El alma única de cristo

Un teólogo anónimo del siglo XIV escribió; “Ese «atribuirse a sí mismo» este «yo» y «mío» y «de mí» fue su caída y su alejamiento, y lo sigue siendo. ¿Y qué otra cosa hizo Adán sino eso mismo? Se dice que cayó o que pecó por haber comido la manzana. ¡Pero yo digo que eso sucedió por «atribuirse» él el «yo», «mío», «para mí» y semejantes! Si hubiese comido siete manzanas, pero no hubiese habido un «atribuirse», no habría caído. Pero apenas se atribuyó, cayó, ¡y tal habría acontecido aun cuando no hubiese mordido nunca una manzana!” (Theología Germanica 3).

Tal sentido de individualidad, de considerarse un ser separado y que se arroga la autoría de obras es, realmente el peor error de percepción posible pues “Observa que cuando la criatura se atribuye algún bien, como la existencia, la vida, la conciencia, el conocimiento y el poder –en suma, alguna cosa de la cual debemos decir que es un bien–, afirmando: yo soy esto o es cosa mía, la criatura se aleja de Dios” (Theología Germanica 1,2). Lo aleja de su centro natural (el corazón de Dios o el Paraíso) y queda convertido en un supuesto sujeto que persigue objetos experimentables a través de los sentidos.

Ese estado del hombre arrojado a la pluralidad de lo creado no produce más que insatisfacción y ansiedad porque las experiencias son siempre fugaces y pasajeras. Y, por tendencia natural, el hombre es compelido por su sentido de eternidad a buscar un estado de felicidad que sea estable y duradero. Por ello, el hombre recupera la senda hacía su estado central en la medida en que se desprende del sentido de autoría o posesión de sus actos, facultades y pensamientos; “Cuanto menos se atribuye la criatura el conocimiento, tanto más perfecto se hace éste. Lo mismo pasa con la voluntad, el amor y el deseo y otras cualidades de la misma especie: cuanto menos nos las atribuimos, tanto más perfectas, puras y divinas se hacen; y cuanto más nos las atribuimos, tanto más toscas, turbias e imperfectas se vuelven (Theología Germanica 5).

Así, una de las finalidades de la contemplación es llegar no sólo a comprender racionalmente, sino a verificar experimentalmente de manera efectiva e inequívoca que tanto sus obras, como sus deseos y pensamientos, sus recuerdos y expectativas no son realmente “suyas”, sino que además, «Tu alma no es tuya, sino de todos tus hermanos, cuyas almas, por otra parte, son también tuyas, o mejor, cuyas almas, lo mismo que la tuya, ya no son almas, sino una sola alma, el alma única de Cristo» (San Agustin, Ep. 243,4 ).

Extraído de pags. 311/12 de «Historia de los métodos de contemplación no dual» de Javier Alvarado

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