En torno a la oración (I)

¿Para que rezar? Dios sabe lo que necesitamos. ¿Acaso no se dice que la gracia está siempre presente?

Tu sabes que muchas emisoras de radio transmiten las veinticuatro horas; sin embargo no por eso oyes lo que dicen. Es necesario que sintonices aquella que quieres escuchar. El acto de oración en cualquiera de sus formas es un ponerse a escuchar a Dios. Y aún cuando le hablemos o hagamos oración discursiva o estemos siguiendo una devoción particular, siempre de fondo estamos a la espera de Su presencia, de un signo, de un toque, de algún tipo de respuesta.

Mientras más atención mejor es la escucha. Cuando aguzamos el oído percibimos cosas que antes quedaban ocultas. En una melodía o en un discurso por ejemplo, aparecen matices que no sospechábamos. Con Dios es igual. Abrir el oído espiritual implica un acto de entrega al momento específico de oración y como todo en la vida, requiere cierto entrenamiento o práctica hasta que se hace fácil en nosotros y el esfuerzo deja lugar a una dicha tranquila.

Y es verdad, Dios sabe lo que necesitamos. Nosotros no. Habitualmente nos abocamos a la búsqueda de lo innecesario o de lo prescindible. Pero ponerse a orar o en actitud orante durante el día y en medio de las actividades, nos mantiene receptivos y vamos aprendiendo a discernir lo que nos conviene. Cuando se comprende que todo surge de Su voluntad y que todo esta portando su significado, la oración se vuelve más queda; aparecen más momentos de silencio o de mera repetición de su Santo Nombre.

No sé… parece tan fuera de lugar a veces andar en cosas de oración en este mundo tan distinto. Me cuesta ponerme en esa “onda” por así decir.

Es cierto. Todo nos impulsa en dirección individualista o destaca y potencia el poder presunto del ser humano para construir su vida, para lograr el éxito en nuestros respectivos campos, para afincarnos en lo sensible y tratar de eternizarlo. No esta mal, es una etapa del alma humana. Vamos aprendiendo a fuerza de darnos cuenta y a veces, nos golpeamos un poco mientras aprendemos. Toda discusión intelectual y toda nuestra soberbia va quedando de lado en los momentos difíciles.

Y por lo general, aún alguien ateo o muy devoto de la ciencia tradicional, cuando surge el imprevisto doloroso, la enfermedad o la posibilidad de la muerte, musita una oración interior. Hasta tanto no tomamos consciencia de la brevedad de la vida aquí y de la fugacidad de cualquier logro; no abandonamos nuestras ínfulas y pretensiones de autonomía. Esto es doloroso. Se nos ha educado distinto, poniendo todas las fichas en el paño de esta existencia.

Pero este dolor es compensado sobradamente cuando se conoce a Dios en el propio corazón. El Cristo que vive en la ermita interior nos ablanda las durezas y nos quita el desamparo escondido. Uno comprende y el sentido alumbra todo de significados nuevos. Y nos reímos un poco de nosotros mismos, de habernos creído tanto y nos alegramos de volver a ser niños y de saber ahora sí, por experiencia, que la muerte no existe.

elsantonombre.org

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