La paz del corazón
¿Cómo empezar el camino hacia la oración incesante?
El camino ya empezó a transitarse en el minuto mismo en que sentimos el deseo de orar continuamente. Ese anhelo de permanecer en comunión, de percibir la divina presencia, de vivir en continua interacción con lo sagrado es el inicio imprescindible de esta vía de oración. Camino que busca el silencio contemplativo.
La oración se manifiesta en la acción como un hacer tranquilo y preciso que considera liturgia las tareas que las situaciones van demandando. Un hacer que nace de la confianza en la voluntad de Dios. La oración se manifiesta en la emoción como paz del corazón. Una suave alegría que permea los momentos. Es un contento sin objeto que brota al ser conscientes de nuestra filiación divina. Y finalmente, la oración se manifiesta en la mente como silencio. Una atención anclada en el silencio que no se ve alterada por la presencia o ausencia de pensamientos. Es una claridad sin esfuerzo.
El camino inicia con la necesidad de comprensión y de práctica. La práctica es sencilla: Repetir la oración cada vez que nos acordamos, durante todo el día, en cualquier momento y lugar. Repetimos la frase elegida, con la mente o con los labios cada vez que podemos. Uno tiene que estar presto a escuchar como la oración se hace en el fondo de nosotros mientras se suceden pensamientos, acciones y percepciones varias. De veras que es el Espíritu Santo el que ora en nosotros de continuo y no somos nosotros los que oramos. Pero nosotros si podemos atender a esta oración del corazón y para ello necesitamos tranquilizarnos un poco.
La parte que hace a la comprensión necesaria implica descubrir que es lo que produce que mi hacer sea presuroso y agitado. Descubrir lo que siempre nos quita la paz dejándonos en la ansiedad y en el tumulto mental. Por donde sea que abordemos la búsqueda de la causa de nuestra inquietud la encontraremos en la falta de confianza en la voluntad de Dios. Nos creemos o sentimos dejados de lado por Él, como si pudiéramos estar separados de quién es nuestro único sustento. Poco nos falta a veces para llegar a creer que vivimos por nosotros mismos, como si fuéramos los que sostenemos la existencia y olvidamos la Providencia.
Si cada vez que nos inquietamos recordamos que «En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: «Nosotros somos también de su raza»». (Hechos 17,28) empezaremos a acostumbrarnos a descansar en Su designio mientras hacemos lo mejor que podemos aquello que nos toca. Y si cada vez que nos acordamos repetimos La Oración de Jesús, en la forma que más nos agrade; esto irá llevando nuestro hacer, sentir y pensar hacia la función original para la que fueron concebidos.
Esto es todo, persistir con paciencia atentos a lo anterior, es todo lo que se necesita para transitar el camino hacia la oración incesante del corazón. Plegaria universal de la creación que busca regresar al origen y de la que participamos apenas inclinamos el oído del alma hacia el interior. Sumarnos conscientemente a la salmodia del corazón es todo lo que necesitamos.
Texto propio del blog
Dos enlaces:
Gracias una vez más.
Nada que añadir, nada que objetar. Perfecto en fondo y forma.
Un saludo en Cristo.
Me alegro María! Un abrazo en Cristo !
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Excelente reflexión como siempre. «El camino ya empezó a transitarse en el minuto mismo en que sentimos el deseo de orar continuamente», Alguien me dijo hoy que Dios es un gran seductor y todo consiste en dejarse seducir. Un abrazo.
Bien dicho! Tarde o temprano nos dejamos seducir por su amor que nos llega de tantas maneras diferentes..! Él golpea a nuestra puerta hasta que abrimos, no tiene apuro. Un abrazo María Jesús, Cristo nos cuida.