La paz del corazón
De conversaciones con el Padre espiritual
‒ «¿San Pablo y el resto de los apóstoles eran felices a pesar de su vida llena de trabajos y persecuciones? ¿No necesitaron para ello la venida del Espíritu Santo?»
‒ Creo que eran profundamente felices. Sobre todo a partir de la gracia del Espíritu Santo que tan claramente se manifestó en ellos. Esta felicidad la entiendo como una certidumbre profunda, lo que no implica que no tuvieran avatares o malos momentos. Sin embargo, eran portadores de una luz que no se apagaba nunca.
‒ Hay una diferencia en los apóstoles antes y después de Pentecostés.
‒ Claro que sí. Verás que no les cambia su naturaleza de temperamento personal, sino que la canaliza adecuadamente y la fortalece.
San Pablo, luego de la luz que lo ciega camino de Damasco, sigue siendo el que era en cuanto a su fogosidad de actuación y extrema dedicación a una causa; Pero como se ve en su historia, ha cambiado el signo bajo el cual se desenvuelve su vida. La gracia del Espíritu toma el material que ya había, y lo dignifica y orienta hacia Dios.
San Pedro era un temeroso por naturaleza, y termina mártir, se ve transformado por entero. Pedro era inculto y muy escasa su educación, y sin embargo predica con una locuacidad y eficacia transformadora sin igual…
‒ El contento que usted quiere en nosotros, creo que tiene que ver con esa luz en el alma. ¿Podemos adquirir el contento sin esa certeza?
‒ Para vivir en la fe y en el contento, no es preciso esperar que suceda un descenso del Espíritu Santo a la manera de Pentecostés o similar. Ya tenemos el don del Espíritu desde el bautismo mismo en cierto modo. Luego, la comunión y la confirmación nos ayudan en el mismo sentido. Y como sabes, cada vez que oramos o decimos el Nombre de Jesús es por obra de este mismo Espíritu.
Esto quiere decir que tenemos una «cuota» de gracia que nos permite la felicidad si obramos coherentemente con el evangelio. Lo demás, esa luz tan especial, es otro grado de gracia por así decir que no depende de nosotros. Pero no es imprescindible para vivir la fe y el contento.
‒ ¿Qué se necesita para tener fe? ¿Cómo adquirir la fe? ¿Qué hemos de hacer para desarrollarla en nosotros?
‒ Es muy interesante la pregunta. A la fe se llega por diferentes medios, me parece.
La mayoría se acerca a ella debido a la educación, por una cierta imitación, diríamos, de la familia o lo que se le ha enseñado; Aunque eso ha disminuido mucho el último tiempo, los padres ya no educan a sus hijos en la fe mayoritariamente, debido a que ellos mismos la han perdido, apabullada por los brillos del mundo actual, mucho más seductores que ésta. Pero ese es un modo por el que se puede acercar uno a la fe.
Otra manera, a mi ver, que arraiga más profundo, es por comprensión de la necesidad de la fe. Cuando la persona advierte que no puede vivir sin ella, que la vida sin fe carece de sentido. Suele ocurrir bastante en momentos aciagos, cuando las cosas se complican y se ve uno volcado hacia la fe, como un salvavidas necesario y aliviador. Esto también ocurre y es un camino de acercamiento.
También conozco eso de llegar a la fe por comprensión profunda. Es cuando uno, observando lo manifestado, no puede sino concluir que Dios existe y empieza a inferir acerca de su esencia. Es una llegada a la fe por la razón y la evidencia apodíctica como la llamó en su momento René Descartes.
Creo, sobre este adquirir la fe, que si existe el deseo es porque la gracia ya está actuando en nosotros… Necesidad de pedir la fe, de orar aun sin fe, diríamos… y de como decía San Ignacio de Loyola, de actuar como si se tuviera la fe.
Esto que puede sonar extraño es, sin embargo, una de sus mejores máximas y muy práctica. Actuar un rato como si tuviera la fe, me conduce a la fe. Sin duda fe y contento son expresiones de lo mismo; de la trascendencia obrando en uno y de la esperanza que se desarrolla. Actuar contento, aunque no se esté, no es en este caso, fingimiento y falsedad, sino un llamar, un invocar al contento mediante mi actitud tendiente a él. Por ejemplo, decir a un enfermo: ¡Bueno, venga, aféitese, póngase perfume, salga un rato al sol!… llama a la mejoría. Es una actitud adecuada. En algún deporte se le llama ponerse en zona.
‒ Quería preguntarle acerca del libro de San Francisco… Estoy leyendo sobre el castigo, el Juicio, el Paraíso… ¿Es conveniente, para conseguir devoción, incidir mucho en ello? ¿Sería necesario reflexionar continuamente en estas cosas para una transformación interior?
‒ De ningún modo. Sucede que uno de los modos de adquirir la devoción es a partir del temor. Pero es la manera más «baja», por así decir, para el acercamiento a Dios. Pese a ello, esto ha servido a muchas gentes para iniciar el camino.
Cuando te recomendé este libro, tenía dos objetivos en mi mente: El uno, que irás viendo, encontrar algunas pautas devotas que pudieran ayudarte a situarte en ella si la necesitaras, en contraposición al vacío que no te agrada a veces. Y la otra intención era que, por contraste, advirtieras que en mucho hay una devoción que va ligada a un tipo de emplazamiento respecto de Dios.
‒ ¿A qué devoción se refiere?, ¿a la que viene del temor? ¿Qué otras devociones hay?
‒ Bueno, eso del temor te lo acabo de responder. Hay otros tipos diferentes de devoción.
Por ejemplo, está la devoción, que aunque con toda buena intención, se realiza de manera… comercial, diría, donde uno se acerca al que todo lo puede a fin de obtener cosas, sean estas materiales o dones espirituales. Esto también es parte del camino, por supuesto.
Y hay otra devoción que surge en uno fruto de la admiración de la obra de Dios. Es un cierto amor que nace en el corazón que se siente agradecido, y que ora por alegría o canta por devoción de alabanza. Es propia de quienes están un poco más livianos de pesos en el alma, y pueden así apreciar la belleza enorme que hay en lo que nos rodea, incluso en el mundo humano, con todas sus miserias.
‒ Siento que la devoción es lo mismo que fervor, que fe, que amor a Dios…
‒ Sí, coincido contigo, son formas de expresar lo mismo. Claro, esta es la que traté de describir recién. Esta devoción llega sola, se ve ayudada por la comprensión de la que suelo hablarte, y la actitud de contento la facilita enormemente.
‒ Y por contra está el vacío. ¿Ese vacío es desierto? ¿Es otra cosa?
‒ Sí, claro, entiendo el vacío al que te refieres. Creo que cuando no está la fe, no queda el vacío vacío, sino que queda algo lleno de temor (sonrío).
‒ Sí, puede que sea temor a ese vacío de fe.
‒ El desierto de las pasiones, cierto estado de liviandad y gracia, es un tipo de silencio (quizás es vacío) pero nimbado de la luz de lo sagrado, nada desagradable.
elsantonombre.org
Actuar contento, aunque no se esté, no es en este caso, fingimiento y falsedad, sino un llamar, un invocar al contento mediante mi actitud tendiente a él. Esto quería transmitir a mi hija y no encontraba las palabras. Gracias por acercarme siempre la palabra que necesito, en el momento justo. Gracias Señor. Gracias por estar siempre.
Siempre, cuando hay buena Fe, las palabras que se leen dejan un mensaje claro.