La paz del corazón
13 de diciembre 2023, Miércoles
Nuestro mundo y nuestras vidas no están dejadas de la mano de Dios, de hecho, no son sin Dios. Pero a veces estamos como despistados, dormidos o dolidos, para poder ser conscientes de este gran regalo que es la vida. Nos es extremadamente fácil caer en rutinas, automatizar nuestras vidas, trivializar y desacralizar una realidad que se va haciendo cada vez más opaca, menos ilusionante… por eso es tan necesaria una constante renovación.
Estamos viviendo el tiempo sagrado de adviento. De hecho, todo tiempo es sagrado, pero como parece que lo solemos olvidar, nos vienen muy bien estos denominados tiempos fuertes, para avivar nuestra atención, para sumergirnos y avanzar en nuestro proceso espiritual con corazón agradecido y esperanzado. También solemos decir que este tiempo de adviento es un tiempo de gracia. Y de igual modo sabemos que la gracia siempre está. Lo que necesitamos es despertar cada día a la actitud de apertura para dejarnos hacer e instruir por el Espíritu en el arte de amar y de esperar.
Por ello, el tiempo de adviento nos invita a sumergirnos en el bautismo de la esperanza, a dejar que cale hondo en nuestro ser y se apodere de nosotros ese anhelo profundo de Dios, para unos ya conocido como el primer amor que deslumbra y hace todo nuevo, para otros, una experiencia aún por descubrir, pero de algún modo ya intuida y deseada.
Dios viene, se interesa por nosotros, nos regala su amor. Viene a permanecer con nosotros, busca nuestra libertad, sacarnos de lo que nos esclaviza, reorientar nuestros pasos en la verdad. Y es que la verdad de Cristo es lo que realmente nos sitúa en nuestra verdad. Arraigando nuestra vida en su verdad, es cuando nos inunda la verdadera paz, que como un viento suave nos libera de todos esa ilusiones pensadas o vividas que solo nos servían para simplemente sobrevivir y protegernos de nuestros miedos.
Ante la venida de Cristo, se caen las máscaras y los autorrelatos, ya no hay motivos para la ocultación, el desánimo o la perturbación. Respondiendo a su mirada, dejamos de mirarnos a nosotros mismos, y en Él encontramos el Camino, la Verdad y la Vida, no como un dogma, no como ideas, sino como realidad experimentada y viva. El solo necesita, nuestro sí, como el sí de María, para que abriendo las puertas de nuestra ermita interior nos pueda colmar con sus dones. Vaciémonos de nuestros intereses egoístas y Él nos llenara de su amor. Nada es imposible para Dios.
Texto aportado por una hermana que participa en la Fraternidad
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