La paz del corazón
”Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos” (Rm 5,19).
«El diablo atacó al primer hombre, nuestro padre, por una triple tentación: lo tentó por la gula, por la vanidad y por la codicia. Su tentativa de seducción tuvo éxito puesto que el hombre, dándole su consentimiento, estuvo desde entonces, sometido al diablo.
Lo tentó por la gula enseñándole el fruto prohibido que estaba en el árbol e invitándole a comer de él; le tentó a través de la vanidad diciéndole: “Seréis como dioses”; al fin le tentó a través de la codicia, diciéndole: “Conoceréis el bien y el mal” (Gn 3,5). Porque ser codicioso no es tan sólo desear dinero, sino también toda situación ventajosa, desear más allá de lo comedido, una situación elevada…
El diablo fue vencido por Cristo, quien fue tentado de manera totalmente parecida a la que fue vencido el primer hombre. Igual que la primera vez, le tentó a través de la gula: “Di que estas piedras se conviertan en pan”; a través de la vanidad: “Si eres el Hijo de Dios tírate de0 aquí abajo”: a través del deseo violento de una buena situación, cuando le enseña todos los reinos del mundo y le dice: “Todo esto te daré si te postras y me adoras”…
Es preciso hacer resaltar una cosa en la tentación del Señor: tentado por el diablo, el Señor le ha replicado con textos de la Santa Escritura. Hubiera podido echar a su tentador al abismo sólo con la Palabra que él mismo era. Y sin embargo no recurrió a su poder poderoso, tan sólo le puso delante los preceptos de la Santa Escritura. Es así como nos enseña soportar la prueba, de manera que, cuando los malos nos hacen sufrir nos veamos impulsados a recurrir a la buena doctrina antes que a la venganza. Comparad la paciencia de Dios con nuestra impaciencia.
Nosotros, cuando hemos soportado injurias o sufrido ofensas, en nuestro furor tendemos a vengarnos tanto como nos es posible, o bien amenazamos con hacerlo. El Señor, carga con la adversidad del diablo sin contestarle de otra forma que con palabras pacíficas.»
San Gregorio Magno