La realidad espiritual

La carencia interior – segunda parte

Viene del post anterior

¿Pero de donde sale esta sensación de carencia o de inquietud permanente, por qué es tan persistente?

La sensación de que algo me falta y que nos lleva compulsivamente hacia el momento siguiente tiene raíces profundas y se ramifica en varias direcciones. Una raíz muy gruesa es la creencia de que las cosas dependen de nosotros y no de la voluntad de Dios. Llevamos así una carga muy pesada sobre nuestros hombros. Nos sentimos arrojados al mundo y no sostenidos, acompañados y siendo formados. Nos imaginamos separados de Dios o que su cercanía depende de nuestra conducta.

Hemos antropomorfizado a Dios en demasía, es decir, lo imaginamos según nuestros atributos humanos y de ese modo lo creemos capaz de enojo, de juicio, de venganza, como una persona que premia o castiga la conducta de sus hijos. Esta visión nos trae mucho sufrimiento, es cultural, ancestral y se alimenta de interpretaciones literales de la sagrada escritura o de lecturas que no tienen en cuenta el contexto del momento en que fueron escritas.

Los salmos por ejemplo, son hermosas poesías en la mayoría de los casos, de profunda religiosidad y devoción, pero que han de ser leídas teniendo en cuenta la situación del pueblo al cual se dirigían estas creaciones y considerando al autor inspirado en su momento histórico. Los mismos evangelios tienen diferencias que mejor se entienden cuanto más comprendemos las comunidades de pertenencia y a las que se dirigían Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Dios no se aparta nunca de nosotros, somos nosotros cuando nos dejamos guiar por la mente, que nos sentimos lejos de Él. Sentirnos los responsables íntegros de lo que ocurra e imaginar que Dios puede apartarse de nosotros si cometemos errores, nos dejará inevitablemente presa de la angustia y sintiendo un temor sicológico extendido. No solemos hacernos conscientes de esto, pero subyace en el fondo de nuestras compulsiones y apremios continuados.

Otra cuestión que nos agobia, bien desde el fondo oculto de la mente, es que creemos de tal modo que el mundo de la materia prima sobre el mundo espiritual, que la muerte del cuerpo se nos antoja nuestra propia muerte. Esta fe oscura en la propia caducidad que avanza día tras día, como un tic tac indetenible, está muy en la base de todas nuestras inquietudes y agobios. Medio ciegos a esta verdad interior, adjudicamos nuestras agitaciones a diversas razones de coyuntura.

«Es esto o es aquello, lo que me preocupa. Ya cuando resuelva esto otro encontraré la paz», resuenan los pensamientos reforzando la idea de que la paz del corazón depende de alguna situación determinada. Siendo la vida tan cambiante no es posible una verdadera tranquilidad si la anclamos a ciertas cosas o personas o circunstancias.

¿Cómo modificar estas creencias que describes y qué impediría que vuelvan a cambiar una y otra vez?

Es que no se trata de cambiar creencias sino de experimentar una realidad espiritual que por si sola luego modifica las concepciones que tienes acerca de todas las cosas. Es decir, uno no se puede convencer de la inmortalidad espiritual, de la siempre bondadosa y acogedora presencia de Dios y de que todo responde a un plan benéfico que abarca el universo, haciéndose un auto-relato mental para tranquilizarse. No funciona del mismo modo que cuando decimos «mi equipo de fútbol va a ganar».

El deseo de abrir nuestros sentidos espirituales tiene que ser fuerte y hemos de encontrar en nosotros el coraje de transitar las sensaciones desagradables hasta poder conocerlas de verdad, sin salir huyendo hacia algo que nos sirva de analgésico. No hablamos de mortificarnos o de alguna dura ascesis, sino de tomarnos el tiempo para comprender lo que está debajo de nuestra constante agitación mental y física. Paciencia, oración frecuente y búsqueda de comprensión son necesarias…

continuará

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4 Comments on “La realidad espiritual

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  2. «hemos de encontrar en nosotros el coraje de transitar las sensaciones desagradables hasta poder conocerlas de verdad, sin salir huyendo hacia algo que nos sirva de analgésico». Esta frase me aclara algo que leí hace mucho de la vida de san Silvano. Cuando él estaba sufriendo mucho, en medio de una situacion casi desesperante, invocando sin cesar a Jesús, al final se le aparece el Señor y el santo le dice: ¿por qué demoraste tanto? Jesús le respondió: » tenías que aprender a permanecer en el infierno y no desesperar»…

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