La paz del corazón
Retirarse permite, entre otras cosas, mirar las cosas en perspectiva. A la distancia uno ve la propia situación vital en un contexto más amplio; se advierten relaciones entre los acontecimientos que desde muy cerca no se ven, se descubren direcciones y ritmos en el propio proceso que no se hacen evidentes sin este cierto alejamiento.
¡Que vista que tengo ahora del pueblo o de la ciudad! ¡Qué pequeña aparece en la inmensidad de la llanura! No me había dado cuenta de como la rodean los bosques, de cuanto la protegen esas montañas y de como el lago mantiene la humedad del valle y alimenta los campos. Desde esta cumbre, en lo alto del monte, todo se ve distinto. No solo cambia lo visto sino también la propia mirada. ¿Podré llevar esta mirada cuando regrese al cotidiano?
Lo nuevo que he visto arraiga cuando lo llevo a la oración, a la meditación y al silencio del corazón. Orar lo comprendido permite que eche raíz lo nuevo, los frutos de la conversión, que lo compartido se haga enseñanza viva en mí y para otros. ¡Que buena cosa es retirarse! Mejor aún, permanecer retirados aunque volvamos al mundo. Puede haber silencio incluso en medio del mundanal ruido, cuando nos hacemos fondo receptivo de lo que ocurre, cuando acogemos los acontecimientos mediante la atención vigilante.
Atención que necesita ser distensa, no apropiativa, amable. Una atención firme pero suave, certera pero que no impone. Esta atención es también sobriedad del ánimo, actitud confiada, actuar con Dios al lado. La enseñanza de Filocalía nos enseña un camino de oración, un proceso hacia la oración incesante. De eso tratarán los retiros en Ávila, que si Dios quiere, se realizarán en el próximo mes de Julio.
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