La paz del corazón
Hay algo de lo que es necesario tomar consciencia: la mayor fuente de ruido son los deseos incesantes que bullen en el interior, es como un trasfondo que alimenta y sostiene la divagación. Todo el tiempo hay un anhelo de que las cosas sean diferentes. Hay una discusión con lo que está ocurriendo y es este oponerse lo que alimenta la charlatanería interior. Se van sucediendo tareas, van apareciendo acontecimientos, la agenda va mostrando lo porvenir… y aquí puedo ver los automatismos constantes del gusto y del disgusto, etiquetando, juzgando, agarrando o rechazando, queriendo controlar el devenir de la vida. Estos engranajes oxidados y gigantes son el origen de la cacofonía mental.
Nos puede ayudar ver los personajes que se van formando en nosotros y que nos van dominando según el tipo de estímulos que vamos recibiendo durante el día. Aparece el quejoso, el prepotente, el goloso, el autocompasivo, el soberbio, el criticón, el temeroso, el aburrido… y también el amistoso, el resuelto, el devoto, el creativo, el compasivo, etc. etc. y así siguiendo según las tendencias que viven en cada cual. Ya cuando los vemos, cuando nos hemos dado cuenta de que estamos «poseídos» por alguno de estos patrones, damos lugar al silencio.
¿Por qué? Porque hemos descubierto a «la legión» que está detrás de toda inquietud. (San Marcos 5, 9) Esta mirada que nos permite ver lo que está ocurriendo aparece cuando nos apartamos, cuando ponemos una distancia entre el autómata y nosotros, entre el comportamiento dislocado y el que somos verdaderamente. Ese espacio entre el que mira y lo mirado es un silencio donde descansan ambos. Ahí mismo lo sagrado vuelve a brillar y recuerdo que es Dios quién envía o permite los acontecimientos desde el supremo designio.
Entonces recupero la actitud de acogida y el propósito de responder a todo impecablemente. Ese espacio de atención consciente es el Espíritu Santo actuando en nosotros y vuelvo a escuchar la oración incesante que va pacificando todo y que nace en ese mismo lugar, donde habita el nombre de Dios. (1 Cor. 3, 16) (Hechos 17, 24)
Aquí abajo la 9º clase del curso de Mística cristiana (¡gracias Sara!)
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