La paz del corazón
¡Qué buen ayuno el que ayuda a unificarse! La moderación corporal siempre viene bien, puede ser una norma que nos oriente toda la vida. Pero cuanta falta nos hace hoy en día reunir los fragmentos dispersos de nuestra atención. La voluntad desperdigada en los mil intereses… un poco de atención aquí, otro poco en lo de más allá, quizá eso otro que me pareció atractivo o tal vez aquello que a lo mejor… al final del día uno no sabe ni donde está ni hacia donde va.
Encontrarnos a nosotros mismos, reunir las partes que hemos dejado ligadas a diversas apetencias, volver el rostro al sagrario interior; volver y volver, una vez y otra más. La conversión es cada día, en cada actividad. Espiritualizar las acciones o, mejor dicho, transparentar al espíritu en lo que hago requiere atención y presencia. ¡Qué ayuno tan necesario! Así como llenarse el estómago hasta la saciedad nos deja abotagados, saturar la mente de contenidos diversos nos deja adormilados.
«Pocas cosas son necesarias» han repetido los santos y sabios a través de la historia y Jesucristo dijo: «Vosotros pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud…» (Lucas 12, 29) y el apóstol recomendaba: «No os agobiéis por nada; en lo que sea presentad ante Dios vuestras peticiones con esa oración y esa súplica que incluyen acción de gracias; así la paz de Dios, que supera todo razonar, custodiará vuestra mente y vuestros pensamientos, mediante Cristo Jesús». (Filipenses 4, 6 – 7)
Ayunar de las inquietudes, abandonar ese modo presuroso de vivir que proviene de creernos solos, separados, sin el acompañamiento de un Dios providente. Vivir en el centro o volviendo al centro con tranquila persistencia, eso es también Cuaresma; es caminar por el desierto y nos permite una oración más profunda y una caridad verdadera. La caridad que nace de la empatía, de la compasión, del sabernos Uno en Él.