La paz del corazón
No puedo evitar pasar de prisa por ciertas actividades… trato de hacerlas bien, pero se me presentan menos apetecibles que otras que vienen más adelante en el día; y eso es como si me llamara desde allí y me siento apresurado para ya haber terminado esto que tengo aquí entre manos.
Buena descripción de algo automático que nos ocurre a todos con distinta intensidad según el momento. Esto puede ser aprovechado como un indicador de nuestra ubicación interior. Mientras más quiero librarme de esta o de aquella actividad, más de prisa voy y entonces me doy cuenta que lo importante para mí se ha desplazado hacia afuera. En ese momento estoy convencido de que el bienestar depende de la actividad que esté realizando y no del modo en que la efectúe.
No todas las actividades son iguales, es cierto. Sin embargo hay una manera de llevarlas a cabo que las iguala para bien; empieza a importar menos si nos toca esto o aquello porque descubrimos un algo que brota desde nosotros hacia las cosas que comienza a hacerlas agradables. Pero antes de vivir esto es necesario darse cuenta o aceptar en principio al menos, que existe algo en mí y no fuera de mí, que es la fuente del bienestar.
El modo de hacer al que nos referimos puede resumirse así: Efectuar cualquier actividad poniendo lo mejor de nuestros recursos, el máximo de nuestras capacidades. Ponernos todo nosotros en ello, no guardarnos nada. Vamos a suponer que esta actividad que ahora nos toca es la última que haremos en esta vida. A cualquiera nos puede ocurrir aunque estemos en perfecta salud y aunque nada lo anticipe. No la haríamos al acaso.
Imaginemos que son los últimos instantes… y quizá será regando las plantas, de camino a la compra, mientras vamos a la casa de una amiga; tal vez cuando te diriges al coro para recitar vísperas; en el ascensor… en el momento en que te quitas los zapatos antes de acostarte o al dar ese abrazo de despedida o tal vez, cuando revolvemos el café con la cucharita. ¿Cuándo será? No lo sabemos. Pero si sabemos que si se nos dijera que los próximos tres minutos son los últimos, pediríamos la gracia de concentrar en ellos todo el amor y el coraje que hemos sentido en la vida.
Que todas nuestras búsquedas, que todo nuestro anhelo de verdad y de eternidad, pudieran concentrarse en ese instante. Quisiéramos tener la oportunidad de rendir homenaje a través de esa mínima acción a todos aquellos con quienes nos hemos cruzado en el camino y… a la vez, con ese último gesto, darnos a nosotros mismos el digno tributo a tanto esfuerzo, a todo lo hecho. Quisiéramos en esos segundos finales, agradecer incluso las oscuridades que nos permitieron conocer la luz.
¿No sería bueno obrar de ese modo? ¿No dotaría a nuestro andar de una cierta particularidad que podríamos llamar sagrada? Vivir oficiando la liturgia de nuestra vida es el único modo que conozco de vivir contento y tranquilo. Pero para esto es necesario antes asumir que las cosas no son lo que parecen. Nos han contado mal el cuento…
Continúa…
Para hoy, un audio y una película:
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Es curioso que para reflexionar el hoy, recurramos a un caso hipotético que desconocemos si ocurrirá. Por qué pensar si es que son los últimos tres minutos de mi vida, si son tan importantes esos tres, como los 10, como unas horas, días o años? Por qué centrarme en el instante de mi yo, cuando tengo responsabilidades filiales, conyugales, laborales, etc. ? Por qué ? Por qué ? Hay algo que no veo ? Qué es lo que no percibo? Qué es lo que no me deja percibir ?
Hola Esteban, Cristo te cuide. Es probable que no nos hayamos explicado bien. Aludíamos en el texto a un modo de volver a centrarme en el instante; prestando atención con la intensidad y el amor que sentiríamos en nuestros últimos momentos. Esto como un modo de ser y estar implicados totalmente en nuestras tareas o responsabilidades, no ajenos a ellas. Quisimos decir que todos los momentos y acciones son valiosas si las afrontamos en el recuerdo de Dios y para esto ayuda mucho no olvidar que en cualquier momento podemos dejarlo todo. Al menos a nosotros nos sirve. Un abrazo grande Esteban, invocando a Cristo.