La primera manifestación

de la vida espiritual

Que importante es aprender a escuchar… por lo general no escuchamos, ni a los otros ni a nosotros mismos. ¿Por qué pasa esto?

Porque el espacio de escucha está colonizado por las divagaciones. El diálogo interno es un murmullo intenso que opaca el momento presente. Es decir que no veo, no escucho, casi nunca percibo realmente; y esto es debido a la fascinación hipnótica que ejerce sobre mí el parloteo mental.

Para escuchar es preciso hacer silencio. Para hacer silencio es necesario confiar en Dios y en su providencia constante y amorosa. Es el miedo y el afán de control para conjurar ese temor, lo que da combustible a la divagación. Volvernos conscientes del grado de alienación en que vivimos, es un buen primer paso para silenciar el mundo interno. ¿Qué es estar alienado? Es ser un extraño para sí mismo. Es vivir fuera de sí, perdido en ensoñaciones varias, en los objetos, en los afanes, en las ideas, en lo secundario de lo secundario…

Rebelarnos contra el autómata aprendido nos permite, poco a poco, regresar a la libertad original. Ser aquí y ahora y estar en Dios son lo mismo. La presencia de lo sagrado, el Cristo vivo, se conjuga en tiempo presente. Mi maestro me decía «si no encuentras a Dios ahora, no lo encuentras nunca». Se refería a que dejara de creer que había algo que hacer antes de encontrar la presencia divina. Caminar tranquilos, respirar serenos, orar pausada y sentidamente, cocinar y comer calmados y lo que sea que toque, hacerlo siendo conscientes.

«La atención es la primera manifestación de la vida espiritual…» , me decía también Esteban. Atender implica un acto de aceptación de la vida, implica un recibir y acoger lo que Dios permite. Ser atentos es un modo de vivir en gratitud y apertura a la gracia inefable siempre disponible. Atención es al final, dejarnos tomar por Dios…

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