera así, si el centro de la cuestión fuera mi modo de existencia; la solución debería provenir necesariamente del interior. A veces la gracia se manifiesta como una comprensión profunda que permite la conversión genuina y estable. O puede ocurrir una caída en cuenta radical que descorre los velos, provoca la rendición de las fantasías y el aire se torna limpio como en una mañana fresca.
El sentido de la vida no deriva de un propósito en medio de la finitud inapelable o de metas diversas por alcanzar. El sentido es algo que atraviesa la vida ahora mismo y que permanece inalterable, disponible y abundante. Le han llamado el despertar de los sentidos espirituales; también El Cristo del corazón o la luz del Espíritu Santo. Más allá de nombres y formas es una presencia inequívoca que transfigura el mundo.
Suena bien pero me parece algo desconectado de mi realidad. ¿Cómo bajarlo desde las palabras a mi realidad concreta?…
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Realmente , a través de todo lo que voy aprendiendo en las clases, me ha hecho darme cuenta de que es mi modo mi modo de ser y estar el que me ha creado gran cantidad de “problemas” en la vida. Y gracias a la luz recibida se ha ido modificando mi relación con personas y situaciones. Y comprender esto ya es una gracia.
Gracias hermano. Unidos en la invocación del Santo Nombre
Gracias a ti por compartirlo hermana/o. Es motivo de alegría saber que los textos resultan de utilidad. Un abrazo fraterno en la invocación del Santo Nombre.