Conectarnos con la Presencia

«La verdad que nos libera es saber que no procedemos del capricho de la nada, del azar o de la necesidad, sino de una Fuente indecible de amor, permanente y continua, que Jesús experimentó manando de una profundidad que llamó Abbá. Saber que procedemos de tal Origen nos abre a una confianza y a una libertad siempre por inaugurar. De esta verdad brota libertad porque nos revela que la existencia es puro don dado para dar. Lo que nos impide ser libres es el temor a perdernos.

Vivimos aferrados a todo sin saberlo, en estado de shock. Si descubrimos que la existencia es don, no hay nada que podamos perder, porque nunca lo hemos tenido. Sólo somos sus depositarios. Vivir así nos libera. Pero esta verdad, que es libertad, es difícil de alcanzar y está pendiente de ser desplegada en sus múltiples ámbitos y matices: en los complejos enredos con nosotros mismos, en nuestras relaciones de dominación o de dependencia de los demás, en el significado que damos a nuestras creencias y en los códigos de comportamiento que hemos aprendido para contenernos, creando identidades tanto personales como colectivas en las que quedamos constreñidos. Con frecuencia quedamos atrapados en todo ello en lugar de ser alas que nos impulsen a alcanzar mayores horizontes.

La capacidad liberadora de la verdad consiste en conectarnos con la Presencia que da consistencia a cada momento, posibilitando que alcancemos el núcleo de cada situación, persona y cosa sin aferrarnos a ellas. Cuando estamos arraigados en lo real, podemos fluir y co-crear. En cambio, la inautenticidad hace que vivamos en un mundo falso en el que nos replegamos para defendernos por temor a la pérdida…

No podemos apropiarnos de la vida. No podemos arrancarla. Sólo la podemos recibir. En Getsemaní, el Hijo del hombre renuncia a su pulsión de apropiación —hacer su voluntad a toda costa— para entregarse a una Voluntad que le sostiene. Getsemaní está a las puertas de Jerusalén, ciudad de la paz, puerta del Paraíso para la tradición hebrea. Para pasar por ella hay que ceder a la propia voluntad de afirmación y renunciar a toda forma de arrebatamiento: «No vine a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 5,30); «el que me envió está siempre conmigo, porque yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8,29)…

Como cristianos, exclamamos: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20). Y él nos responde: «Yo vengo en la medida en que vosotros venís a mí». Nuestro venir a él pasa por vivir del modo como él vivió, dejando que se siga encarnando en nosotros. Vamos hacia El-que-viene. Así se va gestando el Cristo interior y vamos siendo engendrados como prolongación suya en el desarrollo del cosmos y de la historia, acercando esos cielos nuevos y esa tierra nueva que laten en la calidad de nuestro existir.

Extractos del libro «El Cristo Interior» de Javier Melloni SJ

Enlaces de hoy:

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