La paz del corazón
Imagina una bestia feroz… una hiena muy grande o el tipo de animal sanguinario que prefieras, míralo separado de ti por apenas unos metros de vallado muy débil. Debes alimentarlo constantemente para que no se lance sobre ti. Todo el tiempo has de darle algo, comida en toda regla, restos de comida, basura y hasta trastos de todo tipo para que siga entretenido… es una situación agobiante y delicada.
Aunque usando una metáfora llamativa para ejemplificar lo que queremos decir, nuestra situación cotidiana no es muy diferente a la descripta. La bestia salvaje es la sensación de carencia, ese sentimiento de que algo nos falta en todo momento, que vive en nuestro interior y nos acosa, nos persigue y amenaza.
Para evitar el momento del presunto ataque, ocupamos gran parte del tiempo entreteniendo a la mente y a los sentidos para no sentir eso que sentimos cuando nos quedamos quietos y solos sin hacer nada. Gran parte de las actividades tienen esta finalidad en el fondo secreto donde viven las motivaciones. Y es tan fuerte esta costumbre de anestesiar la carencia que hasta «lo espiritual» en ocasiones sirve al mismo fin.
¿De qué está hecha la perpetua sensación de que algo me falta en cada momento? Está construida de tedio, de vacío existencial, y se sostiene con preguntas sin responder por el sentido de la vida. Sus cimientos están profundamente enterrados en el miedo a la enfermedad, a la vejez y a la muerte. Una falta de fe profunda mantiene el hervidero, esa aparente ausencia de experiencia de lo divino. Desde esa posición parece que Dios no me quiere o que me juzga o que no me escucha. Identificados por entero con el cuerpo y la mente, creyendo que son la esencia de lo que somos, vagamos errantes buscando distracción, divertimento, intensidad o excitación de algún tipo.
¿Qué hacer entonces? Lo primero es observar, verificar esta realidad interior. Tomarse breves momentos durante el día de solo estar sin hacer. Quedarse como suspendidos en el tiempo y el espacio, detenidos en el puro instante, solo atentos. ¿Atentos a qué? A esta inquietud de fondo, a lo que surge apremiante empujándonos a la acción.
Conocer la sensación de la que siempre escapamos, familiarizarnos con la bestia de la que siempre huimos es importante. Podría ser que descubramos que lo tan temido es similar a un espejismo y que los fantasmas huyen cuando se los mira de frente y a la cara. Podríamos llegar a descubrir que detrás y debajo de los temores hay un tranquilo regocijo, una plenitud cálida que no se impone. Una cierta certeza tal vez aparezca y podamos de corazón comulgar con el apóstol cuando dijo: «… en Él vivimos y nos movemos y existimos…» (Hechos 17, 24 – 30)
continuará…
La pintura que ilustra el post es «Jesús en el desierto» de Nicholas Roerich (1933)
Hermanas/os, este viernes 13 de enero se reúne el grupo hesicasta de la oración de Jesús en Madrid. Haz clic en el enlace: Grupo de oración y calendario
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Gracias Mario. Leí con atención este valioso escrito dentro del marco del retiro de silencio que estoy haciendo en este momento. A modo de pequeño aporte puedo compartir que, en mi caso, en camino de la oración de Jesús hace años, y durante el último dentro de la Fraternidad del Santo Nombre, la «bestia», también puede despertarse y robarte en parte la paz en el corazón, cuando estás en camino de conversión («Metanoia»). No es falta de sentido de la vida, pero si, cuando tu misma vida había tenido una andadura coherente con el plan de Dios según lo había comprendido en la juventud, podemos decir que uno trae una «inercia» como la de los trenes o barcos en movimiento. Al atardecer de la vida Dios también te llama y te llama a algo potente y profundo… algo así como el pasaje de la parábola de los de lo talentos , pero no en su faz «productiva» si no en su faz de gozo y plenitud: «fuiste fiel en lo poco… ahora te daré mucho más». Es que no estamos acostumbrados (bueno ese es mi caso) a la generosidad sin límites de aquél que me llamó. El «modo productivo» que traía hasta el momento, se resiste y rechina de quedar a un lado: esa es la inercia que les menciono. La vida contemplativa la interpreto como esa expresión (que en realidad esperaba con esperanza, al pasar a la otra vida!): » pasa al gozo de tu Señor». Cuesta virar el barco… son muchos años y ahora, ¡pum! esta «buena nueva» gestada en el silencio de cada oración interior y que ahora emergió totalizante y feliz.
Me falta aún encontrar la «plenitud cálida»… seguiré buscándola, con alegría